El bisabuelo materno de Belgrano era Juan Guillermo González y Aragón, nacido en Cádiz y casado en Santiago del Estero en 1713, siendo su hijo el sacerdote José González Islas. Don Juan González Aragón, al fallecer su esposa, Doña Lucía Islas y Alva, ingresa en el seminario y se consagra sacerdote en 1734. Durante la epidemia de 1727 residía en Buenos Aires, y al observar los estragos que provocaba este flagelo, fundó la Hermandad de la Santa Caridad de Jesucristo, para auxiliar a los pobres y moribundos, y darles honrosa sepultura.
Sus actividades comenzaron bajo el patrocinio de San Miguel y de Nuestra Señora de los Remedios, en la Iglesia de San Juan Bautista (calles Alsina y Piedras). Luego construyó una capilla en el barrio sur del Alto de San Pedro (González Telmo), origen de la actual parroquia de la Inmaculada Concepción (calles Independencia y Tacuarí), seis cuadras al sur de San Juan Bautista. En 1738 traslada la Hermandad a su nueva y definitiva sede, y construye la Iglesia de San Miguel y Nuestra Señora de los Remedios, origen de la actual parroquia de San Miguel (calles Bartolomé Mitre y Suipacha). En 1744, su hijo, José González Islas, lo sustituye como capellán, y Juan González Aragón, que había traído de Córdoba, por encargo del Obispo, las primeras monjas catalinas, en 1745, será su primer capellán en el actual convento de San Martín y Viamonte. Estas fueron las primeras monjas residentes en Buenos Aires, pues las larisas son de 1749.
En la manzana de San Miguel, ambos sacerdotes, padre e hijo, habían fundado y atendían desde 1743, el hospital de mujeres y la botica. Domingo Belgrano, padre de Manuel Belgrano, ayudó a construir la capilla y donó el retablo del altar, la pila bautismal y la sacristía. Allí se enterraba a los ajusticiados, a los náufragos y a los pobres. José González Islas fundó en ese lugar en 1755, un Colegio de Huérfanas. El único Colegio de Huérfanas con que contaba Buenos Aires en ese momento.
En 1748, los sacerdotes médicos y enfermeros betlemitas, orden fundada en Guatemala, llegan a Buenos Aires desde Potosí, y se hacen cargo del hospital de hombres del barrio sur. La Hermandad sigue atendiendo el hospital de mujeres, la botica y el colegio de huérfanas, y desde 1784 también la Casa Cuna.
Rivadavia, siendo ministro de gobierno de Martín Rodríguez en 1822, siguiendo una política liberal y regalista, suprime la orden de los betlemitas, entre otras órdenes religiosas como los recoletos y mercedarz8.
CROLLALANZA, Juan B. de, “El general Don Manuel Belgrano”. En: Boletín Mensual del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades, Imprenta del Orden, Buenos Aires, 1874. En: Biblioteca Nacional, 69.509
Instituto Nacional Belgraniano, Documentos para la historia del General Don Manuel Belgrano, Tomo I, Buenos Aires, 1982, tomo II, Buenos Aires, 1993 y tomo III, volumen I, 1792-1811, Buenos Aires, 1998.
Instituto Nacional Belgraniano, General Belgrano. Apuntes biográficos, 2ª. Edición, Buenos Aires, 1995. En: Biblioteca Nacional, 97.675.
Instituto Nacional Belgraniano, Manuel Belgrano. Los ideales de la patria, Manrique Zago ediciones, Buenos Aires, 1995.
El estudio de Crollalanza constituye la primera investigación sobre la genealogía paterna de Manuel Belgrano, habiendo sido publicado en Italia en 1874. En el mismo año, fue traducido y publicado en Buenos Aires por el Dr. Aurelio Prado y Rojas quien, en aquella época, era el presidente del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades.
Crollalanza consigue establecer la genealogía belgraniana hasta el quinto abuelo de nuestro prócer. Todos los estudios posteriores se han basado en ella, sin posibilidad de que nuevas investigaciones permitan avanzar más allá del siglo XVI en que vivió don Pompeyo Belgrano, el citado quinto abuelo. Tan sólo algunas rectificaciones o correcciones de nombres y apellidos han podido introducirse al árbol genealógico realizado por el investigador italiano; ellas son debidas a los estudios efectuados por historiadores y genealogistas argentinos; corresponde citar al mismo Prado y Rojas, como también a Virgilio L. Martínez de Sucre, a Raúl Alejandro Molina y a Carlos T. de Pereira Lahitte. Más recientemente, otros investigadores han publicado recopilaciones de aquellos estudios, entre ellos Adolfo Enrique Rodríguez y Ovidio Giménez.
Don Domingo Francisco Belgrano Peri nació en Oneglia, pequeño pueblo de Liguria, Italia. Fueron sus padres Carlos Félix Belgrano y María Gentile Peri. Sus antepasados se habían destacado desempeñando funciones públicas al servicio de la República de Génova y de los duques de Saboya.
Siendo muy joven se trasladó a Cádiz, pasando luego al Río de la Plata. Llegó a Buenos Aires en 1750 y se dedicó al comercio, logrando conseguir una posición económica sólida. El 4 de noviembre de 1757 se casó en la Iglesia de la Merced con Doña María Josefa González Casero, joven porteña proveniente de una destacada familia.
Domingo Belgrano Peri castellanizó su apellido en Belgrano Pérez. Fue un próspero comerciante que manejaba el circuito comercial del Virreinato del Río de la Plata, y el que lo conectaba con la Metrópoli (España), Río de Janeiro (Brasil) e Inglaterra.
Mantuvo vinculaciones con importantes funcionarios de la Península. Obtuvo carta de naturalización en 1769. El gobernador Vértiz lo nombró capitán en 1772 en atención a su mérito, celo y conducta. En 1778 ingresó en la administración de la Aduana de Buenos Aires. En 1781 fue designado regidor, alférez real y síndico procurador general del Cabildo de Buenos Aires.
Figuró entre los comerciantes que se empeñaron en conseguir el establecimiento del Consulado en Buenos Aires.
Don Domingo Belgrano Pérez falleció el 24 de septiembre de 1795 en la ciudad de Buenos Aires. En su testamento pidió ser sepultado en la Iglesia de Santo Domingo, siendo amortajado con el hábito de esta orden ya que era hermano de la misma, en la que había alcanzado el cargo de prior.
Bibliografía
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NEWTON, Jorge, Belgrano. Una vida ejemplar, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1970. En: Biblioteca Nacional, 364.787.
Doña María Josefa González Casero nació en Buenos Aires. Su padre, Juan Manuel González Islas, abandonó Santiago del Estero para radicarse en Buenos Aires, donde contrajo enlace el 2 de abril de 1741 con Inés Casero. De este matrimonio nació dos años después, María Josefa González Islas y Casero, futura madre del prócer.
Doña María Josefa, quien pertenecía a una distinguida familia de Buenos Aires, contrajo matrimonio con Don Domingo Belgrano Peri el 4 de noviembre de 1757 en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced. Tuvieron una numerosa descendencia.
Doña María Josefa González Casero era una señora caritativa y piadosa, y sus parientes habían fundado el Colegio de Huérfanas de San Miguel.
En su testamento pide ser sepultada en la Iglesia de Santo Domingo, de cuya Orden es tercera. Falleció en Buenos Aires el 1 de agosto de 1799.
Bibliografía.
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Según figura en el testamento de sus padres Domingo Belgrano Pérez, luego ratificado por su madre María Josefa González Casero en su propio testamento, se mencionan doce hijos, a saber: Carlos José, José Gregorio, Domingo Estanislao, Manuel, Francisco, Joaquín, Miguel, Agustín, María Josefa, María del Rosario, Juana, Juana Francisca Buenaventura, y Julián Vicente Gregorio Espinosa, hijo legítimo de su finada hija María Florencia, quien fuera mujer legítima de Julián Gregorio Espinosa, también difunto.
En ambos testamentos se mencionan solamente a los hijos vivos en esos momentos y a la hija fallecida pero con descendencia. Trece hijos es la cantidad que citan los primeros investigadores que se ocuparon del tema, entre ellos Crollalanza, Mario Belgrano, y Ovidio Giménez. Bartolomé Mitre cita sólo once. En la monografía de Raúl Molina se mencionan catorce, con datos biográficos de la mayor parte de ellos.
Virgilio L. Martínez de Sucre fue el primero en dar a conocer los nombres completos de los dieciséis hijos que tuvo el matrimonio Belgrano Pérez –González Casero, incluyendo la fecha de bautismo de ellos, efectuados en su totalidad en la Iglesia Catedral de Buenos Aires.
Adolfo Enrique Rodríguez dio a conocer además las fechas de nacimiento y el número y folio de los libros, que fueron archivados en la Iglesia de la Merced de los correspondientes bautismos. En un trabajo posterior Pablo Haas amplía aún más la información, dando a conocer los nombres de los correspondientes padrinos.
Uno de sus hermanos el Doctor Domingo Estanislao Belgrano Pérez fue sacerdote, mientras otros, tales como Carlos José, José Gregorio y Francisco tuvieron una destacada actuación militar en la gesta de la Revolución e Independencia de nuestro país.
Bibliografía
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Belgrano en su testamento expresa que no tiene ascendientes ni descendientes, cuando en realidad dejaba en este mundo, un niño de siete años, llamado Pedro Pablo y una criatura de un año de edad que tenía por nombre Manuela Mónica del Corazón de Jesús.
¿Cuál fue la razón por la cual el prócer oculta al redactar su última voluntad la existencia de sus vástagos?
La respuesta la podemos encontrar, por un lado en la vida azarosa y sacrificada que llevó Belgrano al servicio de la patria, recorriendo los caminos del país al frente de ejércitos para lo que no había sido formado, pues el viajó a los 16 años a España, estudiando derecho en las universidades de Salamanca y Valladolid, graduándose de abogado; regresando luego a Buenos Aires como Secretario del flamante consulado recién creado en el Virreinato del Río de la Plata, en que tuvo un desempeño destacadísimo durante quince años que se reflejó, en las Memorias Anuales que redactó.
Pero su formación religiosa y liberal, entonces denominada fisiocrática, lo llevaron a constituirse en el orientador del pensamiento de los hombres de mayo, formar parte de la Primera Junta de gobierno y luego ser puesto al frente primero del Ejército al Paraguay y luego del Alto Perú.
Luego de su regreso de España, en 1802, conoció en un sarao que se realizó en la casa de la familia de Mariano Altolaguirre, a una porteña muy bien parecida, de 18 años llamada María Josefa Ezcurra, de la que se enamoró, iniciando un noviazgo con la misma. El padre de la señorita, Juan Ignacio Ezcurra, no aprobó dicho idilio, con el argumento de que el padre de Belgrano había sido un comerciante muy rico, pero por contingencias de la vida y de los negocios, se vió menguado su patrimonio Dentro de esa concepción especulativa, obligó a casarse a su hija con un primo venido de la ciudad Pamplona, España, que instaló en Buenos Aires un próspero negocio de venta de paños.
El matrimonio no fue muy armonioso y al producirse el movimiento emancipador en mayo de 1810, el marido de María Josefa se pronunció por la causa del rey y viajó a Cádiz, España, dejando a su esposa en Buenos Aires, reanudándose el idilio con Belgrano.
Cuando nuestro prócer fue nombrado Comandante del Ejército del Alto Perú en 1812, María Josefa Ezcurra viajó a Jujuy en mensajería y tras 50 días llegó a Jujuy donde se reunió con el hombre que amaba. Participó junto a él en el Éxodo Jujeño y presenció la batalla de Tucumán, quedando embarazada y dando lugar al nacimiento de Pedro Pablo Rosas y Belgrano.
La hija menor de nuestro héroe, Manuela Mónica Belgrano, fue fruto de un idilio de Belgrano en Tucumán, durante su segundo comando del Ejército del Norte, con una joven tucumana llamada Dolores Helguero.
Suponemos que el hecho de que el nacimiento de ambos niños, no respetara las rigurosas normas éticas de la época y para no poner en evidencia a las madres, motivó la declaración testamentaria expresada, que no dejaba descendientes.
No obstante, Belgrano, antes de morir, instruyó a su hermano el Canónigo Joaquín Eulogio Estanislao Belgrano, a quien nombró su heredero y albacea, para que su familia velara por el futuro de su hija y le asignara en el futuro filiación.
Buenos Aires, junio de 2001
Grl. Isaías José García Enciso Vicepresidente 1º Instituto Nacional Belgraniano
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de junio de 1770, en la calle de Santo Domingo (actual avenida Belgrano 430) en la ciudad de Buenos Aires . Fueron sus padres Don Domingo Belgrano y Peri, natural de Liguria, Italia, y su madre María Josefa González Casero, porteña. Fue el cuarto de trece hijos, nacido en el seno de una honorable familia, siendo su padre un próspero comerciante .
En Buenos Aires cursa las primeras letras. Alumno del Real Colegio de San Carlos, recibe lecciones de latín, filosofía, lógica, física, metafísica y literatura Antes de cumplir los 16 años, sus padres deciden que complete sus estudios en España, a donde viaja en compañía de su hermano Francisco.
Manuel Belgrano estudia en la Universidad de Salamanca. Se gradúa de bachiller en leyes en Valladolid a principios de 1789 y el 31 de enero como abogado. Pero según su Autobiografía, nos expresa:
“Confieso que mi aplicación no la contraje tanto a la carrera que había ido a emprender, como al estudio de los idiomas vivos, de la economía política y al derecho público, y que en los primeros momentos en que tuve la suerte de encontrar hombres amantes al bien público que me manifestaron sus útiles ideas, se apoderó de mí el deseo de propender cuanto pudiese al provecho general, y adquirir renombre con mis trabajos hacia tan importante objeto, dirigiéndolos particularmente a favor de la patria.”
En España como en el resto de Europa se vivía el auge de los estudios sobre economía política y Manuel Belgrano se vincula con sociedades económicas y destacadas personalidades en esa materia. Va a sufrir la influencia de la Ilustración Española, que se diferencia de la francesa, ya que no deja de lado la religión y respeta la figura del monarca.Llega a presidente de la Academia de práctica forense y economía política en Salamanca y durante su permanencia en Madrid es miembro de la Academia de Santa Bárbara, del mismo género.
La casa del Real Consulado de Buenos Aires fue construida en el primer lustro del siglo XIX. ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
Estando en España, en diciembre de 1793, fue llamado por el Ministro Gardoqui, quien le anuncia que ha sido nombrado Secretario Perpetuo del Consulado que se ha de erigir en Buenos Aires.
Llega a Buenos Aires el 7 de mayo de 1794, dispuesto a consagrarse a sus obligaciones, y poder aplicar sus vastos conocimientos teóricos para comprender la realidad y tender a su transformación. El Consulado celebra su primera sesión el 2 de junio de ese año, tiene jurisdicción mercantil, a la par que carácter de junta económica, para el fomento de la agricultura, industria y comercio. Entre las atribuciones del Secretario figura la de ‘’escribir cada año una memoria sobre los objetos propios de su instituto”. Belgrano despliega entonces una actividad incansable.
Consulado tenía jurisdicción sobre todo el Virreinato del Río de la Plata y Belgrano mantuvo una fluida correspondencia con los diputados en los distintos destinos, pidiéndoles que le mandaran información detallada de las características geográficas y de las producciones locales. Se ocupa de tratar de reformar los abusos del comercio exterior y fomentar el interno reduciendo las exacciones que gravaban el mismo, facilitando la navegación fluvial e insistiendo en la construcción de nuevos caminos como los de Catamarca y Córdoba, Tucumán y Santiago del Estero, San Luis y Mendoza e incluso busca franquear las comunicaciones entre Buenos Aires y Chile. Se auxilia de estudiosos y organiza viajes de reconocimiento del territorio, levantando planos topográficos, e interesándose en los indígenas establecidos fuera de la frontera con el español, a los cuales busca integrar a través del comercio y evangelizar para su desarrollo como personas. En Belgrano es constante su interés por un mejoramiento económico, sin descuidar los aspectos sociales y morales de la población.
El Consulado bajo su inspiración, se aboca a la construcción del muelle de Buenos Aires, iniciando las obras que implican el sondeo del río y reconocimiento de la costa.
Busca el fomento de la agricultura, respondiendo a sus ideas fisiocráticas. En la primera Memoria de mediados de 1796 realiza un estudio económico profundo. Bajo el título “Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria, proteger el comercio en un país agricultor¨, sintetiza un vasto programa económico de fomento de la agricultura, del comercio libre y desarrollo y protección de la industria nacional. Propicia la creación de una Escuela Práctica de Agricultores y otra de Comercio. Crea la Escuela de Náutica, la Academia de Dibujo, arquitectura y perspectiva y otra de Matemáticas.
Belgrano propiciaba la educación de las primeras letras a través de escuelas gratuitas y la enseñanza de oficios, como un medio de combatir la ociosidad y los vicios. También fue uno de los primeros en interesarse por la educación de la mujer, proponiendo la instalación de escuelas gratuitas, “…donde se les enseñará la doctrina cristiana, a leer, escribir, coser, bordar, etc. y principalmente inspirarles amor al trabajo, para separarlas de la ociosidad, tan perjudicial, o más en las mujeres que en los hombres”.
Belgrano destinó premios de 30 y 40 pesos fuertes a las niñas huérfanas del Colegio de San Miguel que presentaran una libra de algodón hilado.
La múltiple labor de Belgrano como secretario del Consulado se vio afectada por la crisis que experimentaba en esos momentos el Imperio Hispanoamericano bajo el dominio de los Borbones y la particular situación europea con la expansión napoleónica.
La tarea que sin duda, le ofreció mayores satisfacciones a Manuel Belgrano comoSecretario del Consulado fue aquella que le encomendaba, en su último párrafo, el artículo 30 de la Real Cédula de Erección del organismo: “Escribirá cada año una memoria sobre algunos de los objetos propios del instituto del Consulado, con cuya lectura se abrirán anualmente las sesiones” [1]. Así fue que la misma corona puso en sus manos un arma, destinada a divulgar las nuevas ideas que estaban produciendo una transformación en el mundo.
En cumplimiento de la disposición regia, Belgrano leyó una memoria acerca de algún tema económico al iniciarse cada período de sesiones, hacia fines de mayo o comienzos de junio, desde 1794 hasta 1809. Ahora bien, se han presentado opiniones contrarias en relación al número de Memorias leídas por Belgrano pues no todas ellas han llegado hasta nuestros días. Gondra menciona cinco memorias y dieciséis artículos periodísticos; otros autores las hacen llegar a doce; Mario Belgrano cita el número de quince; lo más probable, si seguimos a Pedro Navarro Floria es que hayan sido dieciséis las presentadas por el Secretario del Consulado, aunque conocemos tan sólo el contenido de siete de ellas:
“Así, la lectura de la memoria anual fue convertida por Belgrano en una verdadera cátedra de economía política, en la que se exponía lo más selecto de las novedades en la materia, cada vez mejor adaptado a la circunstancia regional”[2].
[1] Cfr. Instituto Belgraniano Central; Documentos para la Historia del General Don Manuel Belgrano, Buenos Aires, 1982, tomo I, pág. 116.
[2] Navarro Floria, P.; Manuel Belgrano y el Consulado de Buenos Aires, Cuna de la Revolución (1790-1806), Buenos Aires, Instituto Nacional Belgraniano, 1999, p. 155. Cfr. también del mismo autor, “Al filo de la revolución. La Memoria consular de Manuel Belgrano para 1809”, en Segundo Congreso Nacional Belgraniano, Instituto Nacional Belgraniano, Buenos Aires, 1994, pp. 292-324.
A fines del siglo XVIII y comienzos del XIX se enfrentan Francia e Inglaterra en búsqueda del predominio europeo. En estos conflictos se ve arrastrada España, aliada de la primera. Su repercusión en el Río de la Plata desencadenará una serie de acontecimientos decisivos para la Historia de la patria que afectarán el sistema colonial hispano, dando a nuestro pueblo la primera oportunidad de manifestar su soberanía. Entonces Manuel Belgrano hace sus primeros ensayos militares.
Frente a una posible agresión portuguesa o británica, naciones entonces aliadas, el Virrey Melo de Portugal y Villena, obedeciendo órdenes expresas de la corona, toma las medidas defensivas pertinentes, entre ellas, la designación de Belgrano como capitán de milicias urbanas de infantería, el 7 de marzo de 1797. En un primer momento ese será un empleo honorífico, ya que aún no tendrá posibilidad de una actuación directa.
Cuando a principios de junio de 1806, el vigía de Maldonado avista la presencia de naves enemigas, el Virrey Marqués de Sobremonte reconcentra en la Banda Oriental las tropas regulares y en la Capital sólo toma medidas en relación a las milicias. El 9 de junio de 1806, Belgrano es designado capitán graduado agregado al Batallón de Milicias Urbanas de Buenos Aires. Se le ordena la formación de una compañía de caballería con jóvenes del comercio, y le ofrecen oficiales veteranos para la instrucción de aquella. Belgrano tiene dificultades para alistar a los jóvenes dado el odio que había a la milicia en Buenos Aires.
Belgrano narra en su Autobiografía la indignación ante la invasión inglesa “…todavía fue mayor mi incomodidad cuando vi entrar las tropas enemigas y su despreciable número… esta idea no se apartó de mi imaginación y poco faltó para que me hubiese hecho perder la cabeza :me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación …”
Las tropas inglesas comandadas por William Carr Beresford se dirigen sobre la capital, en tanto el Virrey Sobremonte, según un plan preestablecido, dispone el envío de los caudales al interior y se retira hacia Córdoba. Los tesoros caen en manos inglesas y el 27 los invasores ocupan el fuerte de Buenos Aires. Se firma la capitulación el 2 de julio. El jefe inglés toma entonces el juramento de fidelidad a su Majestad Británica a las autoridades civiles y militares de la plaza. Belgrano para no prestar juramento se dirige a la capilla de Mercedes.
Pronto la ciudad se transforma en punto neurálgico de conspiraciones y planes para acabar con el dominio inglés. Los criollos de la ciudad y la campaña organizan las acciones, encabezados por tropas formadas en Montevideo al mando de Santiago de Liniers. Belgrano se entera en su retiro del proyecto y se dispone a pasar a la capital para participar en la lucha, cuando recibe la noticia de la heroica reconquista de Buenos Aires del día 12 de agosto. Beresford capitula y Belgrano se apresta a retornar.
En medio del regocijo popular un cabildo abierto reunido el 14 de agosto, quita al Virrey el mando militar de Buenos Aires, que debe delegarlo en Liniers, y dispone la organización de cuerpos armados para asegurar la defensa de la plaza.
Los habitantes de Buenos Aires comienzan a agruparse según su origen, en cuerpos de voluntarios bajo la dirección de Liniers; Belgrano participa activamente en la formación de los mismos. En tanto decide tomar lecciones básicas sobre milicias y el manejo de las armas. Sobremonte lo designa en 1806 como sargento mayor de la Legión de Patricios voluntario urbanos de Buenos Aires. Pero la necesidad de asumir nuevamente su empleo de Secretario del Consulado, hace que pida prontamente su baja. Sin embargo, cuando Whitelocke desembarca sus tropas en las inmediaciones de la Ensenada de Barragán, Belgrano actúa en la defensa de la ciudad como Ayudante de Campo del Cuartel Maestre General Balbiani.
Nuevamente son vencidos los ingleses y los criollos, artífices del triunfo, toman conciencia de sus fuerzas. La crisis del sistema colonial español acelera la posibilidad de nuestra independencia. Así lo estima Belgrano al conversar con el brigadier general Crawford, estando éste prisionero; “nos faltaba mucho para aspirar a la empresa …Pero, pasa un año, y he ahí que sin que nosotros hubiéramos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión…”.
William Carr Beresford y Santiago de Liniers. Museo Histórico Nacional. ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
Para entender lo que se denominó la guerra de la independencia española y la gesta del 2 de mayo en Madrid, debemos analizar la España de esa época. España, triste es recordarlo, vivía a la sazón el aquelarre de una monarquía corrupta, bajo el dominio absoluto de Carlos IV, un rey inepto y complaciente, y su esposa la reina María Luisa que, bajo la égida del gran aventurero Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, después del Tratado de Basilea en 1795, minaba los cimientos mismos de la nacionalidad, en busca de fantasiosas y quiméricas apetencias de reinos y de imperios imposibles, ya fuera España, Algarves o cualquier otro reino cuya corona se encasquetara en su cabeza.
En virtud, de los tratados de Fontainebleau, las tropas napoleónicas al mando del mariscal Junot, franquearon los Pirineos en octubre de 1807. El 19 de noviembre siguiente, invadieron Portugal, junto con las fuerzas españolas a órdenes del general Juan Carrafa, motivo por el cual,“ipso facto”, la casa Real Lusitana emprendió su exilio, a sus posesiones del Brasil, ocho días más tarde. Setenta y dos horas después el mariscal Junot entraba triunfante en Lisboa.
Todos estos sucesos los vivió intensamente nuestro futuro Libertador, don José de San Martín, entonces capitán segundo del Batallón de Voluntarios de Campo Mayor. La mitad de esa unidad penetró en Portugal a órdenes de su comandante D. Cayetano Iriarte; integrando el ejército de operaciones destinados a aquel reino, que se puso a órdenes del general Solano, marqués del Socorro. La otra mitad sin duda alguna, debió permanecer en su guarnición de la ciudad de Cádiz. No existen constancias, en los Anales, de ese Batallón, que él hubiera intervenido en esa pseudo guerra, que se dio en llamar “de las Naranjas”.
Lo que sí sabemos es que todo ese cúmulo de sucesos fue fundamentalmente decisivo y formativo para el espíritu del joven oficial. La alianza ignominiosa de Francia con España que virtual y prácticamente era una capitulación anticipada frente al enemigo; la acción desembozada del ministro Godoy, que, como ya hemos señalado, aspiraba a suceder a Carlos IV en el Trono; las intrigas inicuas del Palacio Real, que culminarían con la acusación del rey contra su hijo Fernando, tendrían como epílogo el llamado motín de Aranjuez. El viejo y débil monarca abdica en favor de su hijo, que el pueblo aclamaba como “el deseado”, con el nombre de Fernando VII.
Estamos en los últimos meses de 1807. Napoleón, desde luego, dista mucho de tener el ánimo predispuesto para cumplir con los pactos de Fontainebleau. Se ha desplegado una hábil cortina de humo para enmascarar, las maniobras fraudulentas, que inevitablemente llevarían y llevaron a depositar el trono español en manos del Emperador, mientras sus tropas invadían y ocupaban militarmente la península. Ni Godoy ni la reina de Etruria recibieron nada de lo prometido. Con el pretexto de prevenir un ataque inglés, el 22 de noviembre de ese año, hizo entrar en España el II Cuerpo de Observación en la Gironda, compuesto de 25.000 hombres a órdenes del General Dupont; treinta mil efectivos más con el mariscal Moncey, a la cabeza atravesaron los Pirineos e invadieron las provincias vascongadas el 8 de enero de 1808. Catorce mil más entraban en Cataluña a órdenes de Duhesme, dirigiéndose a Barcelona, el 10 de febrero de 1808. El 16 del mismo mes, Napoleón quitándose definitivamente la careta de amistad, ordena ocupar la plaza de Pamplona y el 8 de marzo la de Figueras. De inmediato otro Cuerpo de Ejército francés, bajo el comando de Bessieres, cruzaba el Bidasoa.
Sostienen muchos historiadores que la llegada inusitada e inconsulta de esas tropas no sorprendió a mucha gente, creyendo obedecían al llamado del príncipe heredero; Godoy y sus partidarios creyeron, a su vez, que era lo previsto y urdido por ellos, para secundar sus planes. Las tropas francesas sobrepasaban ya los cien mil hombres. El emperador, ni lerdo ni perezoso, designa como su representante al mariscal Joaquín Murat, gran duque de Berg –su cuñado-, quien arriba a Burgos el 13 de mayo de 1808. La incertidumbre se transforma primero en alarma y luego, de inmediato, en indignación y en pánico.
Se especula -y Godoy lo decide-, que los reyes se instalen en sus posesiones de América, a semejanza de la Corte lusitana, a lo que se opone tenazmente Fernando. Napoleón insiste en su propósito de adueñarse de Portugal y de las provincias septentrionales de España, en virtud de lo cual las fronteras con los galos, ya no serían los Pirineos, sino el Ebro.
Mientras tanto, Carlos IV piensa ingenuamente en partir para América el 16 de marzo por la mañana, sin saber que los Guardias de Corps
-partidarios de Fernando- se lo impedirían. Ante la frustración, tiene el impudor de publicar un manifiesto dirigido al pueblo, desmintiendo el viaje y ensalzando la amistad con los franceses.
El 17 por la noche estalla en Aranjuez, como ya hemos señalado, el conocido motín, encabezado por los partidarios de Fernando. El populacho enardecido quiso hacerse justicia por sus propias manos y asalta el alojamiento de Godoy quien, presa de pánico, apenas tiene tiempo para ocultarse. Para calmar los ánimos, el débil rey lo destituye, pero el día 19 renace la efervescencia y la multitud golpea rudamente a Godoy, salvando milagrosamente la existencia. Carlos IV, dominado por el miedo abdica en favor de su hijo.
Murat, que en el fondo de su corazón, aspiraba a ocupar el trono de los Borbones, no reconoce al nuevo Rey, que en forma desvergonzada, procuraba el apoyo de Napoleón, ordenando impúdicamente fueran bien recibidas las tropas de “su amigo”.
Por imposición de Murat, Carlos IV revoca la abdicación que acababa de hacer y así se lo comunica a Napoleón. Para completar la tragi-comedia, la tristemente célebre María Luisa implora a Murat por su favorito Godoy, expresándose en forma inicua e increíble, contra su propio hijo, Fernando VII.
Para consolidar el plan de dominación que había preparado, Bonaparte no anduvo con ambages ni eufemismo alguno, manifestándoles, como el dueño de la verdad y de la fuerza, que:
Encargado por la Providencia de crear un gran Imperio, para abatir a Inglaterra y habiendo demostrado los hechos que no podía contar con seguridad con España mientras gobernara la familia Borbón, había tomado la resolución de no dar la corona, ni al padre ni al hijo, sino a un miembro de su propia familia.
Surge así el famoso rey apodado “Pepe Botella”, José I, hermano del Emperador. Fue indudablemente la gota que desbordó el vaso. La multitud se encrespó y el odio a los franceses sacudió toda España, especialmente en Madrid. El pueblo en todos sus sectores y estamentos -excepto, naturalmente los eternos traidores, logreros y oportunistas-, se aprestaron a defender con uñas y dientes la independencia y la libertad conculcadas. Sólo faltaba una chispa para encender la hoguera y el incendio estalló el 2 de mayo de 1808 en Madrid.
Entre los momentos estelares de España, que fueron muchos, esa fecha reivindica los blasones y las glorias de otras épocas. Y como que honra a la hispanidad toda, a nosotros, aquí en América, nos llega de muy cerca, como que en esa vorágine colosal, que fue la Guerra de la Independencia Española, están ínsitos los verdaderos principios de la justicia, de libertad e independencia, que guiaron a estos pueblos cuando la mayoría de edad fue llegada, y cuando las reglas de juego fueron tergiversadas y violadas. No es casual que nuestros grandes capitanes se formaran y dieran su sangre en esa lucha gigantesca… Militares, ideólogos, juristas, y teólogos abrevaron en esas fuentes y fueron los campeones y adalides de un nuevo mundo, que, de la confrontación formidable de ambas razas, nació como todo alumbramiento, en medio del dolor y de la sangre, no como enemigos, sino como adversarios que se apreciaron en su justa dimensión. Y viene a cuento aquellas hermosas reflexiones del General D. José de San Martín, nuestro Libertador en ciernes, al virrey La Serna en su conferencia en Punchauca en Perú:
General: he venido desde las márgenes del Plata no a derramar sangre sino a fundar la libertad y los derechos de que la misma metrópoli ha hecho alarde, al proclamar la Constitución del año 12 que VE y sus generales defendieron. Los liberales del mundo son hermanos en todas partes.
Este habilísimo introito caracterizaba la guerra no entre España y América, sino entre dos sistemas antagónicos -absolutismo y liberalismo-, este último caro a todos los presentes. Para agregar enseguida:
La independencia no es inconciliable con los intereses de España y que, de no arribarse a un acuerdo, sus ejércitos se batirán con la bravura tradicional de su brillante historia militar, pero aún cuando pudiera prolongarse la contienda, el éxito no puede ser dudoso para millones de hombres, resueltos a ser independientes.
Faltó alguien que susurrara a los oídos de Napoleón reflexiones tan certeras y generosas como las de San Martín, en la emergencia; pero nadie se atrevió a hacerlo o nadie creyó entonces en el poder omnipotente de los pueblos.
Ese día 2 de mayo el pueblo de Madrid se agolpó frente al Palacio Real, porque sabía que los infantes, que aún permanecían en Palacio, serían llevados a Francia con sus progenitores. Por la mañana, sólo faltaba partir el infante Francisco de Paula, hijo menor de los reyes, de 12 años de edad. Se dice que alguien gritó:
¡Han llevado al rey! ¡Ahora quieren llevarse a las otras personas reales! ¡Traición! ¡Mueran los franceses!
En ese momento, se dice que desde uno de los balcones exclamó un noble a grandes voces:
¡Se llevan al infantito! ¡A las armas!
Fue la chispa esperada que incendió la rebelión. Murat, fuera de sí, ordenó la represión hasta las últimas consecuencias. El Batallón de Granaderos de la Guardia, sin aviso ni advertencia previa, descargó alevosamente sus armas contra la multitud indefensa, y desarmada, lo que por reacción natural produjo el estallido formidable. El pueblo de Madrid, en masa, se sublevó instantáneamente, electrizado contra la infamia luchando a muerte contra los invasores. La Puerta del Sol, La Puerta de la Cebada, el Parque de Montelón y el Rastro, fueron testigos mudos y asombrados de tanto ardor y tanto heroísmo, inusual en los pacíficos ciudadanos. Dos militares españoles, los capitanes de artillería D. Luis Daoiz y D. Pedro Velarde, murieron gloriosamente a título personal conduciendo al pueblo, que luchó sólo, ya que el ejército, atento a las órdenes recibidas, no se movió de sus cuarteles. Mujeres y niños dejaron también el testimonio de su impronta en la Puerta de Toledo, defendida valientemente por las mujeres del barrio de la Paloma.
El inmortal Goya, a través de sus pinceles, nos dejó el testimonio sombrío y elocuente de los bárbaros fusilamientos del 3 de mayo, que continuarían sin forma de proceso alguno, el 4 y el 5, especialmente en la Moncloa.
Se inicia así el heroico levantamiento general de España contra Bonaparte, que se conoce en la historia como Guerra de la Independencia.
Posteriormente, tendría lugar la batalla de Baylén (18 y 22 de julio de 1808) en la que San Martín gana por méritos de guerra su ascenso a Teniente Coronel y se asiste a la firma de capitulación en Andújar entre los generales Francisco Javier Castaños y el Conde de Tilley (españoles) y los generales Mariscot y Chubert (franceses), en la que se estipuló que todas las tropas del General Dupont quedaban prisioneras de guerra (unos 19.000 hombres). Con visible emoción y voz turbada, dijo el mariscal Dupont: “General os entrego esta espada con que he vencido en cien batallas”, a lo que respondió el General Castaños, vencedor en la memorable hazaña, devolviéndole el arma gloriosa: “Consérvela usted, pues para mí ésta es la primer victoria”.
Es oportuno destacar que Manuel Belgrano había estado en España hasta comienzos de 1794, cuando viajó a Buenos Aires para hacerse cargo del puesto de Secretario Perpetuo del Real Consulado de Buenos Aires, y fue influenciado por la Ilustración española y por los ideales de la Revolución Francesa. En el caso de José de San Martín -nuestro futuro Libertador- fue protagonista de los sucesos que estamos narrando, los que servirían para prepararlo para su papel en la Independencia americana. Había luchado en la llanura, en la montaña y en el mar, cubriéndose de gloria en cien combates. En la bizarra actuación de Arjonílla ha puesto en fuga, ha acuchillado y apresado a los vencedores de Austerlitz y ha estado a punto de perecer en el combate, lo que hubiera ocurrido sin la ayuda providencial de un soldado, Cazador de Olivenza, llamado Juan de Dios, que le salvó la vida.
Es bueno recordar que: San Martín jamás abominó de España. Cuando después de servirla lealmente durante veintidós años en los más diversos campos de la guerra, resolvió su regreso a la “tierra de su nacimiento”, lo hizo de acuerdo a los reglamentos militares, pidiendo su retiro del ejército real, como correspondía. Su ambición era salvar en América la libertad que se perdía en la península, y como buen liberal político, su lema era siempre: “Mi causa es la causa de América”; “Mi causa es la causa del género humano”.
Ese era el motor que agitaba hondamente los ideales de nuestros próceres de Mayo, que sacrificaron fama, vida y haciendas para dotarnos de una patria libre y soberana, con Belgrano, Pueyrredón, Monteagudo, etc. etc. a la cabeza de esos idealistas y patriotas con mayúscula.
El pueblo ante el cabildo de Buenos Aires, 25 de Mayo de 1810. ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
El avance de los ejércitos franceses en España, reduce cada vez más el territorio gobernado por la Junta Central de Sevilla, que ha designado a Cisneros como Virrey del Río de la Plata. Estallan sublevaciones que fracasan en distintos puntos del Virreinato – Chuquisaca y La Paz.
Cisneros se ve obligado a abrir el puerto de Buenos Aires a los buques extranjeros aliados o neutrales, por decreto de noviembre de 1809. Previo a ello, Cisneros hace la consulta a las distintas autoridades locales. El Cabildo y el Consulado se declaran en contra, porque representan los intereses de los comerciantes españoles; en tanto los hacendados se pronuncian a través de una Representación de hacendados y labradores, encabezados por el Doctor Mariano Moreno, a favor de la libertad de comercio. La influencia de Belgrano en el escrito es indiscutible.
Primera Junta de Gobierno Patrio 25 de Mayo de 1810. ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
Al conocerse en mayo de 1810 la noticia que la Junta Central de Sevilla se había disuelto ante el avance francés en Andalucía, siendo reemplazada por un Consejo de Regencia, se cuestiona la autoridad de Cisneros, que había sido designado por esa Junta. Se da un proceso por el cual se forma la Primera Junta de Gobierno el 25 de mayo de 1810, destituyendo al Virrey, pero siguiendo siendo fieles a Fernando VII. La teoría suareciana es la base jurídica de la Revolución, ya que establece que estando el Rey imposibilitado de gobernar el poder vuelve al pueblo, quien organiza su propio gobierno. Belgrano se destaca, junto con su primo Juan José Castelli y Mariano Moreno, como el ideólogo de la Revolución de Mayo.
Cisneros, Castelli y Moreno. ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
En los prolegómenos de conmemorarse el bicentenario de La Revolución de Mayo del año de 1810, el hecho cumbre de nuestra historia que compendia las ansias de libertad de muchas generaciones y funde en su crisol la realidad política, económica y social que le circunda, el Instituto Nacional Belgraniano se congratula en ofrecer una sucinta pero ajustada perspectiva histórica de aquella gesta de la que fue arquetipo y hacedor el General Don Manuel Belgrano.
Desde el comienzo mismo del proceso revolucionario rioplatense se procuró evocar perdurablemente los hechos de Mayo. De forma tal que, para mediados de 1811, cuando recién había pasado un año de la instalación de la Junta Gubernativa, el Cabildo dispuso que se erigiera en la Plaza de la Victoria una Pirámide conmemorativa de tales sucesos. Dos años más tarde, mediante una ley (sancionada con fecha del 5 de mayo de 1813), la Soberana Asamblea General Constituyente declaró al 25 de Mayo día de fiesta cívica. Se ordenaba celebrar las denominadas Fiestas Mayas en el territorio de las Provincias Unidas, en virtud de ser un deber de los hombres libres inmortalizar y recordar al pueblo venidero el día del nacimiento de la patria.
Es sabido como, con esa misma inmediatez, se asocian indiscutiblemente la gesta de Mayo de 1810 y la figura egregia de Manuel Belgrano. Domingo Faustino Sarmiento escribió sobre él: “Sus virtudes fueron la resignación y la esperanza, la honradez del propósito y el trabajo desinteresado. Su nombre se liga a las más grandes fases de nuestra independencia, y por más de un camino si queremos volver hacia el pasado, la figura de Belgrano ha de salirnos al paso” [i].
Vale decir, con Mitre, respecto a San Martín y Belgrano: “nadie ignora que son los verdaderos Padres de la Patria”; el primero, como brazo armado de la Revolución y el segundo, como brazo armado también e ideólogo y precursor de Mayo.
[ii]La gran labor de estadista que Belgrano realiza desde su oficina como Secretario del Consulado; su excelencia en la administración pública y su plan en consonancia, dejan traslucir sus intenciones de propiciar un cambio estructural para las provincias del Río de la Plata. Dedicado, ya en su tarea consular, al conocimiento de la realidad americana y consciente de la necesidad del conocimiento mutuo de las distintas regiones que integran el Virreinato para facilitar su fuerte integración, contribuye, con sus notas, desde el Telégrafo Mercantil primero y desde el Correo de Comercio a partir de 1810[iii], a la comprensión del todo aunque la unión efectiva del territorio esté más en sus deseos que en los hechos. Cuando quiere mencionar a las partes integrantes del Virreinato emplea la expresión: “provincias argentinas”, reconociendo la unidad del Virreinato pese a la diversidad que lo conforma, y a la ausencia de cohesión interna.”Mientras que para la Corona el conocimiento del Imperio y sus potencialidades fue puesto al servicio de la sumisión y del reforzamiento del pacto colonial, para los americanos significaba un entusiasmo cada vez mayor por la autonomía y el reconocimiento de las posibilidades diferenciadas de cada región y cada país del continente. Este es el conflicto básico que revela la trayectoria cultural e ideológica de una institución prerrevolucionaria como el Consulado […] Todos estos intentos de reunir, sistematizar y difundir conocimientos útiles al desarrollo autóctono, en definitiva, chocaban fuertemente con la política colonial metropolitana. Las críticas de Belgrano se fueron haciendo cada vez más tajantes y objetivas […], fue intuyendo algunos de los problemas clave del desarrollo económico argentino y generó la radicalización ideológica que sumaría voluntades a la hora el golpe de gracia al sistema colonial” [iv].
Sin embargo dicha acción pionera y responsable no nos presenta todavía con plenitud a Belgrano en su auténtica dimensión revolucionaria. En sus escritos y proclamas aparece la palabra ‘revolución’ pero no se jacta de ella. La ejecuta, callada y firmemente, como corresponde a su talla moral y a su cabal vocación ciudadana. A poco irá convirtiéndose en el mediador y movilizador del proceso revolucionario, que en su estallido lo encontró a él: “habiendo salido por algunos días al campo, en el mes de mayo” [v].
Es entonces cuando, dice: “me mandaron llamar mis amigos a Buenos Aires, diciéndome que era llegado el caso de trabajar por la patria para adquirir la libertad e independencia deseada; volé a presentarme y hacer cuanto estuviera a mis alcances: había llegado la noticia de la entrada de los franceses en Andalucía y la disolución de la Junta Central;éste era el caso que se había ofrecido a cooperar a nuestras miras el comandante Saavedra. Muchas y vivas fueron entonces nuestras diligencias para reunir los ánimos y proceder a quitar a las autoridades, que no sólo habían caducado con los sucesos de Bayona, sino que ahora caducaban, puesto que aún nuestro reconocimiento a la Junta Central cesaba con su disolución, reconocimiento el más inicuo y que había empezado con la venida del malvado Goyeneche, enviado por la indecente y ridícula Junta de Sevilla. No es mucho, pues, no hubiese un español que no creyese ser señor de América, y los americanos los miraban entonces con poco menos estupor que los indios en los principios de sus horrorosas carnicerías, tituladas conquistas”[vi].
Para comprender el contexto en el que se ve inmerso Belgrano vale reseñar los sucesos de entonces:
A posteriori de la derrota del ejército español en las Navas de Tolosa el 20 de enero de 1810, Andalucía cayó en manos de Napoleón, y su hermano José ingresó en Sevilla el 1º de febrero de 1810. La casa real por completo se hallaba prisionera en Francia. Con la salvedad de Cádiz y la isla de León, defendidas por el duque de Albuquerque con apoyo británico, todo el territorio español quedaba bajo dominio francés. La Junta Suprema se autodisolvió, presionada por el general Wellesley y el embajador británico Frere, aunque en arreglo con la Junta de Cádiz instauró el Consejo de Regencia, que inútilmente pretendió gobernar España y sus colonias en nombre del rey Fernando VII.
El 13 de mayo de 1810 las noticias de la caída de Andalucía llegaron a Buenos Aires a bordo de la “Mistletoe”, y a Montevideo a bordo de embarcaciones británicas: los franceses ocupaban Andalucía y se había disuelto la junta de Sevilla, el cuerpo de gobierno que había nombrado al virrey, y último bastión de la resistencia española contra Francia. Cisneros expresó públicamente su pesimismo sobre el porvenir de España y su decisión de luchar por la independencia de América, solicitando unión y calma a la población. Aunque nos pese Napoleón Bonaparte provocó la fractura y el cambio, ya que sembró el terreno para que en el Río de la Plata la Revolución de Mayo definiera los destinos de los pueblos. Los distintos grupos políticos intensificaron las reuniones secretas; los patriotas se reunían en lo de Vieytes y en lo de Nicolás Rodríguez Peña, según dice el propio Cornelio Saavedra, casa en la que había “una gran reunión de americanos que clamaba por que se removiese del mando al virrey, y se crease un nuevo gobierno americano”[vii].
La acción revolucionaria era inminente: la resistencia española acabaría de un momento a otro, en poco tiempo España estaría plenamente dominada por Napoleón y América pasaría a ser colonia francesa. La coyuntura crítica parecía exigir separarse de la anarquía española, deponer a Cisneros y formar un gobierno propio.
Ante la noticia de la disolución de la Junta Suprema, que en teoría había intentado representar hasta allí la soberanía española, el 20 de mayo el Cabildo, los jefes militares y los vecinos principales decidieron tomar medidas para la defensa contra Francia. Surgió pues la idea de un Cabildo Abierto, a la manera de un Congreso General de vecindario, que votara la deposición de Cisneros y el plan a seguir.
Saavedra y Belgrano, representando a los militares y a los intelectuales patriotas, fueron al Cabildo y expusieron sus pedidos a los alcaldes Leiva y Juan José Lezica. Cisneros se negó a aceptar el Cabildo Abierto. Propuso en cambio convocar a todas las provincias del Virreinato pues confiaba casi ciegamente que el interior, más conservador y en eterna rivalidad con Buenos Aires, lo sostendría a él contra los porteños. La urgencia dictaba controlar la incipiente revuelta popular. Reunió a los jefes militares a fin de resolver esta crisis que desafiaba su autoridad como virrey; obvio decir que Cisneros necesitaba apoyarse en la fuerza militar. A las ocho de la noche del mismo día 20 convocó a los comandantes de la ciudad, que se negaron a brindarle soporte alguno. El comandante Saavedra le respondió que, frente a la situación española, estas provincias reasumirían sus derechos de autogobierno, y que el virrey carecía ahora de autoridad: “¿Los derechos de la Corona de Castilla a que se incorporaron las Américas, han recaído acaso en Cádiz y la isla de León, que son parte de Andalucía? No, señor: no queremos seguir la suerte de España, ni ser dominados por los franceses. Hemos resuelto reasumir nuestros derechos, y conservarnos por nosotros mismos. El que a V.E. dio autoridad para mandarnos ya no existe, de consiguiente tampoco V.E. la tiene ya; así pues, no cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerse en ella”[viii].
Al no poder contar con respaldo militar, Cisneros se dio por vencido, resignándose a aceptar la atribución de elegir la forma de gobierno que los vecinos exigían para sí. Confiaba, sin embargo, en que el Cabildo buscaría mantener al virrey en la jefatura del gobierno, con el apoyo de algunos patriotas que pensaban factible alcanzar la independencia con su figura. Mientras tanto, los militares patriotas resolvieron el acuartelamiento de los batallones porteños, listos para salir a la calle.
Al día siguiente, una multitud cubrió la plaza mayor al grito de “Abajo el Virrey”, conducida por French y Beruti reclamó Cabildo Abierto, exigiendo la representación del pueblo en las decisiones. A su vez repartían unas cintas blancas que la gente ataba a los sombreros para identificarse.
Desde allí en adelante, en todos los documentos aparecería el “pueblo” apoyando la revolución. El Cabildo[ix] solicitó a Cisneros permiso para convocar al pueblo a un “congreso público”[x], y éste dio autorización para un Cabildo Abierto limitado a los vecinos principales, creyéndolo el procedimiento más cierto de asegurar el orden. Era el último recurso del virrey para conservar su autoridad, teniendo fe en el apoyo de los vecinos peninsulares. A estas alturas todos, incluido el virrey, coincidían en el principio de que la soberanía residía en el pueblo y que debía aceptarse el deseo de la mayoría. Saavedra sería el responsable del orden público.
Según Belgrano, la instalación del gobierno independiente americano se hizo dentro de los cauces institucionales consagrados por el Derecho Indiano, pues para convocar el cabildo abierto no se actuó por sorpresa, ni con violencia, ni siquiera empleando métodos subrepticios, sino con previa autorización del Virrey, y con intervención directa del Cabildo de Buenos Aires a través de su presidente (Lezica), y del síndico procurador general (Leiva).
Se hicieron 450 invitaciones para los vecinos más destacados, convocándolos a Cabildo Abierto, o congreso general, para el día siguiente martes 22 de mayo de 1810. El 22 se reunieron más de doscientos ciudadanos en el Cabildo[xi]. El regimiento Patricios controlaba las participaciones al Cabildo Abierto que mostraban los vecinos. French y Beruti estaban con un centenar de jóvenes del comercio, todos armados; a quienes les decían “La Legión Infernal”[xii].
La consigna a discutir y votar era resumidamente “Si Cisneros, debía cesar o continuar en el mando de estas provincias en las circunstancias de hallarse solamente libre del yugo francés, Cádiz y la isla de León, y si se debía erigir una Junta de Gobierno que reasumiera el mando supremo de ellas”.
El obispo de Buenos Aires, Benito Lué, expresó la tesis del bando peninsular de que no debía producirse cambio alguno, pues mientras existieran autoridades españolas, cualesquiera que fueran ellas, éstas debían gobernar las colonias americanas. Dicha tesis fue rebatida por el abogado criollo Juan J. Castelli, quien se basó en el hecho jurídico de que América no dependía de España sino del monarca. Belgrano, como su primo, tenía la certeza de que América no sólo no dependía sino que ni siquiera tenía vínculo constitucional alguno con España. Su histórico lazo de unión era solamente, desde el punto de vista político, con la corona de Castilla, a la que estaba incorporada desde 1492 y, por consiguiente, el de Indias era un reino que no se encontraba sometido a ninguno de los otros reinos de la península española[xiii].
Castelli estimaba con toda lógica pues, que ante la ausencia del monarca y la ocupación de España por los franceses, sólo cabría reasumir la soberanía popular y nombrar un gobierno representativo. El fiscal de la Audiencia, el respetado jurista Manuel Genaro de Villota, dijo aceptar la tesis de Castelli, pero sostuvo que la soberanía popular no podía ser ejercida por una sola provincia o municipio, y antes de tomar decisiones se debía consultar con las demás jurisdicciones del virreinato. A la postura de Villota respondió Juan José Paso, el abogado patriota de mayor prestigio, arguyendo que Buenos Aires era la “hermana mayor” de las provincias, y que ante la urgencia debía asumir la gestión de sus negocios, sin perjuicio de consultar con el resto a posteriori. La Asamblea aclamó el discurso de Paso, que se convirtió en el héroe de la jornada. Hubo consenso en la ilegitimidad de los títulos del virrey. Muchos peninsulares, incluido el general Pascual Ruiz Huidobro y los conservadores canónigos, votaron por la cesación del virrey y la elección de un nuevo gobierno.
Cornelio Saavedra se expresó en los siguientes términos: “debe subrogarse el mando superior que obtenía el excelentísimo señor virrey en el excelentísimo Cabildo de esta capital, ínterin se forma la corporación, o junta que debe ejercerlo; cuya formación debe ser en el modo y forma que se estime por el excelentísimo Cabildo, y no quede duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando”[xiv].
En la reunión el voto de Belgrano concordó con el de Saavedra, de quien luego dirá Manuel: “No puedo pasar en silencio las lisonjeras esperanzas que me había hecho concebir el pulso con que se manejó nuestra revolución, en que es preciso, hablando verdad, hacer justicia a don Cornelio Saavedra”[xv].
Se entiende pues, en esa línea de pensamiento, que Belgrano tuviera estima del: “Congreso celebrado en nuestro estado para discernir nuestra situación, y tomar un partido en aquellas circunstancias, debe servir eternamente de modelo a cuantos se celebren en todo el mundo. Allí presidió el orden; una porción de hombres estaban preparados para a la señal de un pañuelo blanco, atacar a los que quisieran violentarnos; otros muchos vinieron a ofrecérseme, acaso de los más acérrimos contrarios, después, por intereses particulares; pero nada fue preciso, porque todo caminó con la mayor circunspección y decoro. ¡Ah, y qué buenos augurios!”[xvi].
El 23 de mayo el Cabildo se reunió para terminar el escrutinio. La Asamblea había resuelto claramente que “en la imposibilidad de conciliar la tranquilidad pública con la permanencia del Sr. Virrey en el mando y régimen establecido” la autoridad recayera provisionalmente en el Cabildo, quien designaría una Junta “en la manera que estime conveniente”[xvii].
Esta Junta ejercería el gobierno hasta que se reunieran los diputados de todas las provincias para establecer una forma de gobierno más permanente. Consecuente con estas facultades, el 24 de mayo el Cabildo[xviii] designó una Junta de Gobierno provisional cuyo presidente era el ex virrey Cisneros y los vocales el comandante Cornelio Saavedra, el doctor Juan José Castelli[xix], el presbítero Juan Nepomuceno Solá y el comerciante José Santos Incháurregui. La Junta debía obrar para preservar la integridad de esta parte de los dominios de América para Fernando VII y sus legítimos sucesores, y debía observar escrupulosamente las leyes del reino[xx].
Esta solución pseudoconservadora que mantenía a Cisneros al frente del gobierno trataba, entre otros fines, de evitar la oposición del interior a las resoluciones de Buenos Aires. Los militares aprobaron la decisión del Cabildo, los peninsulares se felicitaron de ver al virrey a cargo del gobierno aunque bajo un título diferente, y el mismo día 24 se celebró la jura del nuevo gobierno. Aunque en los círculos revolucionarios, que detestaban a Cisneros desde su represión de la rebelión patriota en el Alto Perú, cundió la protesta, que alcanzó fugazmente a los cuarteles.
Por temor a la inminencia de un levantamiento, el Cabildo consideró la necesidad de separar al virrey. En un instante de ardor patriótico, en la casa de Nicolás Rodríguez Peña, Belgrano juraba a fe de caballero, ante la Patria y sus compañeros, que si no era derrocado el Virrey a las tres del día siguiente, él lo derribaría. Hacia el anochecer, los oficiales del cuerpo de Patricios entraron en permanente deliberación, y no resultó sencillo aquietar los ánimos para postergar la decisión hasta el venidero 25[xxi].
La misma Junta Provisional, alarmada por la situación, se dirigió al Cabildo para solicitar su reemplazo. El Cabildo se reunió a la mañana siguiente para considerar esta petición. En un principio trató de rechazar la renuncia y sostener a la Junta designada el día anterior. Por lo pronto, ya French y Beruti agitaban a la gente, adelantándose en la proposición de los nombres de los integrantes de una nueva junta: presidente y comandante de armas Cornelio Saavedra; vocales Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu y Juan Larrea; y secretarios Juan José Paso y Mariano Moreno. El Cabildo ante tanta presión aceptó finalmente la renuncia de Cisneros y sus vocales, y proclamó como nueva Junta de Gobierno la mencionada en el petitorio popular[xxii].
Si se piensa abiertamente se imitaba el procedimiento adoptado por las Juntas erigidas en las provincias españolas para defender la independencia nacional, con la diferencia de que los patriotas porteños se rebelaban contra el Supremo Consejo de Regencia. Se reconocía que el origen de la soberanía residía en el pueblo, y la Junta gobernaría en nombre de Fernando VII, reclamando obediencia de las Intendencias y autoridades del antiguo virreinato, y exigiéndoles el juramento de lealtad y la fidelidad debida al monarca castellano. Por ende, “el que los americanos tomaran en sus propias manos su destino nacional en forma provisoria por medio de una Junta de Gobierno […], y simultáneamente, proclamaran su fidelidad a Fernando VII y sus sucesores legítimos, era un hecho perfectamente coherente, tal como lo había sido en la Península”[xxiii].
Dice Francisco Eduardo Trusso que: “consecuencia jurídica, lógica y natural, de la teoría del pacto celebrado con la Corona es el juramento e invocación a Fernando, uniformemente reiterado por todos los gobiernos que se instalan en América en carácter de representantes y conservadores de la real soberanía […] Todas estas invocaciones de fidelidad a Fernando, repetidas al unísono por los gobiernos revolucionarios, echaban raíces en un terreno más hondo y vital que el de los razonamientos jurídicos. Correspondían a una constante social […] que desde los días iniciales de la Conquista y hasta las vísperas revolucionarias empujó a los criollos a una porfiada veneración al monarca”[xxiv].
Ahora bien, en el plano de esa fundamental disidencia jurídico-política, la argumentación de la Metrópoli, en voz de las autoridades españolas, proclamaba la soberanía del rey como órgano y representante de la nación española, por ende, si el monarca se ausentaba, América y los americanos debían prestar sumisión al gobierno que se diese aquella nación española, una sola en uno y otro hemisferio.
Por su parte la actitud revolucionaria de los americanos está justificada, de acuerdo a lo entendido por Belgrano, por aquel remanido pero valido argumento del pacto de unión con la Corona de Castilla, puesto que: “los pueblos de la Península europea no tienen contrato, o derecho alguno sobre los de América, ni hay una fundación o ley que indique lo contrario. El monarca, pues, es el único con quien han contratado los establecimientos de América, de él es de quien únicamente dependen, y él solo los une a la España”[xxv].
Ello no era suficiente para contrarrestar la argumentación de la Regencia como legítima representante de Fernando VII ejerciendo la autoridad del mismo monarca. También en este caso se apelará a los principios jurídico-políticos de unión de la monarquía castellana con América, cuya personalidad política otorgábale plena autonomía continental frente a la Península española. Belgrano sostenía que la: “celebrada Ley Primera, título primero, libro tercero de Indias, que contra su manifiesto contexto y testimonio uniforme de la historia han querido y pretenden que sea un vínculo de dependencia de las Américas a la España inalterable aún por el mismo soberano, es, cabalmente, el documento más auténtico de la facultad de las Provincias del Río de la Plata para reclamar su independencia de la España, y de la legitimidad con que puede a Vuestra Majestad concedérsela. La citada ley es el contrato que por la primera vez celebró en Barcelona a 14 de septiembre de 1519 el Emperador Carlos V a favor de los conquistadores y pobladores de las Américas, no sólo jurándoles no enajenarlos o separarlos de la Corona de Castilla, sino facultándoles hiciese lo contrario: y esto precisamente en consideración a sus dispendios y trabajos. Es indudable que esta ley sólo es obligatoria al Monarca, y que ninguna relación tiene con la España”[xxvi].
La tesis esbozada por Manuel Belgrano se ufanaba por dejar en claro “que el reino de Indias estaba exclusivamente incorporado a la corona de Castilla, integrando simplemente, con los demás reinos de la península española, la monarquía de los Borbones, y en consecuencia, resultaba legítimo sostener que los criollos eran, en todo, iguales a los españoles peninsulares“[xxvii].
Teniendo en cuenta la situación jurídico-política de las provincias que integraron el Virreinato del Río de la Plata, y en virtud de la recién citada concepción histórica tradicional era aceptable el siguiente razonamiento: Quedando vacante el trono por la abdicación o imposibilidad de su legítimo depositario nada obliga a los reinos de América a prestar obediencia y sometimiento a las autoridades de los gobiernos peninsulares elegidos durante la acefalía. Según esgrime la Junta de Buenos Aires “Si el rey hubiese nombrado la regencia no habría cuestión sujeta al reconocimiento de los pueblos; pero como la de Cádiz no puede derivar sus poderes sino de los pueblos mismos, justo es que éstos se convenzan de los títulos con que los han reasumido”. Inclusive se extiende la argumentación en el hipotético caso de que primara la tesis de la Regencia como legítima representante del rey en España: ella no gozaría de autoridad sobre América porque si bien el mismo virrey del Río de la Plata era representante del rey no estaba legítimamente autorizado a gobernar en Lima.
En definitiva, aquellas álgidas Jornadas de Mayo de 1810, están dotadas, desde la perspectiva belgraniana de un propósito y significado dual. Por un lado la manifestación de lealtad al soberano y a la Corona de Castilla usurpada por el hermano de Napoleón; y por otro lado, el deseo de independencia respecto de la metrópoli española, juntamente con el desconocimiento del Consejo de Regencia por su dudosa legitimidad más las intenciones de sujetar al coloniaje a los reinos de América.
A pesar de que el mismo Belgrano se descalifica como jurista no hay que dar demasiado crédito a sus palabras debido a su excesiva modestia, ya que los hechos de la Revolución de Mayo nos muestran no sólo a un revolucionario sino también a un especialista en leyes.
Belgrano seguía relatando los sucesos de Mayo y sus inmediatas derivaciones que lo vieron partícipe, según su habitual proverbialidad: “Se vencieron al fin todas las dificultades, que más presentaba el estado de mis paisanos que otra cosa, y aunque no siguió la cosa por el rumbo que me había propuesto, apareció una junta, de la que yo era vocal, sin saber cómo ni por dónde, en que no tuve poco sentimiento. Era preciso corresponder a la confianza del pueblo, y todo me contraje al desempeño de esta obligación, asegurando, como aseguro, a la faz del universo, que todas mis ideas cambiaron, y ni una sola concedía a un objeto particular, por más que me interesase: el bien público estaba a todos instantes a mi vista”[xxviii].
De este último aserto figuran para testimoniarlo sus actividades periodísticas y sus informes y memorias del Consulado; así como pronto también su accionar militar y diplomático.
Sus esperanzas seguían firmes en el desenvolvimiento del proceso revolucionario pues confiaba, como es su costumbre, en la Suprema Divinidad que todo lo guía: “Casi se hace increíble nuestro estado actual. Mas si se recuerda el deplorable estado de nuestra educación, veo que todo es una consecuencia precisa de ella, y sólo me consuela el convencimiento en que estoy, de que siendo nuestra revolución obra de Dios, él es quien la ha de llevar hasta su fin, manifestándonos que toda nuestra gratitud la debemos convertir a S. D. M. y de ningún modo a hombre alguno. Seguía pues, en la junta provisoria, y lleno de complacencia al ver y observar la unión que había entre todos los que la componíamos, la constancia en el desempeño de nuestras obligaciones, y el respeto y consideración que se merecía del pueblo de Buenos Aires y de los extranjeros residentes allí: todas las diferencias de opiniones se concluían amistosamente y quedaba sepultada cualquiera discordia entre todos”[xxix]“.
Sostiene Mariluz Urquijo que puesto que a Belgrano “le sobran energía y lucidez no cree en diálogos imposibles ni admite pluralismos que debiliten la Revolución […]En ese inflamado clima revolucionario, en el que muchos, sacudidos por oleadas de entusiasmo, pretenden acelerar las transformaciones haciendo tabla rasa de la situación de la víspera para edificarlo todo de nuevo, Belgrano da siempre una lección de equilibrio y de reflexión pues si busca el cambio también le importa, y mucho, el orden. Ya antes de Mayo teme que Cisneros pueda llegar a plantificar entre nosotros “el desorden que reina en la Península” y toda su actuación posrevolucionaria está dirigida por el anhelo de conseguir una estabilidad que permita gobernar y renovar el país” [xxx].
Consiguientemente, las alternativas políticas que se viven a partir de Mayo de 1810, hacen que Belgrano actúe como militar, para defender a la Patria Naciente. A pesar de ser abogado y de haberse desempeñado de manera brillante como Secretario del Consulado y aunque no poseía formación castrense, se esmeró tanto en el mando de las tropas que mereció los elogios de San Martín, quien dijo “Es lo mejor que tenemos en la América del Sur”[xxxi], y Mitre expresa que estaba dispuesto a ser “el héroe o el mártir de la Revolución, según se lo ordenase la ley inflexible del deber”[xxxii].
Belgrano se desempeñó dignamente en la Expedición al Paraguay, en donde obtuvo un triunfo diplomático al llevar el espíritu revolucionario al Paraguay.
Su legajo militar se enriquecería puesto que a comienzos de 1812, Belgrano se encontraba ocupado en la erección de una fortaleza fluvial en Rosario, para responder a la reacción de los realistas que atacaban desde la Banda Oriental. En esas circunstancias, con motivo de inaugurarse las baterías de Rosario, Libertad e Independencia, y careciendo de bandera para ello, dispuso la confección de una con los colores de la escarapela. La ceremonia de inauguración, al decir de los historiadores y poetas, alcanzó contornos emotivos.
En oficio al Triunvirato, Belgrano expresaba lo siguiente: “Las banderas de nuestros enemigos son las que hasta ahora hemos usado; pero ya que V.E. ha determinado la escarapela nacional con que nos distinguiremos de ellos y de todas las naciones, me atrevo a decir a V.E. que también se distinguieran aquéllas, y que en estas baterías no se viesen tremolar sino las que V.E. designe. ¡Abajo, Excelentísimo Señor, esas señales exteriores que para nada nos han servido y con las que parece que aún no hemos roto las cadenas de la esclavitud!” [xxxiii].
Este documento revela el espíritu independentista de Belgrano, que en un acto verdaderamente revolucionario, creó nuestra enseña patria.
El segundo aniversario de la revolución, 25 de Mayo de 1812, encuentra a Belgrano en San Salvador de Jujuy, quien, solemnemente lo celebra. ‘[xxxiv]En el proceso de reorganización de los efectivos ve (como en Rosario) que es una oportunidad para avivar el patriotismo de los soldados y levantar o más bien recuperar el espíritu del pueblo, es preciso que el ejército posea para combatir un símbolo de la nacionalidad: la bandera. Es confeccionada en Jujuy, pues, la primera bandera del Ejército Auxiliador del Perú. La bandera celeste y blanca nueva hace otra vez su aparición ante las tropas del Ejército. Rodea a la ceremonia cívico-militar un marco tocante de esplendor que logra conmover a los asistentes. Belgrano en horas de la tarde, formando en cuadro el Ejército pequeño alrededor de la plaza y con la gente de Jujuy de testigo, levanta la bandera en sus manos y emite, a tropas y pueblo, una arenga inolvidable y emocionante: “Soldados, hijos dignos de la Patria, camaradas míos: Dos años ha que por primera vez resonó en estas regiones el eco de la libertad y él continúa propagándose hasta por las cavernas más recónditas de los Andes; pues que no es obra de los hombres, sino del Dios Omnipotente que permitió a los Americanos que se nos presentase la ocasión de entrar al goce de nuestros derechos: el 25 de Mayo será para siempre memorable en los anales de nuestra historia y vosotros tendréis un motivo más para recordarlo, cuando véis en él por primera vez, la bandera nacional en mis manos, que ya os distingue de las demás naciones del globo, sin embargo de los esfuerzos que han hecho los enemigos de la sagrada causa que defendemos, para echarnos cadenas y hacer más pesada las que cargaba. Pero esta gloria debemos sostenerla de un modo digno con la unión, la constancia y el exacto cumplimiento de nuestras obligaciones hacia Dios, hacia nuestros hermanos y hacia nosotros mismos; a fin de que la Patria se goce de abrigar en su seno hijos tan beneméritos, y pueda presentarla a la posteridad como modelos que haya de tener a la vista para conservarla libre de enemigos, y en el lleno de su felicidad” [xxxv].
Un día después de la conmemoración del segundo aniversario del 25 de Mayo, Belgrano fue designado general en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú, en propiedad’. Bajo ese cargo obtuvo las dos grandes victorias de Tucumán y Salta, que le permitió decir a la hora de su muerte que dejaba dos hijas inmortales: Tucumán y Salta. En 1813, pues, la Asamblea Constituyente, a raíz de la victoria de Salta, dona a Belgrano la cantidad de 40.000 pesos. Este los destina a la fundación de cuatro escuelas; en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero, y elabora un Reglamento, que debía regir en las mismas. Belgrano presentó a consideración del gobierno el Reglamento. Este documento, que refleja el interés de Belgrano por la educación, aún en tiempos de guerra, está fechado el 25 de mayo de 1813: un nuevo aniversario de la Gesta de Mayo. Azarosa o pensadamente, vaya a saberse, se coligaban sus ideas pioneras en instrucción y educación pública con el espíritu emancipador de Mayo
Así como en el éxito, también en la desventura que significó las acciones de Vilcapugio y Ayohuma, Belgrano escribe una carta a San Martín, desde Humahuaca, comentando: “Paisano y amigo: No siempre puede uno lo que quiere, ni con las mejores medidas se alcanza lo que se desea; he sido completamente batido en las pampas de Ayohuma cuando más creía conseguir la victoria. Pero hay constancia y fortaleza para sobrellevar los contrastes y nada me arredrará para servir, aunque sea en la clase de soldado, por la libertad e independencia de la Patria” [xxxvi].
Todavía le quedaba afrontar a Belgrano una nueva destitución después de las citadas batallas y faltábale, asimismo, una nueva reposición en el mando del Norte. Belgrano,pues, pugnará en Tucumán por mantener el espíritu inicial de la epopeya de Mayo, dando pelea a la enfermedad que ya minaba su salud y a la demagogia que iba socavando la resistencia de los pueblos por él liberados.
Es así que, en otra muestra más de su obediencia y respeto por las instituciones, Belgrano será el primero que haga jurar a su ejército del Perú fidelidad a la nueva Constitución de 1819, simbólicamente un 25 de Mayo[xxxvii].
[xxxviii]Consciente de que se acercaba el final de una vida sacrificada en pos del bien general de la Patria, máxima suprema de un verdadero estadista, procedió a redactar su testamento. Lo hacía el 25 de Mayo de 1820, precisa y exactamente diez años después de la gesta revolucionaria a la que había contribuido como el que más.
En definitiva, el 20 de junio de 1820, un trágico día, a las siete de la mañana, cuando las Provincias Unidas del Río de la Plata se hallaban sumidas en la cuasianarquía y las “montoneras” asomaban a las puertas de la ciudad convulsionada, el viejo maestro de virtudes, jurista, sociólogo y soldado, bajaba a la tumba. No extraña que sus palabras finales fueran “¡Ay, patria mía!”
El General de la Independencia al servicio del Perú y de las Provincias Unidas, Juan Pardo de Zela, con sus palabras, altamente elogiosas pero ajustadas a la verdad, sirven de excelente corolario para ilustrar su carácter y labor: “él se hallaba animado de un patriotismo a toda prueba y su celo era el origen; al paso que sabía distinguir lo útil despreciaba lo inútil, esto último lo hizo tocar sinsabores bien amargos, y acaso que hubiese desaparecido de la escena prematuramente: recibe dignas cenizas, en este momento en que mi pluma te recuerda, el justo tributo que mis ojos prodigan a tus virtudes; el espíritu de facción, la negra envidia, te arrancó el sepulcro donde debías descansar al lado de la tumba de Washington, pero vives en el corazón de aquellos buenos ciudadanos que entrevieran en ti el héroe de la América del Sur; les faltaste y la anarquía los devora; vivirás sí, porque aún mi pluma vive para cantar tus glorias y tus virtudes; no eras Espartano, pero querías imitarlos, no eras Phoción en Atenas, pero eras Belgrano en Buenos Aires, cuyos hijos irán a la tumba a derramar flores y tomarte por modelo, si ya no han empezado. ¿Pero cómo han de empezar cuando la sangre de tus hijos humea diariamente en su plaza y en sus campos? Triste cuadro; otra pluma que te pinte, que la mía sólo hace recuerdos de las jornadas prósperas y adversas, que fijaron la emancipación Americana de la nación Española” [xxxix].
Antoloketz, Daniel; “La diplomacia de la Revolución de Mayo y las primeras misiones diplomáticas hasta 1813” en Historia de la Nación Argentina, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, El Ateneo, 1949, vol. V.
[xxxix] Memorial del General Don Juan Pardo de Zela, español al servicio de Buenos Aires y del Perú; Archivo Nacional de Chile-Archivo Vicuña, volúmen 147., trascripto en Luzuriaga, Aníbal Jorge; “España y América: dos mundos y un destino en común” en Anales, Buenos Aires, Instituto Belgraniano Central, 1997, número 7, pp. 126-127.
Desde 1873 se alza el monumento a Belgrano en la actual Plaza de Mayo. ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
Nos interesa destacar la actuación de Manuel Belgrano como militar. Si bien él era abogado y se había desempeñado de manera brillante como Secretario del Consulado, las circunstancias políticas que se viven fundamentalmente a partir de Mayo de 1810, hacen que actúe como militar, para defender a la Patria Naciente.
Durante la primera invasión inglesa, Belgrano es llamado a prestar servicios como capitán de milicias urbanas, rango que poseía ad honorem desde hacía diez años. En tal ocasión advierte, tal como lo expresa en su Autobiografía, las dificultades para completar los efectivos de la tropa, porque era “mucho el odio que había a la milicia en Buenos Aires’’.(1)
Se ha reiterado que Belgrano fue “un general improvisado, militar por casualidad’’, a lo cual colaboró él mismo con la particular modestia con que consideró siempre su propia conducta y en especial, sus comienzos militares. Pero la historia militar nos enseña que ningún general improvisado logró éxito en su desempeño, alcanzando dignidad en la victoria y grandeza en la derrota, como alcanzara Belgrano en Tucumán y Salta y en Paraguary, Tacuarí, Vilcapugio y Ayohuma. Belgrano superó su falta de formación militar temprana, imponiéndose la exigencia de servir con dignidad a la Patria, que se hallaba en grave peligro.
La vocación militar se impone a Belgrano cuando en 1806 por falta de preparación militar Buenos Aires sufre la humillación de ser subyugada por el invasor extranjero. En esas circunstancias resuelve consagrarse al aprendizaje militar básico “por si llegaba el caso de otro suceso igual al de Beresford, u otro cualquiera, de tener una parte activa en la defensa de mi patria, agregando que no era lo mismo vestir el uniforme militar que serlo’’.
Espada de honor concedida por la Asamblea General Constituyente al general Belgrano como reconocimiento por las victorias que obtuvo en Tucumán y Salta. ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
Estudia las prescripciones militares de la época, fundamentalmente influidas por las Ordenanzas de Carlos III, código moral que regía todas las actividades funcionales y disciplinarias en guarnición y en campaña, tanto en el servicio, en el combate, en lo espiritual y jurídico. Estas Ordenanzas que datan de 1768, aún perduran en el espíritu de algunos de los reglamentos actuales y en el Código de Justicia Militar vigente.
Las Ordenanzas prescribían en uno de sus artículos que el verdadero espíritu de la profesión militar se basaba en el valor, la prontitud en la obediencia y gran exactitud en el servicio. El espíritu de Belgrano, hombre disciplinado y austero, se adaptaba perfectamente para la vida militar.
En 1806, ante la primera invasión inglesa, Belgrano se somete al aprendizaje “de los rudimentos más triviales de la milicia…tomando un maestro que le diese nociones más precisas y le enseñase el manejo de las armas’’.
Belgrano se desempeñó dignamente en la Expedición al Paraguay, en donde si bien fracasó desde el punto de vista militar, obtuvo un triunfo diplomático al llevar el espíritu revolucionario al Paraguay.
Como General en Jefe del Ejército del Norte obtuvo las dos grandes victorias de Tucumán y Salta, que le permitió decir a la hora de su muerte “dejo dos hijas inmortales; Tucumán y Salta”.
Sufrió múltiples sinsabores, tales como el proceso de 1811, por su desempeño en la campaña al Paraguay. Finalmente la Junta reconoce el 9 de agosto de 1811 que “…Manuel Belgrano se ha conducido en el mando de aquel ejército con un valor, celo y constancia dignos del reconocimiento de la Patria; en consecuencia queda repuesto en los grados y honores que obtenía …’’.
Trabó una profunda amistad con José de San Martín cuando fue reemplazado por éste en el cargo de General en Jefe del Ejército del Norte. Ambos, si bien muy diferentes entre sí, son las figuras más representativas de la gesta de la emancipación argentina.
San Martín y Belgrano intercambiaron una correspondencia por demás interesante. En una de sus cartas, Belgrano le dice a San Martín; “Conserve la bandera que le dejé; que la enarbole cuando todo el ejército se forme; que no deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes, nombrándola siempre nuestra generala, y no olvide los escapularios a la tropa. Deje usted que se rían; los efectos lo resarcirán a usted de la risa de los mentecatos, que ven las cosas por encima. Acuérdese usted de que es un general cristiano, apostólico romano; cele usted de que en nada, ni aun en las conversaciones más triviales, se falte el respeto de cuanto diga a nuestra santa religión’’. (2)
San Martín le escribió a Tomás Godoy Cruz el 12 de marzo de 1816, tras el fracaso del general José Rondeau en la tercera campaña al Alto Perú, culminada en la derrota de Sipe Sipe: “En el caso de nombrar a quien deba reemplazar a Rondeau, yo me decido por Belgrano; éste es el más metódico de lo que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame que es lo mejor que tenemos en América del Sur.’’
Las luchas civiles entre los caudillos del Litoral, López y Ramírez, liderados por Artigas, y el gobierno del Directorio, obligaron al Ejército del Norte, bajo el mando de Belgrano a participar en éstas. Sin embargo, Belgrano aceptó de buen grado el acuerdo firmado por Viamonte, su subordinado, con López, en 1819.
Después de haber dedicado su vida a su Patria, se retira gravemente enfermo y prácticamente en la indigencia, a morir en Buenos Aires. El dolor por las luchas internas, hace que antes de morir diga; “Ay, patria mía”.
Juan José Paso, Javier de Elio, Miguel E. Soler, Gral. Rondeau y José Artigas
En tanto la causa revolucionaria se extendía por la América del Sur, en Montevideo se concentraba uno de los puntos de resistencia realista. El cabildo de esa ciudad se había negado a reconocer a la junta de Buenos Aires, reprimiendo duramente y en especial en la campaña, a todo sospechoso de adhesión al gobierno de Buenos Aires. A pesar de ello, la campaña de la Banda Oriental se mostraba favorable para la causa patriota: La Junta de Buenos Aires intentó sumar a la Banda Oriental a la causa revolucionaria y comisionó ante las autoridades de la Banda Oriental al secretario Juan José Paso, quien expuso los fundamentos revolucionarios y la necesidad e importancia de unir esfuerzos para hacer frente al peligro de una eventual agresión portuguesa. Pero a pesar de haber desarrollado su misión con empeño, las gestiones fracasaron.
El Consejo de Regencia de Cádiz había nombrado Virrey del Río de la Plata a Francisco Javier de Elío, que regresó a Montevideo el 12 de enero de 1811, decidido a obligar a la Junta porteña a someterse a su autoridad. El rechazo fue inmediato y al mismo siguió la ruptura de hostilidades, cuando Elío declaró “rebelde y revolucionario al gobierno de Buenos Aires y traidores a los individuos que la componían”(1), así como a todos los que la sostenían. Calificaba a la revolución de mayo de “sedición formada por cuatro facciosos”, y organizó una expedición punitiva a fin de recuperar el territorio perdido. Simultáneamente, los pueblos de la campaña uruguaya, encabezados por caudillos locales, comenzaron a levantarse contra las autoridades realistas. El alzamiento se había, producido en realidad, por fuerzas combinadas de ambas márgenes del río Uruguay. Recordemos la carta de Belgrano a Cabañas del 15 de marzo de 1811, donde le decía: (2)
La opinión de los jefes y oficiales también le era favorable
“Mientras usted se prepara a atacarme, nuestros hermanos de la Capilla Nueva de Mercedes han sacudido el yugo de Montevideo; A ellos han seguido los del Arroyo de la China; Paysandú y hasta La Colonia”.
El 28 de febrero se había producido en la Banda Oriental el primer movimiento organizado por el pueblo para apoyar a la revolución, conocido históricamente como el “Grito de Asencio”. Un grupo de cien gauchos acaudillados por Venancio Benavidez y Pedro José Viera se reunieron en las proximidades del arroyo Asencio y proclamaron su decisión de luchar contra los realistas, tomando las poblaciones de Mercedes y Soriano. El movimiento así iniciado tendría en José Gervasio Artigas el gran caudillo conductor de la revolución en la Banda Oriental.
Los realistas protegidos por las fuerzas navales, se habían concentrado en Colonia y Montevideo. Entonces se improvisó la primera escuadrilla patriota de tres buques y treinta y tres cañones, a la vez que se organizó un ejercito sobre la base las fuerzas expedicionarias a las órdenes de Belgrano. El 2 de marzo de 1811 fue batida en San Nicolás la escuadra argentina y el 7 del mismo mes, la Junta ordenó a Belgrano acelerar la marcha, hasta ubicar el grueso de sus tropas en Arroyo de la China; y como general en jefe, con sus tropas y refuerzos, cruzar el río Uruguay para apoyar a los patriotas orientales. Al mismo tiempo, el gobierno porteño destacaba al comandante Martín Galain con un refuerzo de 441 hombres, y otra división de 425 al mando del coronel José Moldes, que se sumarían a las fuerzas de Belgrano en la Banda Oriental. Mientras esto sucedía, José Artigas, que había pasado a Buenos Aires, era nombrado teniente coronel de ejército, con cargo de segundo comandante de las fuerzas que organizara en la campana oriental; y José Rondeau, con grado de coronel, comandante de esa fuerza.
En el movimiento oriental pronto surgieron enfrentamientos entre algunos de sus cabecillas y, siguiendo órdenes de la Junta, Belgrano al llegar a la Villa de la Concepción del Uruguay el 9 de abril, con la primera división de su ejército, restableció el orden y aplacó las ambiciones personales.
La vanguardia de Galain, a las órdenes de Miguel Estanislao Soler, había ocupado Soriano y, con milicias del lugar, logró rechazar un desembarco realista. En tanto, las noticias favorables de Artigas, hicieron que Belgrano iniciara el transporte inmediato a la otra banda y lo nombró a Artigas segundo jefe del Ejército Auxiliar del Norte. Es también un recurso para imponer disciplina y favorecer la causa patriota en tanto lograba Belgrano pasar a la otra orilla.
Unidos Belgrano y Artigas lograron que la insurrección en el Uruguay fuera un éxito. Cuando Belgrano estableció su cuartel general en Mercedes, contaba con un ejército de tres mil hombres. Comisionó a su ayudante Manuel Artigas a sublevar el norte de la campana oriental, a José Artigas el centro para cercar gradualmente a Montevideo y despachó a Venancio Benavidez para dirigirse sobre Colonia y a la altura de Montevideo, unirse luego a las fuerzas de José Artigas.
La ocupación de Minas, Maldonado y Canelones; la rendición del pueblo de Colla a las fuerzas de Benavidez el 21 de abril y el 24 la de San José, fueron importantes victorias que afectaron seriamente a las autoridades de Montevideo.
En estas circunstancias en que Belgrano se venía desempeñando tan eficazmente tuvo lugar el proceso que se le siguió por su desempeño en la Campaña al Paraguay, a pesar de las quejas del ejército y las poblaciones orientales que en notas a la Junta mostraban su enojo. Los vecinos del pueblo de Mercedes decían a la Junta en nota del 8 de mayo: (3)
“¿Qué podríamos temer teniendo al frente a su digno jefe Don Manuel Belgrano? Nada : su nombre era pronunciado con respeto hasta por nuestros mismos contrarios; Montevideo, que en sus papeles públicos tantas veces le había publicado derrotado y preso por los paraguayos, confesaba tácitamente que no podía soportar sin susto su cercanía, los portugueses le respetaban; el Paraguay le temía: nuestras tropas tenían puestas su confianza y este numeroso vecindario descansaba en sus sabias disposiciones, con tanto mayor gusto cuanto que habíamos empezado a sentir sus favorables resultados… Su presencia es uno de los objetos más interesantes y lo manifestaban en nota de la misma fecha, dirigida a la Junta:
“Los oficiales del ejército patriótico… hacemos presente que es muy precisa la persona del señor vocal Manuel Belgrano, a quien consideramos los necesarios conocimientos para terminar la cuestión de los enemigos de la patria y del bien común. Nuestros contrarios le temen y le quieren por su rectitud”. (4)
Las intrigas políticas hicieron que Belgrano tuviera que abandonar la Banda Oriental y se dirigiera a Buenos Aires en mayo de 1811 para ser sometido a proceso por su actuación en la Campaña al Paraguay, del que salió absuelto en agosto de ese mismo año.
Al frente de un reducido ejército, Belgrano fue enviado por el primer gobierno patrio al Paraguay para conseguir la adhesión de esa intendencia. Complejo Museográfico Enrique Udaondo, Lujan. ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
La insurrección del Paraguay tenía raíces en su pasado histórico. No olvidemos que Asunción fue “madre de ciudades” y la iniciativa de la fundación de Buenos Aires por Juan de Garay partió de allí . Cuando se creó el Virreinato del Río de la Plata y Buenos Aires fue designada como su capital, surgieron recelos hacia Buenos Aires, y tensiones de carácter político y económico. El asilamiento en que se desenvolvió el Paraguay durante el período colonial ayudó a que se gestara un fuerte sentimiento regional.
Al recibir el gobernador Velasco la invitación de la Junta Porteña, convocó a una asamblea general de vecinos el 24 de julio de 1810, que decidió reconocer y jurar obediencia al Consejo de Regencia establecido en España y mantener una solidaridad fraterna con Buenos Aires, sin someterse a su gobierno y crear una Junta de Guerra, destinada a adoptar todas las medidas exigidas para la defensa del territorio.
Se formaron tres corrientes de opinión en Paraguay: los realistas, encabezados por el gobernador Velasco, partidarios de reconocer al Consejo de Regencia; los porteños, guiados por Somellera, que respondían a los objetivos de la Junta de Buenos Aires y los nativos, seguidores del Doctor Francia, partidarios de la independencia paraguaya. (1)
Inducida la Junta de Buenos Aires por exageradas versiones sobre las verdaderas posibilidades del grupo porteño, resolvió iniciar precipitadamente las operaciones militares en el Paraguay.
La misión que debía cumplir Belgrano se puede sintetizar en:
1- Hacer reconocer la autoridad de la Junta de Buenos Aires por el gobierno de la Intendencia del Paraguay.
2- En caso de fracasar este objetivo, propiciar un gobierno propio, con el cual pudieran existir buenas relaciones diplomáticas.
El propio General Belgrano, al referirse a su campaña al Paraguay, la juzgaba de manera crítica:” Esta expedición sólo pudo caber en cabezas acaloradas que no veían sino su objeto y para las que nada era difícil porque no reflexionaban ni tenían conocimientos.” (2)
Desde el punto de vista militar, el ejército patriota debía realizar una operación ofensiva contra el Paraguay, tendiente a derrotar a las fuerzas del gobernador Bernardo de Velasco y ocupar militarmente el territorio en apoyo de las autoridades patriotas. El general Belgrano consideró que su ofensiva debía realizarse lo antes posible debido a la precariedad de la situación militar del enemigo, para impedir que éste tuviera el tiempo necesario para movilizar sus recursos.
Para contrarrestar las medidas que adoptarían los paraguayos, buscó el factor sorpresa, ocultando sus movimientos al enemigo, siguiendo una ruta más larga y difícil, evitando el camino tradicional. Con ello buscó que la inteligencia paraguaya no conociera el probable lugar de paso del Alto Paraná, obligándola a distribuir sus fuerzas a lo largo de la costa de este río.
El ejército debería asimismo propagar los ideales revolucionarios de la Junta de Buenos Aires e impedir las comunicaciones entre el Paraguay y la Banda Oriental. El plan de operaciones del ejército paraguayo era una estrategia defensiva. Lograron reunir un efectivo numéricamente muy superior al de Belgrano, de unos 7.000 hombres, de los cuales 1.000 eran de infantería y el resto, de caballería y artillería.
El objetivo de Velasco, quien había combatido en Europa y en Buenos Aires en las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807, era impedir la invasión del territorio paraguayo por parte del ejército porteño. Para ello, decidió establecer una primera defensa sobre la costa del Paraná y, en caso de que el ejército patriota lograra franquearlo, lo atraería hacia el interior del territorio, ejecutando una acción retardante, para desgastarlo, alejándolo de la base de operaciones, creando así las mejores condiciones para pasar a la ofensiva y derrotarlo en el interior de su territorio.. Si obtenía el éxito en esta operación, al general Belgrano, le iba a resultar muy difícil replegarse y atravesar el Río Paraná sin sufrir severas bajas o, quizás, su aniquilamiento al no tener el dominio fluvial.
Siguiendo este plan, Velasco se apoderó de todas las embarcaciones del Alto Paraná y reunió una escuadrilla fluvial, que situó en Paso del Rey (ruta Corrientes-Asunción). Además, estableció fuerzas de observación en la margen derecha del río y dividió la zona de vigilancia en dos sectores: oeste, al mando del capitán Fulgencio Yegros, y este, a cargo del comandante Thompson.
Terminada la concentración de sus fuerzas, el general Manuel Belgrano las organizó en 4 divisiones. Belgrano logró reunir en total 950 efectivos de infatería y caballería, 6 piezas de artillería y abundante caballada, para montar la infantería durante la marcha y carretas para transportar los abastecimientos generales y municiones. Esta lo logró gracias a que se sumaron diferentes elementos a través de su marcha por la Mesopotamia –voluntarios, reclutas y donaciones de los vecinos. Las milicias de Yapeyú al mando del coronel Tomás Rocamora, teniente gobernador de Misiones, quien fue designado como cuartel maestre del ejército, se agregaron por orden de Belgrano, junto con piezas de artillería y efectos que tenía a su disposición.
A fines de octubre abrió la campaña por el centro de la Mesopotamia, por el camino que, desde La Bajada (actual ciudad de Paraná), pasaba por las nacientes del ríos Mocoretá y Curuzú-Cuatiá. El desplazamiento de las fuerzas expedicionarias se realizó por un solo camino de marcha, llevando un intervalo de 14 horas por división.
En la primera parte de su recorrido, Belgrano debió extremar las medidas para imponer rigurosamente la disciplina por haberse producido algunos casos de deserción. Dos desertores aprehendidos fueron fusilados como medida de escarmiento.
El 14 de noviembre reanudó la marcha el contingente patriota, después de cinco días de descanso y demora en Curuzú-Cuatiá, a la espera de una columna de municiones que se había demorado.
El objetivo de Belgrano al tomar el camino no tradicional era ocultar su marcha al enemigo, para lo cual decidió ordenar el adelantamiento de 300 milicianos correntinos a Paso del Rey con la intención de engañar sobre el sitio real de franqueo. Mientras tanto, ordenó al mayor Ramón Espíndola adelantarse a reconocer lugares de pasaje en otro sector del Paraná.
El 6 de noviembre de 1810, una escuadrilla realista, al mando del capitán de navío Angel Michelena, ocupó a viva fuerza la población de Arroyo de la China (hoy Concepción del Uruguay). Por lo cual, Belgrano debió avanzar por un territorio cuyas aguas limítrofes eran dominadas por escuadrillas realistas, lo que significó una grave situación estratégica para su operación y una amenaza para sus comunicaciones.
En su marcha, la fuerza expedicionaria debió cruzar el río Corrientes por el paso de Caaguazú, de más de un centenar de metros de ancho. Tres días demoró el ejército patriota en cruzarlo, sufriendo bajas sus efectivos al darse vuelta una balsa de operación. Después de jornadas agobiantes por: la lluvia, temperaturas elevadas, malos caminos; el ejército alcanzó la margen izquierda del río Paraná, el 4 de diciembre de 1810, frente a la isla Apipé.
En menos de dos meses, el general Belgrano condujo su ejército desde la Bajada de Paraná (Entre Ríos) hasta San Jerónimo . A pesar del deficiente pie de instrucción de la tropa, realizó jornadas de hasta 40 km., lo que representa un extraordinario nivel de rendimiento y la ejecución de una operación admirable por el esfuerzo, el sacrificio y la eficiencia. (3)
Itinerario de la expedición de Belgrano al Paraguay (Historia Argentina de Diego Abad de Santilan. Cartografía de Alfredo R. Burnet - Merlin). ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
Este árbol, cuyo nombre científico es Phyllanthus Sillowianus, que crece con facilidad en la Mesopotamia, es una reliquia histórica, a cuya sombra descansara el General Don Manuel Belgrano, en su paso por Candelaria. Esta ciudad fundada por el Padre Misionero Pedro Romero en 1.627, es la más antigua de la provincia de Misiones. En 1.722 fue nombrada capital de los Treinta Pueblos de las Misiones Jesuíticas.
A la sombra de este árbol y a la de otros ejemplares que hoy ya no están, se agruparon y “vivaquearon” las tropas del Gral. Belgrano, antes de emprender la campaña al Paraguay, hito fundamental de nuestra historia patria. Según la tradición, este legendario árbol tuvo la honrosa misión de haber cobijado al prócer. Con su generosa sombra, en su frugal descanso. Belgrano encontró tiempo para redactar el Reglamento Provisional para los Pueblos de las Misiones , el 30 de diciembre de 1810.
El árbol debió soportar una serie de vicisitudes para ser reconocido como “Arbol Histórico”. Se creó en 1947, una Comisión Pro Reconocimiento del Sarandí Histórico.
Amenazado de muerte, pues se vio afectado por el llenado del embalse de Yaciretá. Se hizo indispensable su traslado para que pudiera subsistir. Oportunamente, el diputado de la Nación, Miguel A. Alterach, presentó un proyecto el 10 de octubre de 1996, para declarar de interés cultural y legislativo el transplante del mismo. Este proyecto fue pasado a la Comisión de Cultura de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación el 23 de octubre de 1996 y lamentablemente no prosperó.
Sin embargo, por Ordenanza 14/96 de la Municipalidad de Candelaria y el Honorable Concejo Deliberante de la misma localidad. Se resolvió el transplante del mismo.
También un proyecto de ley D-9722/96 de la Honorable Cámara de Representantes de la Provincia de Misiones determinó que el Ministerio de Ecología y Recursos Naturales Renovables, estableciera convenios con la Universidad Nacional de Misiones, a fin de analizar la posibilidad del traslado. Asimismo, se invitaba al Ministerio de Educación y Cultura de la provincia para que cada 20 de junio, en ocasión de la toma del Juramento de Lealtad a la Bandera, se implantaran retoños del Sarandí histórico, recordando las facetas descollantes del prócer y el privilegio de contar en un árbol vivo con parte del legado histórico de uno de los grandes hombres de la República Argentina.
Un proyecto de ley del senador nacional Ernesto Oudin, por la Provincia de Misiones, propició que se considerara Arbol Histórico al ejemplar de Sarandí blanco. Tuvo sanción definitiva el 30 de noviembre de ese año y se convirtió en Ley Nacional Nº 25.383. Esta figura en el Boletín Oficial 29.561 del 8 de enero de 2001.
El Presidente del Instituto Nacional Belgraniano y la Prof. Marta Irene Cardos, Subsecretaria de Cultura de la Provincia de Misiones, se intercambiaron notas en 1997, a fin de que se procediera al traslado del mismo. Equiparando la significación del “Sarandí”, para los belgraniano, con el “Pino de San Lorenzo”, en la gesta sanmartiniana. En nota enviada por el Presidente del Instituto Nacional Belgraniano, al Presidente del Consejo Deliberante de Misiones, fechada el 24 de abril de 1997, le mencionaba las gestiones efectuadas con altas autoridades provinciales, con el objeto “no solamente para salvaguardar la vida de esa reliquia vegetal, sino también para posibilitar la obtención de retoños que, en un futuro próximo puedan transplantarse a plazas públicas, escuelas y cuarteles de la República, como un merecido homenaje al otro Padre de la Patria, nuestro Grl. D. Manuel Belgrano.” Con este proceder retomamos la enseñanza del prócer, quien en artículos de El Correo de Comercio, señaló la necesidad de plantar árboles, como una virtud, que si bien no podía ser comparada con las virtudes teologales, era del nivel de las morales.
El Dr. Aníbal Jorge Luzuriaga solicitó la entrega de un clon de este árbol, a fin de ser plantado en nuestra sede, al Prefecto de Zona Paraná Superior y Paraguay, en el año 2004. La docente Carmen Vrubel, con su equipo de trabajo, fue la encargada de obtener un clon de este árbol destinado al Instituto el 5 de junio de 2004, día del Medio Ambiente. La donación de la docente se pudo concretar gracias a la buena voluntad de Prefectura de Zona Alto Paraná, actuando los Prefectos Mayores Domingo Segundo Spolita y Carlos Horacio Farrell y a los buenos oficios de la Prof. Eloísa R. Chico de Arce, nuestra miembro correspondiente de Corrientes y secretaria de la filial belgraniana en esa ciudad.
Finalmente, contamos en nuestra sede, sita en el histórico Regimiento de Infantería 1 “Patricios”, con un retoño de este árbol histórico, como testigo vivo de la gesta belgraniana, y que fuera presentado formalmente en un acto el 22 de junio del 2005, aniversario de la creación de este Instituto.
Belgrano a la Junta, remitiendo los 30 artículos que redactó para organizar el pueblo de los naturales de Misiones. Campamento de Tacuarí, 30 de diciembre de 1810.
A consecuencia de la Proclama que expedí para hacer saber a los Naturales de los Pueblos de Misiones, que venía a restituidos a sus Derechos de libertad, propiedad y seguridad de que por tantas generaciones han estado privados, sirviendo únicamente para las rapiñas de los que han gobernado, como está de manifiesto hasta la evidencia, no hallándose una sola familia que pueda decir: “estos son los bienes que he heredado de mis mayores”; y cumpliendo con las intenciones de la Excelentísima Junta de las Provincias del Río de la Plata, y a virtud de las altas facultades que como a su Vocal Representante me ha conferido, he venido en determinar los siguientes artículos, con que acredito que mis palabras, que no son otras que la de Su Excelencia, no son las del engaño, ni alucinamiento, con que hasta ahora se ha, tenido a los desgraciados Naturales bajo el Yugo del fierro, tratándolos peor que a las bestias de carga, hasta llevarlos al sepulcro entre los horrores de la miseria e infelicidad, que yo mismo estoy palpando con ver su desnudez, sus líbidos aspectos, y los ningunos recursos, que les han de dejado para subsistir:
1ro. Todos los Naturales de Misiones son libres, gozarán de sus propiedades, y podrán disponer de ellas, como mejor les acomode, como no sea atentando contra sus semejantes.
2do. Desde hoy los liberto del tributo; y a todos los Treinta Pueblos, y sus respectivas jurisdicciones los exceptúo de todo impuesto por el espacio de diez años.
3ro. Concedo un comercio franco y libre de todas sus producciones, incluso la del Tabaco con el resto de las Provincias del Río de la Plata.
4to. Respecto a haberse declarado en todo iguales a los Españoles que hemos tenido la gloria de nacer en el suelo de América, le: habilito para todos los empleos civiles, militares, y eclesiásticos, debiendo recaer en ellos, como en nosotros los empleados del gobierno, Milicia, y Administración de sus Pueblos.
5to. Estos se delinearán a los vientos N.E., S.O. y N.O. y S.E.. formando cuadras de a cien varas de largo, veinte de ancho, que se repartirán en tres Suertes cada una con el fondo de cincuenta varas.
6to. Deberán construir sus casas en ellas Todos los que tengan Poblaciones en la Campaña, sean Naturales o Españoles y tanto unos como otros podrán obtener los empleos de la República.
7mo. A los Naturales se les darán gratuitamente las propiedades de las suertes de tierra, que se les señalen que en el Pueblo será de un tercio de cuadra, y en la campaña según las leguas y calidad de tierra que tuviere cada pueblo su suerte, que no haya de pasar de legua y media de frente y dos de fondo.
8vo. A los Españoles se les venderá la suerte, que desearen en el Pueblo después de acomodados los Naturales, e igualmente en la Campaña por precios moderados, para formar un fondo, con que atender a los objetos que adelante se dirá.
9no. Ningún Pueblo tendrá más de siete cuadras de largo, y otras tantas de ancho, y se les señalará por campo común dos leguas cuadradas, que podrán dividirse en suertes de a dos cuadras, que se han de arrendar a precios muy moderados, que han de servir, para el fondo antedicho, con destino a huertas, u otros sembrados que más se les acomodase y también para que en lo sucesivo sirvan para Propios de cada Pueblo.
10mo. Al Cabildo de cada Pueblo se les ha de dar una cuadra que tenga frente a la Plaza Mayor, que de ningún modo podrá enajenar, ni vender y sólo edificar para con los alquileres atender a los objetos de su instituto.
11mo. Para la Iglesia se han de señalar dos suertes de tierra en el frente de la cuadra del Cabildo, y como todos o los más de ellos tienen un templo ya formados podrán éstos servir de guía, pera la delineación de los Pueblos aunque no sean tan exactamente a los vientos, que dejo determinados.
12mo. Los Cementerios se han de colocar fuera de los Pueblos, señalándose en el Ejido una cuadra para este objeto, que haya de cercarse, y cubrirse con árboles, como los tienen en casi todos los Pueblos, desterrando la absurda costumbre que prohibo absolutamente de enterrarse en la iglesia.
13ro. El fondo que se ha de formar según los artículos 8vo y 9no no ha de tener otro objeto, que el establecimiento de Escuelas de primeras letras, artes y oficios, y se han de administrar sus productos después de afincar los principales, como dispusiese la Excelentísima Junta, o el Congreso de la Nación por los cabildos de los respectivos Pueblos, siendo responsables de mancomún, e insolidum los individuos, que los compongan, sin que en ello puedan tener otra intervención los Gobernantes, que la de mejor cumplimiento de esta Disposición, dando parte de su falta, para determinar al Superior Gobierno.
14to. Como el robo había arreglado los pesos y medidas, para sacrificar más y más a los infelices Naturales señalando 12 onzas a la libra, y así en lo demás, mando que se guarden los mismos pesos y medidas que en la Gran Capital de Bs. Aires hasta que el Superior Gobierno determine en el particular lo que tuviere conveniente encargando a los Corregidores y Cabildos que celen el cumplimiento de éste artículo, imponiendo la pérdida de sus bienes y extrañamiento de la jurisdicción a los que contravinieren a él, aplicando aquellos a beneficio del fondo para Escuelas.
15to. Respecto a que los curas satisface el Erario el Sinodo conveniente, y en lo sucesivo pagarán por el espacio de diez años de otros ramos; que es el espacio que he señalado, para que estos Pueblos no sufran gabela, ni derecho de ninguna especie, no podrán llevar derecho de bautismo ni entierro y por consiguiente les exceptúo dé pagar cuartas a los Obispos de las respectivas Diócesis.
16to. Cesan desde hoy en sus funciones Todos los Mayordomos de los pueblos y dejo al cargo de los Corregidores, Cabildos, la administración de lo que haya existente, y el cuidado del cobro de arrendamiento de tierras, hasta que esté verificado el arreglo, debiéndose conservar los productos de harca de tres llaves, que han de tener el Corregidor, el Alcalde de 1er Voto, y el Síndico Procurador, hasta que se le dé el destino conveniente que no ha de ser otro que el fondo citado para Escuelas.
17mo. Respecto a que las tierras de los Pueblos están intercaladas, se hará una masa común de ellas, y se repartirán a prorrata entre todos los pueblos; para que unos a los otros puedan darse la mano, y formar una Provincia respetable de las del Río de la Plata.
18vo. En atención a que nada se haría con repartir tierra a los Naturales, si no se les hacían anticipaciones así de instrumentos para la agricultura como de ganados para el fomento de las crías ocurriré a la Excelentísima Junta, para que se abra una suscripción para el primer objeto, y conceda los diezmos de la quatropea de los partidos de Entre Ríos para el segundo; quedando en aplicar algunos fondos de los insurgentes, que permanecieron renitentes en contra de la causa de la Patria a objetos de tanta importancia; y que tal vez son habidos del sudor y sangre de los mismos Naturales.
19mo. Aunque no es mi ánimo desterrar el idioma nativo de éstos Pueblos; pero como es preciso que sea fácil una comunicación para el mejor orden, prevengo que la mayor parte de los Cabildos se ha de componer, de individuos que hablen el castellano y particularmente el Corregidor, el Alcalde de 1er Voto, el Síndico Procurador y un secretario que haya de extender las actas en lengua castellana.
20mo. La administración de Justicia queda al cargo del Corregidor y Alcaldes conforme por ahora a la legislación, que nos gobierna, concediendo las apelaciones para ante el Gobernador de los Treinta Pueblos, y de este para ante el Superior Gobierno de la Provincia en todo lo concerniente a gobierno y a la Real Audiencia en lo contencioso.
21mo. El Corregidor será el Presidente del Cabildo, pero con un voto solamente, y entenderá en todo lo político siempre con dependencia del gobernador de los Treinta Pueblos.
22vo. Subsistirán los Departamentos que existen con las Subdelegaciones, que han de recaer en hijos del País para la mejor expedición de los negocios, que se encarguen por el Gobernador, los que han de tener sueldo por la Real Hacienda, hasta tanto que el superior gobierno resuelva lo conveniente.
23vo. En cada capital de Departamento se ha de reunir un individuo de cada Pueblo que lo compone con todos los poderes para elegir un diputado, que haya de asistir al Congreso Nacional, bien entendido que ha de tener las cualidades de probidad y buena conducta, ha de saber hablar el castellano; y que será mantenido por la Real Hacienda en atención al miserable estado en que se hallan los Pueblos.
24to. Para disfrutar la seguridad así interior como exteriormente se hace indispensable, que se levante un cuerpo de milicias, que se titulará Milicia Patriótica de Misiones, en que indistintamente serán Oficiales así los Naturales como los Españoles que vinieren a vivir en los Pueblos, siempre que su conducta y circunstancias los hagan acreedores a tan alta distinción; en la inteligencia que ya estos cargos tan honrosos no se deban al favor ni se prostituyen, como hacían los Déspotas del Antiguo Gobierno.
25to. Este cuerpo será una legión completa de Infantería y Caballería que se irá disponiendo por el gobernador de los Pueblos como igualmente que el cuerpo de Artillería, con los conocimientos que se adquieran de la Población; y estarán obligados a servir en ella según el arma a que se les destina desde la edad de dieciocho años hasta los cuarenta y cinco, bien entendido es que su objeto es defender la Patria, la Religión y sus propiedades; y que siempre que se hallen en actual servicio se les ha de abonar a razón de diez pesos al mes al Soldado y en proporción a los Cabos, Sargentos y Oficiales.
26to. Su uniforme para la infantería es el de los Patricios de Bs. As. sin más distinción que un escudo blanco en el brazo derecho, con esta cifra “M. E de Misiones”[Ilustre Pueblo de Misiones], y para la caballería el mismo con igual escudo y cifra; pero con la distinción de que llevarán casacas cortas, y vuelta azul.
27mo. Hallándome cerciorado de los excesos horrorosos que se cometen por los beneficiadores de la hierva no sólo talando los árboles que la traen sino también con los Naturales de cuyo trabajo se aprovechan sin pagárselos y además hacen padecer con castigos escandalosos, constituyéndose jueces en causa propia, prohibo que se pueda cortar árbol alguno de la hierva so la pena de diez pesos por cada uno que se cortare, a beneficio la mitad del denunciante y para el fondo de la Escuela la otra.
28vo. Todos los conchabos con los Naturales se han de contratar ante el Corregidor o Alcalde del Pueblo donde se celebren y se han de pagar en tabla y mano en dinero efectivo, o en efectos si el Natural quisiera con un diez por ciento de utilidad deducido el principal y gastos que se tengan desde su compra en la inteligencia de que no ejecutándose así, serán los beneficiadores de hierba multados por la primera vez en diez pesos, por la segunda en con quinientos y por la tercera embargados sus bienes y desterrados, destinando aquellos valores por la mitad al delator y fondo de la Escuela.
29no. No se les será permitido imponer ningún castigo a los Naturales, como me consta lo han ejecutado con la mayor iniquidad, pues si tuvieren de que quejarse ocurrirán a los jueces para que se les administre justicia, so la pena que si continuaren en tan abominable conducta, y levantaren el palo para cualquier natural serán privados de todos sus bienes, que se han de aplicar en la forma arriba descrita, y si usaren el azote, serán penados hasta el último suplicio.
30mo. Para que estas disposiciones tengan todo su efecto, reservándome por ahora el nombramiento de sujetos que hayan de encargarse de la ejecución de varias de ellas, y lleguen a noticia de todos los pueblos, mando que se saquen copias para dirigir al gobernador Don Tomás de Rocamora y a todos los Cabildos para que se publiquen en el primer día festivo, explicándose por los padres curas antes del Ofertorio y notoriándose por las respectivas jurisdicciones de los predichos Pueblos hasta los que vivan más remotos de ellos: remítase igualmente copia a la Excelentísima Junta Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata para su aprobación, y archívense en los cabildos los originales para el gobierno de ellos, y celo de su cumplimiento.
Hecho en el Campamento del Tacuarí a treinta de diciembre de mil ochocientos diez.
Manuel Belgrano
*Fuente: A.G.N. Sala X, 3.1.1. (Guerra).
*Senado de la Nación. Biblioteca de Mayo, Guerra de la Independencia, Buenos Aires., 1963, Tomo XIV, págs. 12482 a 12483.
*Museo Mitre. Documentos del Archivo de Belgrano, Buenos Aires, Imprenta Coni Hermanos, 1914, Tomo III, págs. 122 a 128.
Al frente de un reducido ejército, Belgrano fue enviado por el primer gobierno patrio al Paraguay para conseguir la adhesión de esa tendencia. Complejo Museográfico Udaondo, Luján. ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
El general Belgrano estableció su puesto comando en La Candelaria. El Ejército Patriota se encontró con dificultades para cruzar el río Paraná. Por la falta de canoas, ya que los paraguayos para obstaculizar o impedir el cruce de las fuerzas de Buenos Aires, habían destrozado o retirado todas las embarcaciones del río.
Belgrano, según palabras de Mitre:”…tuvo que construir una escuadra compuesta de un gran número de botes de cuero, algunas canoas y grandes balsas de madera, capaces de transbordar 60 hombres y una mayor que todas, para soportar el peso de un cañón de a 4 haciendo fuego, pues se esperaba realizar el desembarco a viva fuerza.”(1)
La empresa era difícil. El Paraná tiene frente a La Candelaria más de 1.000 metros de ancho y una fuerte correntada, que desviaría la ruta de la escuadrilla en más o menos una legua y media aguas abajo. El lugar elegido para desembarcar era un claro del monte llamado El Campichuelo.
El paso del Paraná se inició el 18 de diciembre de 1810, luego de haber arengado a sus tropas, con una reducida fuerza de doce hombres que sorprendió, a las once de la noche, un destacamento enemigo, tomándole dos prisioneros y las armas. Antonio Martínez, el baquiano encargado de la operación, le remitió tres canoas, informando que el lugar de cruce era favorable. Inmediatamente se produjo el paso de otras fuerzas más considerables, operación que se realizó de tres y media a seis de la mañana, bajo la dirección del mayor general Machain, quien recibió la orden de apoderarse de Campichuelo, punto que custodiaba la avanzada paraguaya, apoyada por tres piezas de artillería. La operación, en la que se destacaron principalmente los edecanes Manuel Artigas y Ramón Espíndola y el subteniente de Patricios Gerónimo Elguera, se efectuó con todo éxito, obligando al enemigo a abandonar su posición.
En este Combate de Campichuelo, el general Belgrano, a pesar de su inferioridad numérica, logró derrotar a su enemigo gracias al factor sorpresa y al espíritu ofensivo.
Es interesante conocer el juicio autorizado del respetado historiador militar coronel Leopoldo Ornstein:” Falto de elementos y debiendo improvisarlo todo, el general argentino explotó hábilmente los efectos de la sorpresa, sacando todo el partido posible del error en que incurrió inicialmente su adversario al diseminar sus fuerzas desde las bocas del Paraguay hasta la Candelaria. La dirección central elegida para avanzar a través de la región mesopotámica permitió a Belgrano ocultar sus movimientos hasta el último momento, impidiendo así a su adversario reunir a tiempo las fuerzas frente al punto en que se efectuaría el pasaje del Paraná y facilitó la ruptura del cordón defensivo paraguayo en uno de sus puntos débiles.
“Si a esto se añaden las precauciones adoptadas para mantener al enemigo en la incertidumbre, los reconocimientos efectuados, las medidas para el franqueo del río y la ejecución del mismo, dado el ancho del obstáculo y la ausencia de materiales adecuados, se llega a la conclusión de que la operación llevada a cabo por el general Belgrano es una de las más notables que registra la historia militar argentina.” (2)
Después del Combate de Campichuelo, Belgrano se enteró que los efectivos paraguayos habían evacuado Campichuelo e Itapuá y ordenó al mayor general José Machain el adelantamiento de sus fuerzas.
Los efectivos triunfantes en Campichuelo fueron la vanguardia de las tropas de Buenos Aires y ocuparon Itapuá. En esta localidad capturaron canoas, un cañón, armamento diverso, municiones y equipo que el enemigo abandonó en su huida. El jefe realista, coronel Velasco mantuvo débiles fracciones de seguridad en contacto con las fuerzas invasoras.
El avance de las fuerzas patriotas en tierra paraguaya fue difícil debido a las dificultades del terreno – bosques impenetrables, montes inmensos, lagunas y pantanos. En su avance, Belgrano supo que una subunidad paraguaya, del orden de un centenar de hombres, se retiraba hacia el norte con algunas horas de ventaja.
Ordenó al capitán Gregorio Perdriel, al mando de una compañía de Patricios, que iniciara su persecución y posterior ataque. Perdriel alcanzó al enemigo el 7 de enero de 1811, a las 6, pasando al ataque. Los efectivos al mando del comandante Rojas, que habían pasado al descanso en la margen opuesta de un curso de agua en el monte de Maracaná, respondieron el fuego y lograron desprenderse y replegarse a través de la espesura. El botín conquistado consistió en dos prisioneros y armamento.
El grueso de los efectivos de Belgrano, marchando de noche, cruzó el río Tebicuary, acampando el 11 de enero de 1811 en Itaipá, a 135 kilómetros de Asunción. En su repliegue, Velasco utilizó el procedimiento de evacuar la población y el ganado de la zona, que marchó junto con sus fuerzas. Por lo tanto, Belgrano, en su avance, encontró aldeas y pueblos desiertos.
El 15 de enero de 1811, en un clima tropical, con lluvia torrencial, el ejército patriota llegó al arroyo Ibáñez. En ese lugar, Belgrano supo que importantes efectivos paraguayos se encontraban al norte del arroyo Paraguay, dispuestos a presentar combate.
El general Belgrano cruzó el arroyo con su escolta y estado mayor y alcanzó el cerro Mbaé, donde tuvo excelente observación sobre el enemigo. Se ordenó adelantar una avanzada patriota.
El 18 de enero se vivió un clima de tranquilidad, salvo esporádicos contactos entre patrullas de exploración de ambos contendientes. Al anochecer, Belgrano tuvo un claro cuadro de situación de la posición paraguaya.
El ejército paraguayo, comandado por el gobernador Velasco, tenía un efectivo de 7.000 hombres, de los que 800 eran de infantería con armas de fuego; el resto eran tropas de caballería sin instrucción y armados con lanzas y sables.
Su dispositivo era el clásico de la época: infantería con apoyo de la artillería (16 piezas) en el centro y la caballería en ambas alas. El coronel Pedro García comandaba la infantería, el comandante Cabañas el ala derecha y el comandante Gamarra el ala izquierda.
La posición tenía sus flancos apoyados a la derecha en un curso de agua y a la izquierda en un monte muy espeso. El mismo día Belgrano reunió a sus comandantes en junta de guerra y se resolvió atacar por sorpresa a Velasco el día siguiente, antes del amanecer, aprovechando la oscuridad de la noche para eludir la superioridad de fuego del enemigo.
La idea de Belgrano de atacar con 500 hombres a 7000 se fundamentaba en la creencia de la poca capacidad de combate del enemigo – poca moral, armamento e instrucción -, y en la consideración de que, por la posición alcanzada y la numerosa caballería del enemigo, sería muy difícil rehuir el combate y replegarse.
Además, Belgrano había dejado a retaguardia al coronel Rocamora, en La Candelaria, con efectivos importantes, para asegurar su línea de abastecimiento y seguridad ante un eventual repliegue, lo que debilitó sus efectivos para la ofensiva.
El 19 de enero se inició la batalla. Organizó dos líneas paralelas de infantería, la primera de 220 hombres y la segunda de 240, con dos piezas de artillería cada una.
Los flancos de la operación estaban apoyados por un centenar de efectivos de caballería en cada uno de ellos. Se constituyó una reserva en el Cerro Mbaé, que contaba con 70 jinetes, 2 cañones, milicianos y peones de los bagajes, armados con palos, simulando fusiles. La primera línea atacante era mandada por Machain y la segunda por Gregorio Perdriel.(1)
Después de un nutrido fuego de artillería, las fracciones de infantería veterana, pertenecientes a los regimientos 1,2 y 3, atacaron frontalmente, rompiendo el centro de la posición, tomaron cinco piezas de artillería y persiguieron a los derrotados en dirección a la localidad de Paraguary, donde se encontraba el puesto comando del gobernador Velasco. Este, creyéndose totalmente derrotado, emprendió la retirada, abandonando el campo.
Ante esta situación favorable, Machain ordenó perseguir a los efectivos realistas con 120 hombres de infantería y caballería, al mando del edecán Ramón Espíndola. La infantería y caballería al mando del mayor general Machain, emprendió la persecución hasta llegar a la capilla de Paraguary, donde Velasco había establecido su cuartel general, sostenido por 16 piezas de artillería, más de 800 fusiles y el resto de la gente armada con lanzas y espadas. Al llegar a esta posición, que encontraron abandonada, las tropas, seguras del triunfo, se entregaron al saqueo.
En el curso de la acción se habían consumido casi todas las municiones de la 1ª. División, hecho que fue comunicado a Belgrano, quien despachó municiones y una piezas de a 4. Al llegar estos elementos con su escolta, se produjo una confusión, considerándolas enemigos. Se produjo entonces el mayor desorden y Machain, creyendo que el enemigo lo atacaba, hizo tocar retirada, dirigiéndose hacia el campamento, abandonando todo lo conquistado.
En presencia de este movimiento, los paraguayos, cuyas alas no habían intervenido en el combate, reaccionaron. Su accionar fue decisivo. Gamarra y Cabañas atacaron realizando un movimiento envolvente y con apoyo artillero rodearon a los efectivos de Espíndola y de Machain.
Belgrano consiguió recuperar las fuerzas al mando de su segundo jefe, pero fue rechazado en su intento de conectarse con su edecán cercado. Espíndola murió en combate.
Los patriotas perdieron 120 prisioneros y 10 muertos, 15 heridos que pudieron ser traídos al campamento. Los realistas tuvieron 30 muertos, 16 prisioneros y varios heridos, no alcanzando a 70 sus bajas. (2)
Las causas de la derrota fueron: enfrentar a un enemigo notoriamente superior; que los efectivos de Espíndola se dedicaran al saqueo descuidando su misión ; que no se atacaron las alas paraguayas, posibilitando su accionar ofensivo; y que se debilitaron los efectivos de la ofensiva para la protección de la líneas de abastecimientos.
Como consecuencia de este combate, el ejército patriota debió abandonar su propósito ofensivo en forma definitiva, interrumpiendo el combate y ejecutando su operación retrógrada.
Luego la columna se puso en marcha hacia el Tebicuary, adonde llegó tras una marcha difícil debido a las lluvias continuas y a la existencia de los arroyos, que había que cruzarlos a nado.
Después de la derrota de Paraguarí, Belgrano, entendiendo que su misión no era estrictamente militar, sino fundamentalmente política, brindó un muy buen trato a los prisioneros de guerra paraguayos, a quienes liberó imbuidos de los ideales revolucionarios. Las tropas de Belgrano alcanzaron y ocuparon una posición al sur del río Tacuarí a mediados de febrero de 1811. La intención de Belgrano era mantener la posición del río Tacuarí como cabecera de playa, a la espera de los refuerzos solicitados y prometidos desde Buenos Aires. Para asegurar su repliegue, Belgrano mandó al capitán Gregorio Perdriel a La Candelaria con 100 hombres y 2 cañones.
Las urgencias logísticas apremiaban a Belgrano, quien había pedido apoyo al gobernador de Corrientes: fuerzas para vigilar la costa, municiones para cañones “de a 2” y “de a 4”, especialmente balas rasas y pólvora. Asimismo, Belgrano pidió a la Junta de Buenos Aires refuerzos de tropa veterana, “cartuchería de bala de fusil”, piedras de chispa, equipo y dinero en efectivo para pagar los sueldos a la tropa.
El general Belgrano aclaró que de los efectivos actuales, sólo podía contar con los soldados de Buenos Aires por su instrucción y su patriotismo. Los naturales y correntinos abandonaban sus posiciones apenas el enemigo abría el fuego. El 14 de febrero, ante el fuego de artillería aislada paraguaya, se desbandaron los milicianos, de una posición avanzada, dejando a los oficiales sin medios.
Belgrano había resuelto hacer frente al enemigo en el paso de Tacuarí . Acampado el ejército en la margen izquierda del río, su derecha estaba apoyada sobre un bosque espeso. Al frente y sobre el paso dos piezas de artillería en batería y otras dos en reserva, dominaban el camino de la margen opuesta impidiendo toda maniobra del adversario. Dos piezas de artillería fueron colocadas en la espesura de un pequeño bosque, a la izquierda para batir los botes paraguayos que cerraban la línea del Tacuarí. A la espalda se veían en una planicie unas isletas de árboles enmarañados, que se prestaban para la defensa. No lejos del paso existía un monte que podía servir de castillo, y que lleva desde entonces el nombre de Cerrito de los Porteños. (1)
En los primeros días de marzo llegó al terreno de los sucesos el comandante paraguayo coronel Cabañas, de decisiva participación en Paraguay, quien tomó el mando de las fuerzas.
Su plan de ataque, previo a completar sus tropas unos 3000 hombres, fue el de realizar dos ataques secundarios, uno frontal para tomar efectivos, el otro fluvial para distraer fuerzas y el ataque más importante envolviendo el flanco principal de la posición del general Belgrano.
Los paraguayos atacaron el 9 de marzo al amanecer. El ataque se inició con el fuego de artillería paraguaya en el propio Paso Tacuarí. A la hora de iniciarse el combate, Belgrano fue informado de que el enemigo había atravesado el Tacuarí, aguas arriba, con efectivos importantes. Entonces, Belgrano ordenó al mayor general Machain que respondieran al ataque con 130 hombres y 2 piezas de artillería, mientras él sostenía el paso con una fuerza de 250 hombres, compuesta de dos compañías de naturales de Misiones, una de arribeños y algunos granaderos, esta fuerza estaba apoyada por cuatro cañones.
Mientras el fuego se mantenía con intensidad por ambos bandos en el centro y la derecha patriota, le informaron a Belgrano que por el flanco izquierdo, que lo cubría el Tacuarí subían cuatro botes con canoas y gente armada. Inmediatamente encomendó al mayor Celestino Vidal, con los granaderos que quedaban, y al capitán Campos. de Arribeños, el rechazo de la incursión fluvial.
En esta ocasión se destacó la actuación de Vidal, ya que se encontraba muy enfermo de la vista, por lo cual se servía de un tambor como lazarillo (2), cuando recibió la orden de hacerse cargo del ala izquierda para repeler el ataque de la flotilla paraguaya; entonces abrió un sostenido fuego de mosquetería, rechazando al enemigo y apoderándose de las canoas.
El centro se conservaba impenetrable al enemigo, pero la situación en el flanco derecho de la posición era desfavorable para los patriotas. La superioridad numérica y la potencia de fuego de la artillería paraguaya eran decisivas, y la división de Machain fue rodeada y tomada prisionera. Luego de una obstinada resistencia, según el parte paraguayo, tuvieron que entregarse prisioneros, incluso su jefe, perdiendo dos piezas de artillería, un carro capuchino y una carretilla de municiones. Tres oficiales con unos pocos soldados se abrieron camino por entre los enemigos y llegaron al campamento.
Al conocer Belgrano la pérdida de esta división, confió al capitán Pedro Ibánez el mando de la columna de ataque, que lo había reclamado por ser el oficial más antiguo que quedaba, mientras ocupó su puesto en la retaguardia y ordenó que quemaran sus papeles reservados para que no cayeran en poder del enemigo.
A pesar de que el enemigo con cerca de 2000 hombres, apoyados por seis cañones, avanzaba de manera decidida, la pequeña columna patriota no vaciló. La infantería, formada en pelotones en ala, adelantaba valientemente. La caballería, formada en dos pelotones de 50 hombres, iba sobre los flancos, mientras los artilleros llevaban las piezas.
El ataque de las fuerzas patriotas contra fuerzas que duplicaban varias veces sus efectivos fue exitoso. Mediante el sostenido fuego de fusilería y un avance arrollador, rechazó al enemigo hasta el límite del bosque. Este, sorprendido, se replegó para reorganizarse.
La lucha había durado más de siete horas, librándose cuatro combates en condiciones de evidente inferioridad, sin que existiera ninguna posibilidad de éxito. Ante estas circunstancias, Belgrano expresaba: “…viendo yo que era indispensable evitar otra mayor efusión de sangre, y que mis cortas fuerzas podían ser envueltas por el crecido número de los contrarios, que ya me habían tomado el único camino de retirada, aprovechándome del asombro que les causó el valor de los nuestros, y en decidida idea de perecer con su general antes que rendirse, envié de parlamentario al intendente del ejército don José Alberto de Cálcena y Echevarría”. (3)
Aceptada la propuesta por el general paraguayo Manuel Cabañas de que cesaran las hostilidades y que el ejército patriota repasaría el Paraná, Belgrano inició su repliegue el 10 de marzo, recibiendo los honores del ejército hermano.
En esas circunstancias, Belgrano mantuvo un breve encuentro con el general paraguayo Cabañas, en el cual le manifestó la triste situación en que estaba reducida España, invadida por poderosos enemigos, y los justos y poderosos motivos que había tenido Buenos Aires para establecer un gobierno patrio y concluyó exponiendo la necesidad y conveniencia que las otras provincias americanas hicieran lo mismo que Buenos Aires.
Durante aproximadamente una legua, Belgrano fue acompañado por el segundo jefe realista, coronel Gamarra. Las tropas realistas llegaron a Itapuá el 11 de marzo, desde donde Belgrano envió el parte de combate y de la finalización de la campaña al Paraguay a la Junta de Buenos Aires.
De acuerdo con el parte, las fuerzas de Belgrano en combate tuvieron 11 muertos y 12 heridos, sin contar los prisioneros de los realistas, los extraviados y los que se fugaron.
Belgrano establecido en Candelaria mantuvo una correspondencia con Cabañas y al decir de un historiador paraguayo: “Antes que los restos del ejército de Belgrano dejaran el país estaban ya sembradas las semillas de la revolución que no iban a tardar en dar sus frutos”.(4)
Estando Belgrano en Jujuy, como General en Jefe del Ejército del Norte, en julio de 1812, se produjo una gran avanzada realista, que amenazaba destruir totalmente lo poco que se había ganado a fuerza de sacrificio y coraje.
Fue necesario recurrir no sólo al patriotismo, sino a la abnegación de los criollos. El 14 de julio de 1812 Manuel Belgrano emite un primer bando convocando a las armas a los jóvenes ciudadanos de Jujuy:
“Cuando el interés general exige las atenciones de la sociedad deben callar los intereses particulares, sean cuales fuesen los perjuicios que experimentasen; éste es un principio que sólo desconocen los egoístas, los esclavos y que no quieren admitir los enemigos de la causa de la Patria; causa a que están obligados cuantos disfrutan de los derechos de propiedad, libertad y seguridad en nuestro suelo, debiendo saber que no hay derecho sin obligación y que quien sólo aspira a aquel, sin cumplir con ésta, es un monstruo abominable, digno de la execración pública y de los más severos castigos. Exige por hoy el interés general que todos tomen las armas para sostener esa misma causa, cuya justicia está apoyada en fundamentos incontrastables de derecho natural y divino, y de cuanto los hombres sobre éstos han establecido para su felicidad, y no hay razón para que no haya quien quiera exceptuarse del servicio, bajo cualesquiera pretexto, ni de distinción, ni de riqueza, único apoyo que ha tenido hasta ahora aquella, ni cualesquiera otro motivo que se quiera significar y que solo sea carga de los pobres miserables exponer su vida para que los poderosos se mantengan gozando tan vez del sudor de aquellos mismos.
Llevar las armas de la patria, obtener el título de soldado de ella, será una distinción de las más apreciables que caracterizará a los hombres de bien, o lo que es lo mismo, a los hombres a que adornan virtudes cristianas y políticas, en que debe estribar entre nosotros la nobleza y de que son susceptibles así los ricos como los pobres, y sólo podrán degradar al honroso nombre de soldado los hombres viciosos é indignos por sus malas circunstancias de vestir el uniforme de la patria y no ser hijos virtuosos que derraman su sangre en el campo del honor.
En consecuencia de esto y de que hablo con unos pueblos a quienes distingo, llamo a todos los ciudadanos desde 16 años hasta 35, amantes de la libertad, a alistarse en las banderas de la patria, mientras se pone en práctica un reglamento de reclutas, exceptuándose únicamente los casados que estuviesen en ocupación conocida; mas éstos deberán también alistarse para formar un cuerpo de guardia cívica, que ha de disciplinarse en sus obligaciones todos los días festivos, el cual ha de servir para la seguridad y tranquilidad de los pueblos, velando y celando por las noches con la mayor exactitud y conforme al orden que se establezca por el señor gobernador y teniente gobernador de la provincia.
La ocupación, como he dicho, ha de ser conocida; esa saber: de labranza, de cría de ganados, de oficio mecánico permanente, de comerciante o tendero en actual ejercicio, pudiendo éstos tener dependiente únicamente en el caso de imposibilidad de ejecutar por sí mismos el orden de sus negocios.
Y para que llegue a noticia de todos, publíquese por bando y circúlese al señor gobernador de la provincia y teniente gobernador, para que se ejecute otro tanto en el distrito de sus jurisdicciones.
Jujuy, 14 de julio de 1812”.
*Archivo General de la Nación Argentina, Sala X. Sección Nacional. Gobierno. Guerra 1812. Ejército Auxiliar del Perú, Julio – Diciembre 1812, 3-10-4.
Encuentra apoyo sobre todo entre los jujeños y con los reclutados, organiza una nueva unidad de caballería llamada los “Decididos”, que pone a las órdenes de Eustoquio Díaz Vélez.
El día 29 de julio de 1812 Manuel Belgrano da una proclama haciendo extensivo su llamado a la población. Les ordena abandonar sus hogares dejando las tierras arrasadas al enemigo. La orden de Belgrano fue terminante: no debería quedar nada que fuese de provecho para el adversario, ni casa ni objetos que fueran de utilidad, ni alimentos. Lo que no podía ser transportado a lomo de mula, de caballo o de burro, debió ser quemado.
Al día siguiente, 30 de Julio de 1812, envía desde Jujuy un oficio al Gobierno informándole acerca de los movimientos de las tropas enemigas y que por tales razones el día anterior debió expedir el Bando propiciador el éxodo jujeño:
Con motivo de habérseme repetido los avisos de que el enemigo acercaba sus tropas a Suipacha, de que Don Benancio Benavidez había dado cuenta de nuestras fuerzas, e igualmente que muy a menudo llegaban chasquis de Salta, y ésta, avisándole que avanzase, que estaban prontos a entregarse; teniendo presente la última cláusula del primer artículo de la Instrucción que me gobierna, expedí ayer una Proclama que en copia acompaño, e hice publicar en forma de Bando, y la he dirigido a Salta para que se haga saber del mismo modo a toda la jurisdicción.Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años Jujuy 30 de Julio de 1812Excelentísimo Señor.El célebre bando de Belgrano del 29 de julio de 1812 que según se lee en el documento anterior acompaña en copia al Gobierno, rezaba lo siguiente:
“Don Manuel Belgrano, Brigadier de los Ejércitos de la Patria, Coronel del Regimiento Número 5 y General en Jefe del Ejército Auxiliador del Perú &.Pueblos de la Provincia de Salta.“Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, en que se halla tan interesado el Excelentísimo Gobierno de las Provincias Unidas de la República del Río de la Plata, os he hablado con verdad; siguiendo con ella, os manifiesto que las armas de Abascal al mando de Goyeneche se acercan a Suipacha, y lo peor es que son llamadas por los desnaturalizados que viven entre vosotros, y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud. Llegó, pues, la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al Ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres”.Llegó pues la época de que manifestéis vuestro heroísmo, y de que vengáis a reuniros al Ejército auxiliador de mi mando, si como aseguráis, queréis ser libres, trayéndoos las armas de chispa, blancas, y municiones que tengáis o podáis adquirir, y dando parte a la Justicia de los que las tuvieren y permaneciesen indiferentes a vista del riesgo que os amenaza de perder no solo vuestros derechos, sino las propiedades que tenéis.Hacendados! apresuraos a sacar los ganados vacunos, caballares, mulares y lanares que hay en vuestras Estancias, y así mismo vuestros charquis hacia el Tucumán, sin darme lugar a que tome providencias que os sean dolorosas, declarándolos además si no lo hicieseis por traidores a la patria.Labradores! asegurad vuestras cosechas extrayéndolas para dicho punto, en la inteligencia de que no haciéndolo incurriréis en igual desgracia que aquellos.Comerciantes! no perdáis un momento en enfardelar vuestros efectos y remitirlos, e igualmente cuantos hubiere en vuestro poder de ajena pertenencia; pues no ejecutándolo sufriréis las penas que aquellos, y además serán quemados los efectos que se hallaren, sea en poder de quien fuese, y a quien pertenezcan.Entended todos, que al que se encontrare fuera de las guardias avanzadas del ejército en todos los puntos en que las hay, o que intente pasarlas sin mi pasaporte será pasado por las armas inmediatamente sin forma alguna de proceso.Que igual pena sufrirá aquel que por sus conversaciones o por hechos atentase contra la causa sagrada de la Patria, sea de la clase, estado o condición que fuese.Que los que inspirasen desaliento, estén revestidos del carácter que estuviesen, serán igualmente pasados por las armas con solo la deposición de dos testigos.Que serán tenidos por traidores a la patria todos los que a mi primera orden no estuvieran prontos a marchar y no la ejecuten con la mayor escrupulosidad, sean de la clase y condición que fuesen.No espero que haya uno solo que me dé motivos para poner en ejecución las referidas penas; pues los verdaderos hijos de la patria me prometo que se empeñarán en ayudarme, como amantes de tan digna Madre, y los desnaturalizados obedecerán ciegamente, y ocultarán sus inicuas intenciones.Mas, si así no fuese, sabed, que se acabaron las consideraciones de cualquier especie que sean, y que nada será bastante para que deje de cumplir cuanto dejo dispuesto.Más que un éxodo, aquello era la imagen del renunciamiento incondicionalmente realizado. El frío y la ventisca invernales acompañaron a la caravana. El éxodo jujeño tuvo lugar el 23 de agosto de 1812.
En sendos bandos de Tristán y Goyeneche se habla de los escasos vecinos que quedaron en Jujuy, de la miseria y la devastación creadas por la guerra[1].
En un oficio del 29 de octubre, Goyeneche celebra desde Potosí que el coronel de su ejército Indalecio González de Socasa haya podido construir el cuerpo municipal siquiera fuese con tres vecinos. Y agrega: “Me llena de la más dulce complacencia el voto unánime y general que V.S. me indica de los pocos vecinos que han quedado en esa ciudad de mantenerse decididos y adictos a la Casa del Rey sin que los retraiga la devastación que el furor y venganza del Caudillo Revolucionario Belgrano han causado en su población según lo tuvo anunciado en su impío bando del 29 de julio”. 2
Hasta el 23 de agosto de 1812, la revolución había puesto a prueba el amor de sus hijos a la libertad, ofreciendo sus vidas, pero en ese momento Jujuy fue escenario de algo más extraordinario todavía: una población entera sin discriminación de clases ni de edades, que sacrificaba colectivamente, su tranquilidad, su fortuna, su existencia.. Jujuy, era el paso obligado al Alto Perú, donde se encontraba el cerro de Potosí, del que se extraía la plata, que le proporcionaba una gran riqueza. Jujuy, merced a ese holocausto por la Patria, debió renunciar a todos sus bienes, lo que la sumiría en la pobreza, de la que sería difícil resurgir.
Fue tan completo el éxodo, que el testimonio español más que el argentino, nos da una idea cabal de su desarrollo. La historia de Torrente, escrita después de la guerra, con la tradición oral de los jefes realistas, nos dice en referencia a Goyeneche: “Hallándose a esta sazón con un brillante ejército, orgulloso por sus anteriores victorias, y muy superior en número y disciplina a las pocas y desalentadas tropas de Buenos Aires, que ocupaban las ciudades de Jujuy y Salta, de las que se habían retirado después de los ataques de Suipacha y Nazareno, con orden de su comandante Belgrano para que todos los habitantes evacuasen aquel territorio llevándose los archivos y aun los armamentos y muchos vasos sagrados de las iglesias, dispuso que el mayor general don Pío Tristán avanzase con tres mil quinientos hombres en persecución de aquellos prófugos”.
Belgrano, en razón del sacrificio efectuado por el pueblo jujeño, lo hizo depositario y guardián de la “bandera nacional de nuestra libertad civil”, puesto que, gracias a ese esfuerzo supremo, fue posible ganar las batallas de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812, y después la de Salta, el 20 de febrero de 1813. Una bandera, una escuela y dos escudos quedaron para siempre en Jujuy como testimonio del agradecimiento del prócer, que supo reconocer el patriotismo del pueblo jujeño.
[1]Cfr. Dora Blanca Tregini Zerpa, “El éxodo jujeño” en: Manuel Belgrano. Los ideales de la patria, Buenos Aires, Instituto Nacional Belgraniano de la República Argentina, 1995, p. 57. Véase: Instituto Nacional Belgraniano, Apuntes biográficos, 2ª edición, Buenos Aires, 1995.
“Implicancias sociológicas en Jujuy, antes, durante y después del Éxodo de 1812”
Ma. Eugenia Pérez Barquet
Documento - Implicancias Sociológicas en Jujuy antes, durante y después del Éxodo de 1812
Si bien existía durante el período colonial una Real Ordenanza para el establecimiento e instrucción de Intendentes de Exército y Provincias en el Virreynato de Buenos Aires, que data de 1782, en donde se determinó que era función de los Intendentes establecer talleres para la recomposición y fabricación de armas, por cuenta de la Real Hacienda, siempre que en ello hubiere utilidad para el erario, la misma no se aplicó. Al producirse la Revolución de Mayo no había en estas provincias fuera del taller de reparaciones de la Real Armería, en el Fuerte, donde también se guardaban las armas de los armeros de las unidades militares y de algunos artesanos particulares, taller alguno de consideración para la compostura y menos para la fabricación de armas.
Los primeros gobiernos patrios emprendieron pronto la fabricación de armas con el objeto de proveer a sus urgentes necesidades. En 1810 se fabricaban en estas provincias armas blancas y en 1812, bajo la dirección del coronel Monasterio, se funden los primeros cañones. Por decreto del 14 de julio se comunicaba haber hecho en la fábrica de la Residencia el primer ensayo de fundición vaciando un mortero de 12 pulgadas cónico, a lo “Gomer”, por el apellido del general que los había introducido en el ejército francés en 1765. Eran piezas muy cortas, de tiro curvo, que lanzaban bombas huecas rellenas de pólvora.
Se establecieron sendas fábricas de fusiles en la ciudad de Buenos Aires y en Tucumán. Nos ocuparemos de esta última por estar ligada al accionar del general Belgrano como Jefe del Ejército del Norte. Esta fue fundada en noviembre o diciembre de 1810. Su primer director, con el título de “protector” fue Clemente Zavaleta, alcalde de primer voto del cabildo de esa ciudad.
El gobierno había depositado grandes esperanzas en la fábrica de Tucumán, por su relación con los ejércitos del norte en cuanto a la provisión de armas y ésta se veía favorecida por la existencia dentro de esa provincia, de las materias primas necesarias, es decir, maderas y metales.
El 25 de enero de 1811 se nombró maestro mayor de la fábrica a Francisco de Eguren, a pesar de lo cual diez meses después de instalada se contestaba al gobierno de Chile, que no pasaba de “una oficina de ensayos”.(1)
Cuando Belgrano se hizo cargo del Ejército del Norte, la maestranza, que era un elemento clave por cuanto de sus talleres iban a salir los elementos de guerra indispensables, formada por casi setenta hombres, no se había desempeñado en forma muy brillante. Según un oficio de Pueyrredón: “La artillería es escasa y de ínfimo calibre, sin otras municiones que los pocos tarros de metralla que produce la lentitud de unas elaboraciones imperitas y tan morosas que consumen un día de trabajo para el pulimento de una bala rasa”.(2)
Cuando Belgrano se hizo cargo del ejército, encontró los efectos de la maestranza y parque cargados en carretas para conducirlos a Tucumán y ordenó su regreso hacia Campo Santo y luego a Jujuy por cuyo motivo no pudo enterarse del contenido de cajones, retobos, líos, etc., en que se acondicionaron para el transporte. Sin embargo, conocía la situación desastrosa de esa sección del ejército, por lo cual designó al barón de Holmberg Jefe de Estado Mayor y puso bajo sus órdenes el parque y la maestranza el 20 de mayo de 1812.
Belgrano remitió, el 3 de junio, un estado del ejército, prometiendo ampliar con mayores datos: “… acompañando igualmente el de vestuario y de cuanto exista en la Maestranza y Parque en donde se trabaja por el expresado Barón para organizarlo todo y saber lo que hay pues se ignora, no habiéndose llevado un libro jamás de entradas y salidas y contentándose únicamente con llevar una razón como la que se acompaña”.(3)
El 14 de junio, Holmberg entregó un informe detallando el inventario de todo lo que había encontrado al 10 de mayo, al igual que un balance de las entradas y salidas desde esa fecha al 14 de junio.(4)
Este informe aclaraba “que no han existido anotaciones de ningún género sobre las existencias del Parque y la Maestranza”. Hacía un relevamiento de los distintos elementos existentes, tales como: piezas de artillería, juegos de armas, municiones de artillería, armas manuales de fuego (fusiles, carabinas, pistolas y trabucos), blancos para tiro, fornituras, utensilios, balas, metrallas, pertrechos de guerra para fabricar municiones, monturas y atalajes, detalle de herramientas de carpintería, talabartería, hojalatería, armería y fundición, etc. Asimismo, solicitaba que le enviaran desde Buenos Aires los elementos necesarios que no había en esos pueblos. Estos eran: barrenas, hojas de cepillo, limas, escofinas, formones, cuchillos para talabarteros, tijeras para hojalateros, martillos, tornos de mesa, palas, picos, azadas, terrajas, etc. Para la fabricación de cartuchos de cañón se pedían 60 piezas de lanilla y para los de fusil 130 resmas de papel común, hilos de “acarreto”, hilo de sastre, velas de cera, 43.000 piedras de chispa, etc. También se necesitaba pólvora. El gobierno hizo varias remesas de los artículos pedidos, entre ellos algunos barriles de pólvora de Chile.
Holmberg informaba que pondría en manos de Belgrano, el Reglamento que debería regir a los oficiales encargados de esas dos secciones, que había terminado pero faltaba traducir al español. El tema de la mano de obra era vital para el funcionamiento de la fábrica. Se empleaban 63 jornaleros civiles y 18 militares. Este personal ocasionaba un gasto de casi 2.000 pesos por mes. Tanto Belgrano como Holmberg buscaron reducir los gastos y ver de qué manera a través de algún tipo de contribución se podría atenderlos.
Belgrano en oficio del 3 de junio al gobierno, se quejaba de la falta de formación del personal: “el vizcaíno (Eguren) no es más que un practicón de fabricante de armas, sin entender palabra de mecánica, y que el protector y otros satélites que hay empleados son absolutamente ignorantes en la materia; es pues preciso buscar un inteligente que se haga cargo de ella, experimentándolo antes a entera satisfacción; lo demás es gastar plata en valde y no aprovechar cosa alguna. Con un sujeto de provecho que se hubiese ocupado, tendríamos hoy otras ventajas en ese ramo, de que carecemos con grave perjuicio.”(5)
Además indicaba que había dado órdenes para que se hicieran llaves a la francesa o a la inglesa en lugar de las españolas. Consideraba conveniente que el herrero Carlos Celone que se hallaba en Buenos Aires prestara sus servicios para esta fábrica dado que era “muy hábil y tiene conocimientos”.(6)
Celone posteriormente fue el herrero que hizo la prensa para estampar en seco el sello con el escudo aprobado por la Asamblea de 1813, y además fue armador de barcos corsarios. A mediados de 1812 había sugerido que se formaran compañías de cívicos de acuerdo con las profesiones. A pesar del pedido de Belgrano, éste nunca fue enviado a Tucumán.
En relación al reemplazo de las llaves españolas por inglesas o francesas, el gobierno se dirigió al Director de la Fábrica de Fusiles de Tucumán por oficio del 9 de abril de 1813, expresándole que se fabricaran llaves inglesas sin dejar de fabricar las españolas.
La fábrica se dedicó también a preparar algunos pertrechos destinados al Ejército del Norte. Precisamente, en un oficio de Belgrano fechado en Jujuy el 18 de junio de 1812, señalaba los defectos en la fabricación de cartucheras. Estas no sólo no tenían la medida del cartucho, sino que además los agujeros estaban llenos de barbas, lo que inutilizaba los cartuchos. Se impuso un nuevo método propuesto por el Barón de Holmberg para solucionar este problema.
A pesar de todos los inconvenientes, el general Belgrano, con fecha 28 de julio de 1812, informaba que la fábrica de fundición establecida en aquel ejército bajo la dirección del barón de Holmberg adelantaba y ya se habían fundido morteros de 8 pulgadas, dos obuses de a 6 y 3 líneas y se seguían moldeando culebrinas de a 2. Se fundaron sendas Fábricas de armas en Buenos Aires y Tucumán.
La fábrica de Tucumán fue ocupada por las tropas de Pío Tristán previo a la batalla de Tucumán y al retirarse fue destruida por su orden, “aprovechándose los tornos y herramientas que se encontraban en ella, único fruto y muy caro, que proporcionó la campaña”, según el testimonio del general García Cambá, citado por Holmberg.(7)
El general realista no pudo aprovechar el material retirado de la fábrica, pues perdió su tropa de carretas y no disponía de elementos para transportar los tornos. Según informe de Zavaleta al Triunvirato éste se llevó algunas herramientas, inutilizando otras y ocultando las más en los pozos de balde ubicados a extramuros, de donde se sacaron 18 y se continuaban buscando los que faltaban.
El 11 de octubre Belgrano se dirigía al gobierno pidiéndole el envío de 30 hornos, 16 yunques y 20 linguotes de 3 varas de largo y 5 de 6 pulgadas de grueso. Este pedido fue satisfecho de inmediato dado que fue remitido con fecha 26 de octubre.
A raíz de numerosas notas de Belgrano en relación a las necesidades de la fábrica de fusiles, el gobierno envió a Manuel Rivera, armero y mecánico competente para que “metodice, adelante y perfeccione el trabajo de la fábrica de fusiles de dicha ciudad”.(8) Rivera era español. Trabajaba como armero en Buenos Aires a fines del siglo XVIII, fue maestro mayor de la Real Armería de la plaza; y tuvo una destacada actuación durante las invasiones inglesas, como soldado y artesano, por lo cual fue designado el 19 de marzo de 1807: “Maestro Mayor de Armeros del Real Cuerpo de Artillería en el Departamento de Buenos Aires”. En 1810 era coronel urbano pronunciándose de inmediato por el movimiento de mayo.
Belgrano informa el 27 de noviembre de 1812 acerca de la llegada en días anteriores del coronel Manuel Rivera.
La fábrica de Tucumán produjo también armas blancas, espadas y sables. Aparentemente, tales armas eran más de la especialidad de Rivera, quien realizó dos viajes a Buenos Aires y en noviembre de 1814 fue nombrado director de la fábrica de armas blancas de Córdoba, instalada en Caroya.
Por otra parte, Zavaleta –quien no se llevaría bien con Belgrano- presentó su renuncia a fines de 1812, reiterándola en enero de 1813, siéndole aceptada en esa oportunidad. El alférez de artillería Juan Zeballos fue nombrado para recibir los útiles del establecimiento bajo formal inventario, quedando Rivera a cargo de la fábrica. No queda claro cómo se distribuyeron sus funciones Eguren, Rivera y luego Huidobro.
Belgrano en oficio del 26 de febrero hacía referencia a la situación de la fábrica de fusiles y a la actuación de Eguren: “Ya he dicho antes de ahora a V.E. que para establecer como corresponde la fábrica de fusiles de Tucumán, es necesario un hombre que tenga conocimientos fundamentales en la materia. El vizcaíno Eguren es muy útil; ha servido muchísimo y muy bien, pues a su celo e inteligencia se debe el haber compuesto más de quinientos fusiles antes de la acción de Tucumán y el haber puesto corriente todo el armamento para esta expedición; pero no sale de la esfera de un mero practicón y, por lo mismo, no es suficiente para el perfecto arreglo de la fábrica”.(9)
A pesar que Belgrano menciona la inutilidad del cargo de protector -entonces vacante- Feliciano Antonio Chiclana designó en ese cargo en carácter de interino a Simón Huidobro a comienzos de 1813. Se deduce del Reglamento que regulaba las funciones del protector y del director, que el segundo tenía un cargo más técnico.
El 12 de septiembre de 1813 se nombró administrador a Juan Antonio Lobo y el 8 de febrero de 1814 se designó director a Leonardo Pacheco.
La fábrica de Tucumán, al igual que la de Buenos Aires, tuvo que sufrir la estrechez económica propia de la época. Por ello, en algunas oportunidades obtuvo los fondos destinados al sostenimiento de la fábrica de las temporalidades de Catamarca.
Ante un pedido de Belgrano, Chiclana informó, en nota del 12 de marzo de 1813, al gobierno central que el General en Jefe del Ejército:
“Pide con suma instancia se trabajen en la fábrica llaves de fusil y tornillos de todas clases para alistar los muchos tomados al enemigo sin ella.”(10)
Asimismo, transmitía el pedido del Protector, quien solicitaba se lo proveyera de herramientas y útiles. En abril de 1813, se le enviaron de la Fábrica de Armas de Buenos Aires, efectos depositados allí que habían sido traídos por maestros alemanes contratados por el Estado para prestar servicios en la fábrica de Buenos Aires. Estos eran: 102 limas surtidas, de todos los tamaños y formas; 18 y media docenas de limas tablas, medias cañas y limatones, de calidad superior; 6 tornos de mano surtidos y 1 arroba de esmeril fino.
A juzgar por el testimonio de Belgrano, la fábrica inició la elaboración íntegra de fusiles, inclusive de cañones, mencionando éste que tres reventaron de la primera partida. La forja de los cañones era labor delicada y cualquier defecto llevaba con facilidad a que el cañón reventara inutilizando el arma, y, a veces, también al tirador. Las primeras llaves, del modelo español, eran según la nota de Belgrano, toscas y pesadas y los muelles tan fuertes que rompían las piedras. Las herramientas solicitadas y remitidas estaban destinadas a fabricar llaves de fusil y sus tornillos. Es probable que se haya dejado de lado la forja de cañones en fecha temprana, dado que en la segunda nota de Belgrano hace referencia a la reparación de armamentos y no a su fabricación.
La fabricación de llaves destinadas a fusiles capturados del enemigo que se encontraban sin ella, permitió su reutilización sin necesidad de fabricar nuevas armas.
Belgrano en nota del 23 de octubre de 1812 expresaba lo siguiente: “Armas, con las que teníamos y las tomadas al enemigo podremos contar de mil quinientos a mil ochocientos entre fusiles y carabinas; pero lo más de ello está destrozado, y constantemente se trabaja en hacer cajas nuevas, recomponer las llaves, hacer éstas nuevas, guarniciones, baquetas, bayonetas y cuanto es preciso”.(11)
La fabricación de llaves y cañones se llevaba a cabo para esa fecha, siendo sin duda más extensa la de cajas de fusil, de las que se surtía a los otros establecimientos, como la fábrica de Buenos Aires y los talleres de Mendoza. Aparece un envío de 500 a Buenos Aires a principios de 1811. Todavía en 1819, Toribio de Luzuriaga, gobernador de Mendoza, recibió un cargamento de cajas de fusiles desde Tucumán y hacia esa misma fecha, se hicieron envíos de éstas a Buenos Aires.
Lo más probable es que después de los primeros ensayos de fabricar armas completas, la fábrica de Tucumán se haya dedicado a la compostura de armas en gran escala, especialmente del Ejército del Norte. Para junio de 1813 se habían reparado seis mil fusiles, lo que originó los elogios de Belgrano a Eguren, después de sus primeras críticas.
No obstante ello, todavía en septiembre de 1815, el general Belgrano remitió a Buenos Aires una carabina construida en la fábrica y el Directorio la pasó al Cabildo de esta ciudad “para mostrarla a todos los que quisieran verla”.(12)
En 1814, al hacerse cargo San Martín del mando del Ejército del Norte, insistía ante el Gobierno Nacional, en notas dirigidas al Poder Ejecutivo. En una nota de 10 de febrero de ese año, solicitaba le mandaran un oficial inteligente para que construyera moldes necesarios como se hacía en la fábrica de Buenos Aires. Pocos días después, el 23 de febrero, le solicitaba que le enviaran por el mismo correo un barreno para barrenar cañones de fusil. Lo necesitaba para modelo porque los que se usaban allí eran los cuadrados que hacían el trabajo difícil y moroso. Los pedidos incluían diversos elementos de trabajo. En nota del 5 de marzo solicitaba 15 panes de simbal para la liga de los metales por carecer totalmente de ese material y el 23 de marzo diez cuadernitos de papel de lija, de los que usaban los ingleses, para alisar las cajas de los fusiles.
En los casos de necesidad, se les exigía la entrega de armas a ambas fábricas, es decir tanto la de Buenos Aires como la de Tucumán. Durante el Segundo Triunvirato se adoptaron medidas para reforzar el sitio de Montevideo, acumulando hombres y pertrechos. Por acuerdo del 25 de mayo de 1813 se dispuso: “Se encarga al general Belgrano la remesa de las armas posibles y sobrantes aunque fuesen descompuestas, con el objeto de habilitarlas en esta Fábrica, instruyéndole al mismo tiempo de la novedad que daba mérito a esta prevención. Al Teniente Governador de Tucumán se ordenó que mandase 500 armas de chispa de las que estuviesen compuestas o en estado de composición, pues así lo exigía la seguridad nacional”.(13)
La fábrica de fusiles de Tucumán funcionó probablemente hasta 1819, sin que se pueda establecer con exactitud cuando cesó sus actividades.
El tema de la fábrica de fusiles es de sumo interés, dado que nos permite advertir los esfuerzos y las dificultades que se debieron atravesar para fabricar las armas con las cuales hemos librado las batallas por la Libertad e Independencia. Asimismo, podemos entrar en contacto con un Belgrano poco conocido, el gran organizador. Así como son ampliamente conocidas las dotes de San Martín para organizar el Ejército de los Andes en relación a todo lo relacionado con la maestranza, este aspecto de Belgrano con respecto al Ejército del Norte, se mantuvo poco difundido, siendo un conocimiento reservado a los especialistas en temas militares.
Notas:
El 24 de septiembre de 1812 Belgrano venció en la batalla de Tucumán, librada en el Campo de las Carreras. Con su victoria detuvo el avance de las tropas del virrey del Perú que pretendía sofocar a la Revolución de 1810. Complejo Museográfico Enrique Udaondo, Lujan. ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
La batalla de Tucumán tiene un significado especial en la causa de la Revolución, dado que frenó la avanzada realista, y es el primer acto del triunfo argentino del norte, del cual el segundo es la batalla de Salta. Más allá de la trascendencia que tuvo la batalla librada en Tucumán el 24 de septiembre de 1812, desde el punto de vista político, también es significativa desde el aspecto militar.
Las batallas de Tucumán y Salta, son las únicas de carácter campal dadas contra los españoles en el territorio argentino. Y esto les da a esos triunfos un significado singular. 1.
Nos referiremos a la batalla de Tucumán. Resulta de sumo interés, el testimonio que aporta el general José María Paz en sus Memorias, acerca de la retirada de Belgrano del norte, después de hacerse cargo de los restos del ejército patrio derrotado en el Desaguadero. Belgrano se retiraba desde Jujuy, en dirección a Tucumán, hacia fines de agosto de 1812. El ejército contaba con sólo 1.500 hombres, casi desorganizado y desprovisto de todo. Por detrás venía en su persecución, el general Tristán, destacado por Goyeneche con un ejército español de más de 3000 hombres.
A pesar que las avanzadas del ejército realista venían picando peligrosamente la retaguardia del ejército patriota, Belgrano se mantuvo sereno y valiente. Con su actitud logró que sus soldados no cayeran en el pánico. En esas circunstancias adversas, era cuando Belgrano mostraba su verdadera estatura moral. Según Paz: “jamás desesperó de la salud de la patria, mirando con la más marcada adversión a los que opinaban tristemente sobre ella”. 2
El valor de Belgrano se reflejaba en su actitud: “era siempre en el sentido de avanzar sobre el enemigo, de perseguirlo; o si era éste el que avanzaba, de hacer alto y rechazarlo”. 3 El triunfo premió a los tropas patriotas en la acción de Las Piedras, el de septiembre de 1812, contra las avanzadas realistas del coronel Huici.
Plano de la batalla de Tucumán realizado por el general Bartolomé Mitre e incluido en su libro Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
Es importante señalar que Belgrano desobedeció la orden del Triunvirato que le ordenaba trasplantar a Córdoba la fábrica de fusiles que funcionaba en Tucumán, y desmantelar, desguarnecer y abandonar enteramente Tucumán, para establecerse en Córdoba, frente a la avanzada realista. La desobediencia de Belgrano selló la suerte de nuestras provincias del Norte, dado que obedecer las órdenes del Triunvirato, que sólo atinaba a salvar la Capital y su gobierno, hubieran significado la pérdida del norte argentino. Belgrano se debió enfrentar a los enemigos realistas y a las órdenes del gobierno, que actuaba de una manera egoísta. Con su actitud, Belgrano salvó la causa de la Revolución. Y éste es el enorme mérito de esta batalla.
Belgrano simuló tomar un camino que se dirigía a Santiago del Estero, sin tocar en Tucumán. Así, el prócer se propuso engañar a Tristán que creyó que Belgrano abandonaba Tucumán, con lo cual, descuidó las más elementales precauciones de orden militar, dando lugar a la captura en Trancas, de Huici. Belgrano se detuvo con sus tropas en La Encrucijada, lugar cercano a la ciudad de Tucumán, y despachó para Tucumán a Juan Ramón Balcarce, “dándole las más amplias facultades para promover la reunión de gente y armas y estimular al vecindario a la defensa”. 4
El vecindario tucumano respondió con entusiasmo al pedido de Balcarce, y el Cabildo envió una diputación a Belgrano, para persuadirlo a quedarse en Tucumán, y con todo el apoyo de este pueblo, organizar la defensa y presentar combate al invasor. Belgrano consiguió que se le otorgara dinero y gente en cantidad apreciable, por lo cual se dirigió a la ciudad de Tucumán, decidido a enfrentarse con el enemigo. Belgrano contó con doce días para organizar sus tropas. Su plan consistía, como dice Mitre en “esperar al enemigo fuera de la ciudad, apoyando su espalda en ella”, y después, “en caso de contraste, encerrarse en la plaza”. Para lo cual, cuenta Paz que en ella “se fosearon las bocacalles y se colocó la artillería” que no iba a llevarse a la acción. (5)
Los vecinos principales se ocuparon en alistar gente de la campaña para engrosar el ejército, también reunieron caballadas y proporcionaron reses para el mantenimiento de los defensores.
Llegaron contingentes reducidos de Catamarca y Santiago. Así se formaron los cuerpos de caballería de las provincias del Norte, llamados Decididos. Muchos de estos soldados tuvieron que improvisar hasta sus lanzas con cuchillos enastados en palos y tacuaras.
El ejército invasor tuvo que soportar el vacío y el silencio que hallaron a lo largo del camino. Eran hostilizados por las partidas criollas y el 23 de septiembre, el general Tristán, tuvo la máxima sorpresa, al avistar la ciudad de Tucumán y advertir la presencia de Belgrano y su ejército en ella.
El 24 de septiembre se encontraron el ejército realista y el patriota en la batalla de Tucumán, y a pesar de que el ejército realista contaba con 4000 hombres y el patriota con sólo 2000, la suerte sería favorable para los patriotas. Según palabras de Paz, “es el de Tucumán uno de los combates más difíciles de describirse, no obstante el corto número de los combatientes”. Continúa: “Que la izquierda y centro enemigos fueron arrollados; nuestra izquierda fue rechazada y perdió terreno en el desorden, en términos que el comandante Superí estaba prisionero por una partida enemiga, que luego tuvo que ceder a otra nuestra que la batió y lo represó. El enemigo, por consecuencia del diverso resultado del combate en sus dos alas, se vio fraccionado, a lo que se siguió una gran confusión”. 6
Desde el punto de vista estrictamente militar, la batalla se reduce a lo que refiere Paz. Porque lo que sigue, que acaba en victoria, se debió a distintos factores: religiosos, populares, psicológicos, naturales, etc.
A mitad de la batalla, ocurrió algo sobrenatural que contribuyó a desbandar las tropas realistas y a llenarlos de pánico. Fue un vasto huracán que llegó furioso del sur. Según el relato de Marcelino de la Rosa, a quien se lo contaron protagonistas de esta batalla: “El ruido horrísono que hacía el viento en los bosques de la sierra y en los montes y árboles inmediatos, la densa nube de polvo y una manga de langostas, que arrastraba, cubriendo el cielo y oscureciendo el día, daban a la escena un aspecto terrífico”. 7
Después del encuentro de los dos ejércitos, reinó la confusión. La infantería patriota quedó dueña del campo de batalla, pero, viéndose sola, se replegó sobre la ciudad., y entró en ella para acantonarse y preparar su defensa. bajo el mando del coronel Eustoquio Díaz Vélez, mientras Tristán con el resto de su ejército llegó hasta la goteras de Tucumán, donde se estacionó como sitiándola. Belgrano, acompañado del coronel Moldes y algunos soldados, fue hasta el Rincón, sin saber los resultados de la acción. Paz va a ser quien se encuentre con Belgrano y le informe que en la ciudad se encontraba fuerte toda su infantería, con lo que Belgrano, conociendo el triunfo de la caballería tucumana, supo de su triunfo.
Tristán tuvo una actitud indecisa. Pero en la tarde del 25, se convenció de que no tomaría la ciudad, y vio que era amenazado de afuera por columnas patriotas que en torno a Belgrano se irían engrosando, por lo que se dio por vencido y esa misma noche emprendió la retirada en dirección a Salta.
Según el historiador Vicente Fidel López esta batalla fue “la más criolla de todas cuantas batallas se han dado en el territorio argentino”. Y eso es para él, “lo que la hace digna de ser estudiada con esmero por los oficiales aplicados a penetrar en las combinaciones con que cada país puede y debe contribuir de lo propio a la resolución de los problemas de la guerra”. 8
Sobre su trascendencia, dijo Mitre: “Lo que hace más gloriosa esta batalla fue no tanto el heroísmo de las tropas y la resolución de su general, cuanto la inmensa influencia que tuvo en los destinos de la revolución americana. En Tucumán salvóse no sólo la revolución argentina, sino que puede decirse contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana. Si Belgrano, obedeciendo las órdenes del gobierno, se retira (o si no se gana la batalla), las provincias del Norte se pierden para siempre, como se perdió el Alto Perú para la República Argentina’’. 9
Rudecindo Alvarado (1792-1872). Combatió en Tucumán a las órdenes de Belgrano y bajo el mando de San Martín en Chacabuco y Maipú. En 1826 Bolivar lo designó Gran Mariscal del Perú. Fué Gobernador de Salta en 1831. A su lado, el Coronel Cornelio Zelaya (1782-1855). Fue uno de los subordinados más distinguidos con los que contó Belgrano en la batalla de Tucumán.
La batalla de Salta, librada en el campo de Castañares, fue la más grande victoria militar de Belgrano. Además de triunfar logró la rendición del jefe realista Pío Tristán y de todos sus efectivos. Óleo de Rafael D. del Villar, Complejo Museográfico Enrique Udaondo, Luján. ɪɴsᴛɪᴛᴜᴛᴏ ɴᴀᴄɪᴏɴᴀʟ ʙᴇʟɢʀᴀɴɪᴀɴᴏ, Los ideales de la Patria, Buenos Aires,1995.
Luego de la victoria de Tucumán, Belgrano se abocó a la reorganización, instrucción y reclutamiento de nuevos efectivos, para mejorar la situación de su ejército, durante cuatro meses en Tucumán.
El Primer Triunvirato cayó el 8 de octubre de 1812, siendo sucedido por el Segundo, integrado por Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Alvarez Jonte. Este gobierno decretó honores, el 20 de octubre de 1812, a los vencedores de Tucumán, confiriéndole a Belgrano el título de capitán general, que declinó, aunque aceptó ejercer las facultades que de él emanaban. Luego la Asamblea otorgó a Belgrano la suma de 40.000 pesos como premio, que él destinó a la dotación y sostenimiento de cuatro escuelas.
Belgrano se debió ocupar de poner orden en la oficialidad, dado que había enfrentamientos internos, acerca del desenvolvimiento de algunos oficiales en la batalla . Por un lado, Dorrego y otros oficiales de infantería y artillería formulaban cargos contra el barón de Holmberg, muy cercano a Belgrano, a quien acusaban de cobardía y de haberse inferido una herida en la espalda para retirarse del campo de batalla. Paz, que era ayudante del barón, y permaneció junto a él en la acción, desmiente en sus Memorias los cargos que le habían realizado. No obstante, el barón, debido a las presiones, fue separado del ejército y enviado a Buenos Aires.
Otro motivo de disputas fue la distinción que le hizo Belgrano al coronel José Moldes, al que había designado inspector general de Infantería y Caballería y a quien algunos jefes acusaban de arbitrariedad y despotismo. Dentro de estos jefes se encontraban: Juan Ramón Balcarce, caballería, capitán Francisco Villanueva, de artillería, comandante Carlos Forest, del 6 de Infantería y el capitán Pesón, del Batallón de Pardos. Moldes presentó su renuncia y Belgrano se vio obligado a aceptarla.
También tuvo problemas Balcarce, a quien se acusaba de no haberse comportado con valor en la batalla de Tucumán y de haber saqueado los equipajes del enemigo, siendo este último cargo infundado. La situación se resolvió, dado que Balcarce fue nombrado representante de la provincia de Tucumán al Congreso Constituyente, y marchó a Buenos Aires.
Belgrano, amante de la paz, se dirigió al liberal general realista Goyeneche, invitándolo a encontrar una solución pacífica entre americanos. El Triunvirato no aprobó la actitud de tratar con el enemigo, pero Goyeneche le contestó el 29 de octubre, expresando sus deseos de paz y enviándole un ejemplar de la nueva Constitución liberal española. Nuevamente, el Triunvirato se opuso a un arreglo pacífico. 1
Tristán, se había acantonado en Salta con 2500 hombres, a los que se podían agregar 500 que ocupaban Jujuy y efectivos menores en Suipacha, Oruro, Cochabamba, Charcas y La Paz.
El 12 de enero se inició la marcha del ejército patriota hacia Salta, por escalones. El 1 de febrero, Belgrano, escoltado por el Regimiento de Dragones de Milicias de Tucumán, partió de la ciudad. La marcha se hizo por divisiones, con grandes intervalos de tiempo. Los días 9, 10 y 11 de febrero se emplearon en vadear el río Pasaje. Se celebró a continuación una ceremonia castrense, en la que se prestó juramento de obediencia a la Asamblea General Constituyente, que acababa de establecerse. Los oficiales y soldados hicieron el juramento ante una cruz formada por la espada de Belgrano y la bandera creada por él. A partir de ese momento el río pasó a llamarse Juramento.2
El 16 de febrero la vanguardia patriota bajo el mando de Díaz Vélez, chocó con las avanzadas de Tristán, que ocupaban las alturas detrás de un riachuelo llamado Zanjón de Sosa.
Belgrano, estaba con el grueso del ejército en Punta del Agua, y buscó emplear el factor sorpresa. Según refiere en su parte de batalla había tenido la intención de “sorprenderlo al enemigo totalmente hasta entrar por las calles de esta capital, las aguas me lo impidieron, y ya fueron indispensables otros movimientos; pues que habíamos sido descubiertos, respecto a que fue preciso dar algún descanso a la tropa y proporcionarle que secase su ropa, limpiar las armas, recorrer sus municiones y demás”.3
Detrás de la vanguardia, efectuó un envolvimiento con el grueso del ejército por caminos de montaña, marchando 17 km en una jornada, guiado por el capitán salteño Apolinario Saravia. Tras efectuar un rodeo a través de la quebrada de Chachapoyas, acamparon a 5 km de la ciudad, el día 18, bajo una copiosa lluvia.
La vanguardia, que atacaba frontalmente, se replegó para accionar juntamente con el grueso, que el día 19, a las 11 de la mañana, avanzó por la pampa de Castañares, y atacó la posición realista por la retaguardia, bajando de los cerros.
Belgrano se encontraba seriamente enfermo, por lo cual había preparado un carro para efectuar en él los desplazamientos, pero a último momento se repuso y pudo montar a caballo.
Al mediodía, el ataque se generalizó desde distintas direcciones, sirviéndoles de guía el emblema celeste y blanco. Desplazó Tristán su dispositivo, improvisando una posición defensiva hacia el norte. Primero las alas realistas y luego el centro comenzaron a ceder ante el ataque arrollador de los patriotas.
En el cerro de San Bernardo, un destacamento realista resistía el ataque patriota, obligando a Belgrano a emplear sus reservas, para lograr la rendición de éstos.
Plano topográfico de la batalla de Salta, librada el 20 de febrero de 1813, realizado por lo general Bartolomé Mitre y publicado en su libro Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina
Continuó el ataque a través del Tagareté, en momentos en que los realistas se replegaban al recinto fortificado de la Plaza Mayor. El general realista se vio obligado a ofrecer la capitulación, que concedió Belgrano, magnánimo. Les permitió retirarse desarmados, prestando previamente juramento de no tomar las armas contra las Provincias Unidas del Plata hasta el límite del Desaguadero, que era el objetivo a alcanzar que le había fijado el gobierno a Belgrano. Este gesto sólo puede comprenderse dado que Belgrano consideraba “que sólo la armonía entre los pueblos podría permitirles alcanzar su grandeza”. 4
Sobre la fosa común en que fueron sepultados, en el campo de La Tablada, los muertos de ambos ejércitos, fue colocada una gran cruz de madera con la siguiente inscripción: ‘’Aquí yacen los vencedores y vencidos el 20 de febrero de 1813’’.5
“La vida es nada si la libertad se pierde”
(Por el Lic. Prof. Matías Dib, investigador del Instituto Nacional Belgraniano)
“La vida es nada si la libertad se pierde”, le decía Manuel Belgrano al doctor José Gaspar Rodríguez de Francia en una epístola del 19 de enero de 1812, “mire ud. que está expuesta, y que necesita toda clase de sacrificios para no perecer”[1]. Tratando de instar al dirigente paraguayo a no cejar en la causa por la revolución americana, subordina allí la suerte individual a la colectiva: “no me atrevo a decir que amo más que ninguno la tranquilidad, pero conociendo que si la Patria no la disfruta, mal la puedo disfrutar yo”[2]. Así el virtuoso abogado, economista político, periodista y funcionario de la administración hispana; experimentará como General al frente de su Ejército del Norte las fatigas de la campaña, las privaciones, la vida agitada y dura, las incomodidades y también la obligación de ejecutar órdenes espinosas hasta opinar “que no hay religión más rígida que la del militar”[3]. Los acontecimientos que iría a protagonizar en adelante Belgrano darían prueba palmaria de la veracidad de tal compromiso.
El período que oscila entre 1770 y 1820, en coincidencia con los años vitales de nuestro prócer, tanto para Europa como para América, se ve signado por estallidos revolucionarios que alcanzan una dimensión inédita. El propio Belgrano explica: “como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de la Francia hiciese también la variación de ideas […] se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido”[4].
Este breve exordio permite advertir sobre dos conceptos claves para comprender dicha época y que a su vez son componentes del pensamiento y accionar político del siglo XIX: libertad y revolución. Términos que han sido objeto de permanentes debates dialécticos y difíciles de descifrar en su cabal significado.
“La palabra revolucionario -escribió el célebre marqués de Condorcet- puede aplicarse únicamente a las revoluciones cuyo objetivo es la libertad”. El revolucionario francés girondino, perseguido luego por el jacobino Maximilien de Robespierre, entendía que crear un espacio para el ejercicio de la libertad debía ser requisito para que hablemos de una verdadera revolución. La libertad se muestra, pues, como valor fundamental dentro de los procesos revolucionarios. En primer lugar, porque la pobreza, al introducir desigualdad, no permite que existan hombres libres. En segundo lugar, porque la revolución no se reduce únicamente a la superación de la pobreza, pretende ir más allá en sus miras.
Fue exigencia de esa decimonovena centuria comprender la diferencia entre liberación y libertad. Si convenimos que la revolución es un cambio radical de estructuras, la liberación implicaba, entonces, sustituir las estructuras injustas por otras que debían resultar precisamente lo contrario. Libertad, por su parte, se emparentaba con la confianza en que el poder estatal será antes que todo un garante de la libertad individual y que a la postre asegurará una participación más amplia en los asuntos públicos a todos los habitantes.
Estimo que algo de ese imbricado panorama ideológico es lo que se puso en juego de modo apremiante entre 1812 y 1813 para Hispanoamérica. Manuel Ugarte decía al cumplirse el centenario de la revolución de Mayo que “si el movimiento de protesta contra los virreyes cobró tan colosal empuje fue porque la mayoría de los americanos ansiaba obtener las libertades económicas, políticas, religiosas y sociales que un gobierno profundamente conservador negaba a todos, no sólo a las colonias, sino a la misma España”[5].
Si bien la gesta de 1810 puede inscribirse dentro de la era global de revoluciones que mencionamos, tiene su propia identidad y protagonistas, con variados sustentos filosóficos y derroteros impensados.
Belgrano, númen de Mayo, fue recurrente en sus escritos previos a la gloriosa batalla de Salta con la idea de la libertad como objeto de valor incólume. En la conmemoración del segundo aniversario de la revolución, estando en Jujuy, reunió el general en jefe a sus tropas frente a la primera bandera del Ejército Auxiliador del Perú que había mandado confeccionar [6] (la segunda suya, pues aún creía aprobada la que deja en Rosario) y les exclamó: “Dos años ha que por primera vez resonó en estas regiones el eco de la libertad, y él continúa propagándose hasta por las cavernas más recónditas de los Andes; pues que no es obra de los hombres, sino del Dios Omnipotente, que permitió a los Americanos que se nos presentase la ocasión para entrar al goce de nuestros derechos; el 25 de Mayo será para siempre memorable en los anales de nuestra historia”, pues “por primera vez, véis la Bandera Nacional en mis manos, que ya os distingue de las demás Naciones del Globo”[7].
Cuatro días después informaba del acto al gobierno, destacando su satisfacción “en ver la alegría, contento y entusiasmo con que se ha celebrado en esta ciudad [Jujuy] el aniversario de la libertad de la Patria”. Y agregaba que igualmente en Salta “se ha celebrado el aniversario con todo esplendor y magnificencia correspondiente a un pueblo entusiasmado y amante de su libertad”[8].
En las vísperas del célebre éxodo jujeño (23 de agosto de 1812), se le incorpora a su ejército un cuerpo de caballería de jóvenes intrépidos de Salta y Jujuy que tendrá destacado papel en el estratégico triunfo del río Las Piedras (3 de septiembre); juventud briosa que Belgrano bautizó como los “Patriotas Decididos” (a vencer o morir por la sagrada causa de la libertad).
A los fines revolucionarios, el éxito de la causa libertaria requería de un conductor castrense con dotes de organizador y estadista. Lamadrid y Paz coinciden en resaltar la actividad desplegada por Belgrano a partir de la victoria del 24 de septiembre de 1812 en el campo de las Carreras [9] (Tucumán). El “manco” sostuvo que tal tiempo fue útilmente empleado por Belgrano en la instrucción y disciplina de las tropas y en la reorganización de los otros ramos del ejército. Lamadrid dice que tras aquel triunfo, el general se contrajo “a remontar los cuerpos del ejército con reclutas que pidió a las Provincias y disciplinarlos con empeño […] Estableció también un cuerpo cívico” y “una maestranza completa […] Fue tal la constancia del general y de los jefes y oficiales del ejército, que se encontró éste en estado de abrir su segunda campaña así que principió el año 13”[10].
Efectivamente, el 13 de febrero de 1813, tres días después de acampar a orillas de la margen norte del río Pasaje, en Salta, “se presentó Belgrano con una bandera blanca y celeste en la mano” y proclamó “‘Este será el color de la nueva divisa con que marcharán a la lid los nuevos campeones de la Patria’” [11]. Hizo jurar a sus tropas lealtad y obediencia a la Soberana Asamblea General Constituyente, instalada el 31 de enero. Concluido ello, Belgrano mandó grabar en el tronco de un árbol gigantesco la inscripción Río del Juramento.
Una semana después, Belgrano, en un astuto acierto táctico sorprende al enemigo y lo fuerza a presentar batalla con frente invertido. El movimiento que hizo “dejando el camino principal y colocándose en Castañares [planicie a una legua al norte de la ciudad de Salta], fue bien concebido y mejor ejecutado; mediante él había cortado las comunicaciones de [Pío] Tristán, había hecho imposible su retirada y había mejorado de teatro”[12].
Sin menoscabo del desarrollo de las memorables acciones de ese 20 de febrero de 1813, la batalla de Salta devino en un auténtico éxito militar, si se atiende a sus resultados. Fue una de las escasas batallas en la guerra de la independencia en la que los españoles debieron rendir plenamente sus banderas, armas y pertrechos, siendo cuantiosos los soldados heridos, muertos y prisioneros. La capitulación comprendía desde el general hasta el último tambor, quedando obligados por juramento a no volver a tomar las armas contra las Provincias Unidas del Río de la Plata hasta los límites del Desaguadero.
Como la heroica batalla no se forjó para gloriarse de la efusión de la sangre de hermanos [13], Belgrano dispensa al general Tristán de la humillación de entregarle la espada y ordena abrir una fosa común en el campo de la Tablada para enterrar las bajas de ambos ejércitos.
Reconociendo que las victorias de Tucumán y Salta salvaron no sólo la revolución sino la causa de la independencia de la América española, la Asamblea Constituyente, en sesión del 5 de Marzo de 1813, otorga condecoraciones a los oficiales y soldados. Y con respecto al jefe, el día 8 acuerda otorgarle un sable con guarnición de oro y premiarlo con la cantidad de 40.000 pesos señalados en valor de fincas pertenecientes al Estado. Al tomar conocimiento Belgrano, honrado por aquella consideración, respondería al gobierno que en el “cumplimiento del deber, ni la virtud ni los talentos llevan precio ni pueden compensarse con dineros sin degradarlos” [14] y hacía donación de la suma para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras en las ciudades de San Bernardo de la Frontera de Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero. Porque para Belgrano “fundar escuelas es sembrar en las almas”. Alegaba, pues, que “un pueblo culto nunca puede ser esclavizado”.
Conmemoramos con estas breves líneas el bicentenario de la batalla de Salta por ser un hecho cumbre de nuestra historia que compendia las ansias de libertad de muchas generaciones y porque dio pábulo a la creencia de su victorioso general, que en las vísperas del combate, escribía cuál era su aspiración final: “constituirnos en nación libre e independiente”[15].
[1] Academia Nacional de la Historia; Epistolario Belgraniano, Buenos Aires, Nueva Dimensión Argentina Gregorio Weinberg [dir.], Taurus, 2001, p. 137.
[2] Ibídem.
[3] Instituto Nacional Belgraniano; Diario de Marcha del Coronel Belgrano a Rosario y Diario Militar del Ejército Auxiliador del Perú, comentado y anotado por Ernesto J. Fitte; Escorzo Belgraniano 3 (Cuadernos de Investigaciones Históricas), Buenos Aires, 1995, p. 19.
[4] Mitre, Bartolomé; Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Buenos Aires, W. M. Jackson (Edición Especial), 1953, t. XI, Apéndice documental p. 13.
[5] Ugarte, Manuel; Mi campaña hispanoamericana, Barcelona, Cervantes, 1922, p. 3.
[6] A un costo de 62 pesos y 2 reales nacía otro ejemplar de la nueva enseña. Cfr. Orden de pago, firmada por Manuel Belgrano, y recibo firmado por Dámaso Bilbao, Jujuy, 27 de marzo de 1812 en Archivo General de la Nación; Ejército Auxiliar del Perú, Rendición de Cuentas, 1810-1813, III, 10-3-4.
[7] Archivo General de la Nación; División Nacional, Sección Gobierno, Bandera y Escarapela, 1812-1818, Sala X 44-8-29.
[8] Ibídem.
[9] La denominación trocará a partir de entonces por la de Sepulcro de la Tiranía.
[10] Aráoz de Lamadrid, Gregorio; Memorias, Buenos Aires, W. M. Jackson, 1953, Colección Grandes escritores argentinos [Alberto Palcos dir.], volumen 1, pp. 15-16.
[11] Lugones, Lorenzo; Recuerdos históricos sobre las campañas del Ejército Auxiliar del Perú en la Guerra de la Independencia, Buenos Aires, 1888.
[12] Paz, José María; Memorias Póstumas, Buenos Aires, Biblioteca del Oficial, anotada por el Teniente Coronel Juan Beverina, 1924, tomo I, p. 114.
[13] Ídem, p. 123.
[14] Carta de Manuel Belgrano a la Asamblea del Año XIII, San Salvador de Jujuy, 31 de Marzo de 1813. Libro Copiador del Ejército del Perú. Cuaderno II, Superior Gobierno, 1811-1813 en Museo Mitre; Documentos del Archivo del General Manuel Belgrano, Buenos Aires, Coni Hnos., 1914, tomo IV.
[15] Despedida de Washington al Pueblo de los Estados Unidos; Buenos Aires, Instituto Nacional Belgraniano, Reimpresión de la publicación del Servicio Cultural e Informativo de los Estados Unidos de América con motivo del 2º Congreso Nacional Belgraniano (22-23 y 24 de Junio de 1994), p. 4.
Ficha de procedencia del Sable Histórico del Grl. Belgrano (Museo Histórico Nacional).
MINISTERIO DE JUSTICIA E INSTRUCCIÓN PÚBLICA DE LA NACIÓN ARGENTINA
COMISIÓN NACIONAL DE MUSEOS Y DE MONUMENTOS Y LUGARES HISTÓRICOS
MUSEO HISTÓRICO NACIONAL
Carpeta Nº 1459
Fecha de entrada: Septiembre 26 de 1890
OBJETO: SABLE que perteneció al General Don Manuel Belgrano pasado posteriormente a poder de los Generales Güemes y Rudecindo Alvarado respectivamente. Medidas: Largo: 1,03; de la hoja: 0,86 mts.
Colección o conjunto de que forma parte:
DESCRIPCIÓN: Hoja de acero muy corva con figuras y adornos dorados en su tercio superior, de un solo filo, lomo redondo, ancho vaciado en ambas mesas desde la espiga hasta la misma punta. Carece de bigotera y no lleva marca de fábrica ni inscripción alguna. Guarnición de aro de bronce dorado y cincelado, con varias figuras simbólicas y ornamentales. Asta de bronce cincelado. Vaina dorada con dos abrazaderas y anillas correspondientes, y en su derecha tres aplicaciones de bronce representando varias escenas de guerra; el resto de la vaina se halla repujado artísticamente.
[Rúbrica]
Donante: Honorable Cámara de Diputados
Buenos Aires, Septiembre 10 de 1890
Al Señor Director del Museo Histórico
Dr. Adolfo P. Carranza
Tengo el agrado de comunicar al Señor Director que la Honorable Cámara en sesión de la fecha, ha tenido a bien resolver se le haga entrega por Secretaría en calidad de depósito a objeto de que figuren en el Establecimiento a su cargo, de la espada y medallas del General Don Prudencio Alvarado, donado al Honorable Congreso por la Señora Antonina V. Alvarado de Moyano en 1881.
Debo hacer presente al Señor Director, que es voluntad de esta Honorable Cámara que los expresados objetos sean devueltos a esta Secretaría si por cualquier causa fuera clausurado el Establecimiento que usted dirige.
Saluda atentamente al Señor Director
A. M. Tallaferro. [Rúbrica]
Copia
En Buenos Aires a once de Setiembre de mil ochocientos noventa, reunidos en el salón de la Biblioteca del Congreso el señor Presidente de la Honorable Cámara de Diputados General Lucio V. Mansilla y el Director del Museo Histórico señor Adolfo Carranza, a objeto de recibirse este último del sable y medallas del General Alvarado, que la Honorable Cámara en sesión de ayer resolvió enviar a aquel Establecimiento, con la condición de devolverse si llegara el caso de clausurarse, y, después de tener presente la nota con que dichos objetos fueron remitidos por la señora Antonina Alvarado de Moyano cuya copia se adjunta legalizada, el señor Presidente de la Honorable Cámara hizo entrega de los siguientes objetos:
Un sable con vaina de metal
Una medalla de oro de la Batalla de Maipú
Ídem – ídem – ídem de Chacabuco
Una medalla de oro de la Batalla de Ayacucho
Escudo de paño de Tucumán
Escudo de oro de Salta
Medalla de la “Legión de Mérito” de Chile
Escudo de plata de Bolivia
Medalla de oro con diamantes que dice “yo fui del Ejército Libertador”
Facsímil de la medalla de la “Orden del Sol” = L. V. Mansilla = Alejandro Sorondo, Secretario = Adolfo P. Carranza
Es copia
A. M. Tallaferro [Rúbrica]
Salta Octubre 10 de 1881
Al Honorable Congreso de la Nación
Exmo. Sr.
He pensado que el pueblo argentino debe al Honorable Congreso actual un testimonio de expresivo reconocimiento.
En el año pasado le salvara de la anarquía y de la disolución y restablecido el orden, garantizadas la paz y la libertad, diérale por su capital definitiva a la noble y gloriosa ciudad de Buenos Aires, arduo problema que varias generaciones no pudieron resolver y que venía siendo el más grave peligro para el porvenir de la patria y sus instituciones.
En el presente, perfecciona la grande obra iniciada y cada día las expectativas legítimas del patriotismo, de la justicia y del progreso, se ven satisfechas por leyes sabias y reparadoras.
En los últimos meses supo recordar la sublime epopeya de la Independencia y de la generación de héroes que fundan la nacionalidad con el sacrificio de la vida y de la fortuna, para hacerles casi a los sesenta años una justicia póstuma ordenando el abono de una tercera parte de los haberes devengados, que en algo aliviará la miseria de sus desheredados, descendientes o deudos.
La suscrita hija de un guerrero de la Independencia el finado Brigadier General Don Rudencindo Alvarado conmovida profundamente por este bello acto del Congreso y alentada por la seguridad de que aquella sagrada deuda se saldará pronto, se ha decidido a ofrecer a los legisladores de 1881 un testimonio de su particular gratitud.
Es la herencia de esas medallas que, en días felices, ostentáronse sobre el pecho del Brigadier Grl. Alvarado, regaladas por la República Argentina, por Chile y por Perú, recuerdos gloriosos de otros tantos combates librados por la independencia y la libertad, de que me desprendo con íntima satisfacción para ofrecerla al actual Congreso.
Es además esa invicta espada que ciñera el gran Belgrano en las memorables jornadas de Vilcapugio y Ayohuma, Tucumán y Salta, ceñida luego por el General Güemes, quien la recibió de aquel y trasmitida después al Brigadier Grl. Alvarado, que también quiero ofrecerla con igual anhelo.
Si hay en mis conceptos y en la modesta ofrenda un tributo de honor para el presente Parlamento Argentino recíbala cumplido, tales son mis entusiastas votos, pues como le expresaba al principio, el es dueño a justo título de grandes merecimientos por haber constituido el país con su histórica capital y consolidado las instituciones tutelares del orden y de la libertad por que le hiciera respetar del extranjero y fuera agradecido y justo para los guerreros y fundadores de esta grande y gloriosa nación.
Saludo al Honorable Congreso de la Nación por el respetable órgano del Sr. Presidente de la Honorable Cámara de Diputados, con mi más distinguida consideración. – firmado. Antonina Alvarado V. de Moyano
Es copia
A. M. Tallaferro [Rúbrica]
Nota del entonces Director del Museo Histórico Nacional Dr. J. J. Cresto al ex presidente del Instituto Belgraniano Dr. Jorge Aníbal Luzuriaga, aseverando la certeza histórica de la ficha del Sable Histórico del Grl. Belgrano.
El histórico sable que perteneció al brigadier general Don Manuel Belgrano se exhibe en la sala que lleva su nombre en el Museo Histórico Nacional, ubicado en el Parque Lezama de la ciudad de Buenos Aires, cuyo archivo documental nos proporciona una breve explicación de su origen y de sus sucesivos usuarios, constituyendo la única referencia escrita que arroja cierta luz sobre este tema, dado que ningún historiador ha encarado aún el estudio integral de los sables y espadas que usó el prócer en sus campañas militares.(1)
Según dicha referencia, el 10 de octubre de 1881 la señora Antonina Alvarado, viuda de Moyano e hija del brigadier general Rudecindo Alvarado (1792-1872) -quien se destacó en nuestras luchas independentistas-, cursó una nota al Honorable Congreso de la Nación desde Salta donde residía, donando entre otros objetos, el sable que había pertenecido a su extinto padre y que, a su vez, lo había recibido del general Martín Miguel de Güemes (1785-1821), dejando constancia que con anterioridad lo había utilizado el general Belgrano. Esa donación quedó en custodia en la Biblioteca de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, en razón de no existir aún el Museo Histórico Nacional.
El 10 de septiembre de 1890, el director del recién creado Museo Histórico de Buenos Aires, Dr. Adolfo P. Carranza (1857-1914), hizo una presentación por escrito a la Honorable Cámara de Diputados solicitando aquella donación, gestión que fue aprobada ese mismo día, pasando al nuevo museo que la exhibió a partir de su inauguración el 15 de febrero de 1891. Este organismo adquiriría pocos meses después su actual denominación de Museo Histórico Nacional.(2)
Este histórico sable es una hoja de acero corva, de 103 cm de largo, con figuras y adornos dorados en su tercio superior, de un solo filo, lomo redondo, ancho vaseo en ambas mesas desde la espiga hasta la misma punta, carece de bigotera y no presenta marca de fábrica ni inscripción alguna, con guarnición de aro de bronce dorado y cincelado, con varias figuras simbólicas y ornamentales cinceladas, con asta de bronce cincelado, faltándole a la empuñadura una de sus cachas de nácar y estando quebrada la restante.
La vaina es dorada, con dos abrazaderas y anillas, con tres aplicaciones de bronce que representan escenas de guerra no identificadas, estando el resto repujado artísticamente.(3)
Este sable le fue donado en el año 1813 por la Asamblea General Constituyente como premio por la victoria de Salta, del 20 de febrero de aquel año. En la sesión del 8 de marzo se acordó por unanimidad ofrecerle un sable de guarnición de oro con la siguiente inscripción grabada en su hoja: “La Asamblea Constituyente, al benemérito general Belgrano”, además de entregarle un premio de $ 40.000 en fincas del Estado.(4)
Como hemos expresado, la hoja del sable con figuras y adornos de oro exhibida en el museo, no presenta inscripción. Se desconocen las causas por las cuales no se cumplió con el mandato de la Asamblea Constituyente, tal vez por carecer la hoja del espacio suficiente para grabar una leyenda tan extensa o bien, por posible desidia gubernamental.
Si bien historiadores como Bartolomé Mitre, Enrique de Gandía y otros, citan la donación del sable por parte de la Asamblea Constituyente de 1813, no han analizado su historia ni quienes fueron sus posteriores dueños. El arquitecto e historiador Luis Güemes Ayerza, autor de la extensa obra Güemes documentado, planteó en el artículo “El sable del general Güemes”, publicado en una revista de la Gendarmería Nacional en 1970, que el sable que donara la señora Antonina Alvarado de Moyano había pertenecido únicamente al general Güemes, quien lo había recibido de su amigo el comerciante porteño Miguel de Riglos en 1819. Nosotros desestimamos esta hipótesis que ignora la donación efectuada por la Asamblea del año 13 al general Belgrano.(5)
Desde el punto de vista iconográfico, existen algunos óleos antiguos que representan al general Belgrano portando un sable muy similar al aquí descripto, pero la falta de detalles ha impedido que pueda ser confirmado como aquel que recibiera en 1813.
Sin embargo, uno de los primeros óleos conocidos que muestra con total nitidez a este sable, es la magnífica tela de l,30 m por l,05 m, que fue pintada en 1947 por Tomás del Villar por encargo del Complejo Museográfico Enrique Udaondo (Luján), la que se exhibe en su Sala Cultural.
La primera réplica que se realizara de este sable fue dispuesta por el Gobierno Nacional para la Gendarmería Nacional por un decreto del año 1957, en cuanto había pertenecido al general Güemes. Por este decreto se aceptó su figura como representación histórica de un paladín de la defensa de la frontera, ordenando su uso por parte del personal superior que alcanzara el grado máximo de Comandante General y una réplica reducida para los cadetes de su instituto de formación.(6)
Como un justo homenaje de la Fuerza Aérea Argentina para honrar la memoria del ilustre brigadier general Belgrano, al cumplirse en 1970 el bicentenario de su nacimiento y el sesquicentenario de su muerte y a propuesta del Profesor Aníbal Jorge Luzuriaga, entonces Miembro de Número del Instituto Belgraniano Central, su Comandante en Jefe brigadier general Carlos A. Rey, resolvió que una réplica de su sable corvo fuera usada como insignia de mando de los brigadieres de su Fuerza. Esta disposición por problemas económicos recién se cumpliría a partir de 1979, por gestión del ex Presidente del Instituto, Dr. Aníbal Jorge Luzuriaga. En ese mismo año, por otra disposición y previa coordinación con las autoridades pertinentes, se asignó a la Jefatura Militar de su Estado Mayor General la responsabilidad de custodiar simbólicamente su mausoleo y apoyar con personal administrativo las tareas del Instituto Belgraniano Central, actual Instituto Nacional Belgraniano.(7)
Cabe señalar que en el Ejército sus generales usan desde el año 1946 una réplica del sable corvo del brigadier general San Martín, cuya primera entrega se formalizó el 2 de junio de ese año, con una formación militar, recibiéndolos el presidente de la Nación, general de división Edelmiro J. Farrell, el presidente electo, general de brigada Juan Domingo Perón y los restantes generales en actividad.(8)
En la Armada, sus almirantes desde 1986 usan la réplica de la espada naval que perteneció al almirante Guillermo Brown (1777-1857).
Notas
Antecedentes documentales del sable del brigadier general Belgrano existentes en el Museo Histórico Nacional, registrados bajo el n° 280 de la carpeta n° 1459. El presente artículo está basado en sendos trabajos del Comodoro Retirado Santos A. Domínguez Koch, “El brigadier general Manuel Belgrano, Benemérito de la Fuerza Aérea Argentina” en Instituto Nacional Belgraniano, Segundo Congreso Nacional Belgraniano, Buenos Aires, 1994, p. 124 y “El sable corvo del general Manuel Belgrano” en Anales N° 9, Buenos Aires, Instituto Nacional Belgraniano, 2000, p. 113.
Nota del ex presidente del Instituto Nacional Belgraniano, Dr. Aníbal Jorge Luzuriaga, al Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea Argentina, Brig. Grl. Omar Graffigna para solicitar el auspicio y patrocinio de la Fuerza Aérea Argentina al Instituto Belgraniano Central – 1º/06/1979
BUENOS AIRES, 1º de junio de 1979
42-3891
Señor Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea Argentina,
Brigadier General D. Omar Graffigna
S. / D.
Excmo. Señor Comandante en Jefe:
Tengo el honor de dirigirme al Excmo. Señor comandante en Jefe, exponiendo respetuosamente:
Que es y ha sido aspiración de este Instituto Belgraniano, contar con el auspicio y el patrocinio de la Fuerza Aérea que V. E. Comanda, convencido de que con tal apoyo moral, la figura señera del otro Padre de la Patria – al decir de Mitre – podrá ser exaltada en la medida necesaria para que en todos los rincones del país, su altruismo, su valor y su afán civilizador, sean lo suficientemente conocidos y difundidos, para emulación y ejemplo de las presentes y futuras generaciones.
Tal vez ningún otro momento, como este, sea más oportuno y necesario, para revitalizar las ideas civilizadoras del patricio, que se adelantó dos siglos a las concepciones de su época, para construir la Patria, aún antes de nacer legalmente, a través de sus creaciones en el Consulado y de sus prédicas constantes en los periódicos. Lucharía después durante las Invasiones Inglesas, jugaría un rol protagónico en los gloriosos sucesos de Mayo y en las batallas por la emancipación, legándonos, además del ejemplo imperecedero de su vida, limpia, pura y cristalina, la enseña bendita de la Patria, que desde entonces nos bautiza como nación soberana e independiente.
Excmo. Señor:
Nuestro Instituto, desde su fundación en 1944, tiene su sede en una dependencia del convento de Santo Domingo y Basílica de Nuestra Señora del Rosario. Sin protección alguna, ha sido víctima muchas veces de actos sacrílegos, desde la tentativa de incendio en junio de 1955, hasta la profanación de algunas tumbas, como la del General Zapiola, cuyos restos fueron entonces esparcidos en el piso del Templo, hasta el robo reciente de la pesada tapa de bronce que cubría sus cenizas en la urna. El mismo Mausoleo que conserva los restos del General Belgrano, en el atrio de la Iglesia, ha sido objeto de daños intencionales y sustracción de símbolos y alegorías que conforman su estructura.
El patrocinio que solicitamos, Excmo. Señor, tendría, pues, una doble virtud: que la Fuerza Aérea comparta con nosotros la gloria de seguir sembrando los ideales del prócer y que la pequeña Guardia permanente que podría disponerse, a la par de colaborar en pequeñas tareas administrativas, su sóla presencia constituirán un aval y un seguro para las sagradas reliquias que se custodian en el Templo: las Banderas tomadas al invasor inglés en 1806 y 1807; las tumbas de los héroes allí depositadas y el Mausoleo del Prócer, como ya queda consignado.
Por todo ello y por numerosísimas razones que sería inoficioso enumerar, considero de gran trascendencia el patrocinio pedido, que a la par de constituir un señalado honor, vendría a llenar un vacío, cumpliendo una misión equivalente a las que cumple el Ejército, tanto frente al Mausoleo del Libertador, en la Catedral, como en el Museo del Cabildo y la Revolución de Mayo.
A la espera de una favorable resolución, hago propicia la oportunidad para saludar a V. E. con alta y distinguida consideración.
HUMBERTO A. MANDELLI ANÍBAL JORGE LUZURIAGA
Secret. Gral. Presidente
Resolución Fuerza Aérea Argentina Nº 916950 del 21/06/1979 por la que se establece que el Sable facsímil del que perteneciera al Grl. Belgrano será entregado a los Brigadieres.
Buenos Aires, 21 Jun 1979
916950
SEÑOR PRESIDENTE:
Tengo el agrado de dirigirme al señor Presidente con referencia a su atenta nota de fecha 01 de junio próximo pasado, por la cual en su carácter de titular del Instituto Belgraniano reiteró un viejo anhelo del mismo, a efectos de que se adoptara el sable facsímil del que perteneciera al Prócer, para uso de los Oficiales Brigadieres.
Al respecto, cumplo en llevar a su conocimiento que la fuerza Aérea acepta la propuesta formulada por esa Institución y ha adoptado las medidas administrativas necesarias para concretar tal propósito.
Asimismo, le es particularmente grato agradecerle la gestión que iniciara, ya que ella le ha permitido engalanar el uniforme de nuestros Brigadieres con el símbolo del ilustre prócer Manuel BELGRANO.
Hago propicia la oportunidad para saludar al señor Presidente con las expresiones de mi consideración más distinguida.
Brigadier General OMAR DOMINGO RUBENS GRAFFIGNA
Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea
AL SEÑOR PRESIDENTE DEL INSTITUTO BELGRANIANO
D. ANÍBAL JORGE LUZURIAGA
S. / D.
Resolución Fuerza Aérea Argentina N°916951 del 21/06/1979 por la que el Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea Argenrtina acepta custodiar el Mausoleo del Grl. Manuel Belgrano.
Buenos Aires, 21 Jun 1979
916951
SEÑOR PRESIDENTE:
Tengo el agrado de dirigirme al señor Presidente con referencia a su atenta nota de fecha 01 de junio próximo pasado, mediante la cual el Instituto Belgraniano solicitó que la Fuerza Aérea se hiciese cargo de la custodia del Mausoleo que contiene los restos del Prócer.
Al respecto, me es sumamente grato llevar a su conocimiento que este Comando en Jefe acepta tal honrosa distinción, la que se constituirá sin duda alguna en un motivo de orgullo para todos sus integrantes, al permitirles rendir permanente homenaje a quien la historia a señalado como uno de los forjadores de la nacionalidad.
Hago propicia la oportunidad para saludar al señor Presidente con las expresiones de mi consideración más distinguida.
Brigadier General OMAR DOMINGO RUBENS GRAFFIGNA
Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea
AL SEÑOR PRESIDENTE DEL INSTITUTO BELGRANIANO
D. ANÍBAL JORGE LUZURIAGA
S. / D.
(imagenes)
Después de la batalla de Salta, la reorganización del ejército, la reparación del material y la incorporación de nuevos reclutas para cubrir las bajas producidas demoraron a Belgrano en Salta casi dos meses. Concluidos los preparativos, avanzó hasta Jujuy, en dirección a Potosí, que fue ocupada en los primeros días de mayo. Al entrar a la ciudad, las calles estaban adornadas con arcos triunfales y una muchedumbre aclamó a los soldados del ejército patriota.
Potosí fue una de las ciudades del Alto Perú menos accesible al espíritu de la revolución. Era un centro minero de gran importancia y asiento de un Banco de Rescates o Casa de Moneda, prevalecía en ella una aristocracia de terratenientes, explotadores del mineral de plata, y de funcionarios reales, veedores, ensayadores y demás categorías del rubro bancario y minero, ligada a los intereses metropolitanos.
Con la llegada del ejército patriota se había producido un cambio de opinión, debido a múltiples causas: difusión de las ideas separatistas que eran apoyadas por esa aristocracia, el odio que inspiraban los chapetones, impotencia probable de España para recobrar su imperio colonial, política de capitulación y también debido al temor que inspiraban los soldados del ejército patriota.
Belgrano se esforzó en borrar la pésima impresión que había causado el ejército patriota cuando había entrado en el Alto Perú al mando de Castelli en 1810, por los excesos cometidos en esa oportunidad. Para ello controló con mano firme la disciplina militar. Un bando militar que se publicó en el ejército disponía en uno de sus artículos: “Se respetarán los usos, costumbres y aun preocupaciones de los pueblos; el que se burlares de ellos, con acciones, palabras y aun con gestos será pasado por las armas”. (1) Antes de llegar el general Belgrano, el bando y sus efectos le precedían, para lograr el apoyo de la población al ejército patriota.
Se preocupó también de remontar sus efectivos; y por ello le ordenó al coronel Zelaya que fuera a Cochabamba, con orden de formar allí un nuevo regimiento de caballería.
Entretanto el general Pezuela, que había reemplazado a Goyeneche, reorganizaba en Oruro el ejército realista y reforzaba su armamento con 10 piezas de artillería que le remitió el virrey del Perú. El 7 de agosto se hallaba en Ancacato, 23 leguas al norte de Potosí, con una fuerza de 4.000 hombres y 18 piezas de artillería.
Belgrano contaba con el apoyo de la población indígena, que acababa de asegurarse en una entrevista con el cacique Cambay. El plan de Belgrano consistía en atacar al ejército realista: por el frente, con el grueso de su ejército; y por el flanco izquierdo, con un cuerpo de caballería, organizado en Cochabamba por el coronel Zelaya; mientras el caudillo Baltasar Cárdenas promovía una vasta insurrección de las indiadas a su retaguardia.
El 5 de septiembre partió de Potosí al frente de su ejército, con un efectivo de 3.500 hombres y 14 piezas de artillería. El enemigo permanecía concentrado en Condo, cuatro leguas al oeste. Belgrano proseguía su marcha en dirección al lugar denominado Lagunillas. El 27 todo el ejército se hallaba en la pampa de Vilcapugio.
El destacamento de observación puesto por Pezuela en Pequereque, bajo las órdenes del coronel Castro, para vigilar el camino de Oruro, chocó de pronto con la indiada de Cárdenas, que fue fácilmente dispersada. Cayeron en poder de Castro los papeles del vencido y, con ellos, varias cartas de Belgrano en que se detallaba el plan. (l)
Advertido así Pezuela del peligro en que se hallaba, tomó una resolución audaz, anticipándose al movimiento del enemigo y, dirigiéndose a su encuentro, lo atacó en Vilcapugio el 1 de octubre de 1813. El centro y la izquierda de la línea realista fueron destrozados, pero la derecha resistió bravamente bajo las órdenes de los coroneles Picoaga y Olañeta.
Dispuso entonces el mayor general del ejército patriota que el regimiento primero de Patricios que, bajo las órdenes del coronel Perdriel, se hallaba de reserva, corriese en auxilio del ala izquierda y atacase a la bayoneta. La falta de resolución de ese jefe malogró la maniobra; y el regimiento primero de Patricios, envuelto en la dispersión, cedió al pánico, desbandándose.
A las once y media de la mañana Pezuela consideraba perdida la batalla. Sin embargo la casualidad le depararía la victoria. Si bien él no tenía un plan de operaciones y Belgrano tenía un plan concertado e inteligentemente puesto en obra, las heroicas muertes del coronel Álvarez, del mayor Beldón y del capitán Villegas, dejaron su izquierda sin jefes de autoridad en el momento crítico del combate.
Ante la dispersión inevitable de su ejército, Belgrano evidenció su arrojo y serenidad. Desmontó en uno de los cerros situados a retaguardia, en el campo de batalla; tomó en sus manos una bandera, reunió una parte de los dispersos y comenzó a tocar llamada. A los pocos momentos contaba en derredor suyo 200 hombres y una pieza de artillería.
Belgrano se mantuvo en esa eminencia por espacio de tres horas, en la esperanza de que un refuerzo del ala derecha ya dispersa, o quizás el arribo del coronel Zelaya con la caballería de Cochabamba, le permitiesen restablecer el combate. El enemigo, dos veces rechazado en sus asaltos, se hallaba al pie de la cuesta ya prudente distancia, sin atreverse a atacarlos nuevamente. Esperaba refuerzos para intentar el desalojo de aquel reducido grupo de vencidos.
A las dos de la tarde, rodeado de 500 hombres y convencido de la inutilidad de la espera, Belgrano dispuso que el mayor general Díaz Vélez se dirigiese a Potosí, para reunir allí los dispersos que iban en esa dirección; mientras él se dirigía a Cochabamba, buscando la incorporación de Zelaya. Era su propósito amenazar la retaguardia del enemigo. Arengó con estas palabras a sus soldados en el momento de ponerse en marcha:
“Soldados: Con que al fin hemos perdido después de haber peleado tanto?, la victoria nos ha engañado para pasar a otras manos, pero en las nuestras aún flamea la bandera de la Patria”.
Después de la derrota de Vilcapugio, Belgrano debió reorganizar su ejército. El 5 de octubre se hallaba en Macha, a tres leguas de los ingenios de Ayohuma; y allí tomó todas las medidas necesarias para reorganizar su ejército y afrontar nuevamente la suerte de las armas. A principios de noviembre, Belgrano, situado en Ayohuma, contaba de nuevo con 3.000 hombres y 8 piezas de artillería, en regular estado de organización. Había tenido que remontar sus efectivos con reclutas del país, por lo cual debía combatir a todo trance, pues se hallaba persuadido de que una retirada, en su situación, lo exponía a los riesgos de una deserción considerable y, en consecuencia, a la desbandada total de sus tropas.
El ejército realista, en cambio, se movía desde Ancacato, con 3.500 hombres estimulados por la victoria y 18 piezas de artillería.
Poco antes de la batalla, Belgrano reunió a los jefes de su ejército en junta de guerra. En ella se opuso a todo proyecto de retirada y a otros planes poco prudentes y tomó sobre sí la responsabilidad de la acción. Pero al ponerla en práctica, no mostró el arresto de otras veces. No tenía confianza en la moral de las tropas; ni ya era el hombre de Tucumán que, al advertir una falsa maniobra del enemigo, se precipitó sobre él, sable en mano. Guareció su ejército detrás de un barranco, frente a la pampa de Ayohuma, en que pensaba debía desarrollarse la acción, con la esperanza de envolver mediante su fuerte caballería el flanco izquierdo del ejército enemigo. “El plan de Belgrano – dice Mitre- era esperar el ataque en sus posiciones: dejar que el enemigo se comprometiese en la llanura, hasta que estrechado a su izquierda por el barranco que quedaba a la derecha de los patriotas, se viera en la necesidad de ganar terreno en dirección opuesta, y entonces lanzar sobre su izquierda los lanceros de Zelaya, envolviéndola y tomando a su espalda, al mismo tiempo que la infantería cargase a la bayoneta sobre el resto de la línea”. Para que dieran resultado estas disposiciones, era preciso que el ataque del enemigo se pronunciase de frente, como lo esperaba el general. Prestábase a críticas la colocación de la caballería, que hubiera tenido que concretarse a la izquierda, por tener un terreno propicio para sus operaciones, y no ser necesaria su presencia a la derecha, que estaba asegurada”(1)
Una hábil maniobra de Pezuela, que se corrió sobre la izquierda, apareciendo por sorpresa sobre el ala derecha de Belgrano, obligó a Belgrano a modificar bruscamente su formación, cambiando de frente. Pero al no introducir variantes en su plan de lucha, éste se inutilizó. Fueron desechas las dos alas patriotas y quedaron sin apoyo las columnas del centro. Bajo un intenso fuego de la artillería realista se produjo la dispersión de las fuerzas patriotas, perdiéndose fatalmente la batalla. La resistencia fue heroica y el triunfo resultó caro en vidas para el vencedor.
Según el parte de Pezuela, los soldados de Belgrano resistieron “como si hubieran criado raíces en el lugar que ocupaban”. (2) Las pérdidas fueron enormes para el ejército patriota. Los comandantes Cano y Superí, de Cazadores y de Pardos y Morenos respectivamente, quedaron muertos en el campo de batalla. Belgrano debió dejar en poder del enemigo cerca de l.000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros. Al iniciar el movimiento de repliegue con aproximadamente l.000 hombres, Belgrano le encargó a Zelaya la dura tarea de protegerlo con 80 dragones. Al día siguiente de la batalla, Belgrano se hallaba en la quebrada de Tinguipaya, donde terminó la reorganización de sus tropas. Según el testimonio del general Paz, que acompañaba a Belgrano, la disciplina más severa se observó en todas las marchas. En esas críticas circunstancias Belgrano ordenó rezar el Rosario, a pesar de la cercanía del enemigo. La religión presente en los momentos de triunfo, les daba fortaleza a Belgrano y a su ejército en la derrota.
Lamentablemente esta derrota tuvo graves consecuencias militares y políticas; se perdieron las provincias altoperuanas en manos de los realistas y la Revolución quedó nuevamente seriamente amenazada desde el norte, por donde los realistas podían avanzar sin obstáculo.
En la Batalla de Florida, dentro de la estrategia militar del Ejército Cruceño, ante la superioridad de las fuerzas realistas, tanto en armas como en organización y disciplina, el “Colorao” José Manuel Mercado tiende el señuelo al enemigo al ingresar al desfiladero de Florida. En efecto, en ese lugar, las tropas realistas comandadas por el Cnl. José Joaquín Blanco, son sorprendidas por Mercado y algunos de sus hombres quienes les disparan algunos tiros desde las laderas de la serranía e inmediatamente simulan una rápida retirada; ello, con propósito de mostrarle al enemigo debilidad y poca resistencia y de ese modo engañarlo y arrastrarlo hasta la emboscada preparada en el Río Seco o Florida. Los bravos guerreros patriotas tenían que compensar la enorme disparidad existente con las fuerzas realistas, haciendo uso de astucia y habilidad en su propio terreno.
Después del exitoso ardid del “Colorao” Mercado en el desfiladero de Florida, las tropas realistas comandadas por el Cnl. José Joaquín Blanco, al cruzar confiadas el ancho Río Seco, rumbo al sur, hacia las Provincias del Río de la Plata, son emboscados por las fuerzas patriotas del Ejército Cruceño que las estaban esperando. En la pintura se puede ver el sorpresivo ataque patriota que se realiza desde tres flancos: a la izquierda, en la barranca sur del ancho río, se encuentra el comandante de las fuerzas patriotas, el Cnl. Antonio Álvarez de Arenales, así como, también, en el mismo flanco, soldados de infantería y piezas de artillería de calibre uno y de a cuatro que abren fuego. En la playa del río, a la izquierda, irrumpiendo desde el oeste, el Escuadrón de la Caballería patriota comandada por el “Colorao” Mercado, compuesto mayormente por hábiles jinetes cordilleranos; así como a la derecha, desde el este, lo hace la infantería de Warnes conformada principalmente por el Batallón de “Pardos y Morenos” y, al centro, a causa del sorpresivo ataque, se ven desorientadas las tropas realistas con uniforme rojo, que en esta acción son considerablemente diezmadas y donde sólo atinan a buscar rápido refugio en el pueblo de Florida.
El cruceño combate tuvo como escenario al pueblo de Florida, la ex misión franciscana situada en el norte de la provincia Cordillera, a 120 km. al sur de la capital cruceña y que actualmente forma parte del Municipio de Cabezas. En este histórico lugar se consuma la más gloriosa victoria del Ejército cruceño en el proceso de la guerra de la Independencia (1810 – 1825). A la izquierda del cuadro se ve el ingreso al campo de batalla del “Colorao” Mercado, con chaqueta morada, así como, más al fondo, la feroz lucha cuerpo a cuerpo entre los combatientes, los patriotas con uniforme blanco como alamares rojos, y los realistas con azul y rojo; al centro se aprecia el Cnl. Ignacio Warnes, con chaqueta blanca y pechera verde, montado en su caballo ultimando con su espada al coronel realista José Joaquín Blanco con chaqueta roja. Al fondo, a la derecha, el Cnl. Arenales hace su ingreso a la lucha, sin embargo, éste, va a sufrir un grave accidente al caerse de su caballo. El árbol grande que se ve, en la misma dirección, es de murucuyá, el mismo que existe hasta el día de hoy e, en el que, según la tradición, fue colgado el cadáver del coronel realista Blanco. Esta resonante victoria patriota cruceña fue muy festejada en Buenos Aires ya que se detuvo el avance realista hacia las Provincias Unidas del Río de la Plata que se encontraban desguarnecidas en ese momento histórico. En honor a ella, en 1821, el gobierno argentino de José Gervasio Posadas denominó a la calle más céntrica de Buenos Aires con el nombre de Florida.
Un soldado de Infantería del Ejército cruceño de la guerra de la Independencia, combatiente de las célebres Batallas de Florida en Cordillera (1814), Santa Bárbara en Chiquitos (1815) y El Pari en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra (1816). Estos uniformes patriotas eran confeccionados por las hábiles y sacrificadas costureras del barrio de La Pólvora, zona sudoeste del Chaco Viejo de la ciudad capital de Santa Cruz; estaban hechos de género de lienzo y como distintivo tenían alamares de color rojo cosidos en las mangas y en el cuello. El soldado cruceño, cubría su cabeza con un sombrero de saó y tenía como calzados un par de abarcas. Unas veces estaba dotado de una lanza de madera, y otras en un viejo y reacondicionado fusil de atacar; con todo, nunca le faltaba el cuchillo detrás del cinto.
Soldado de la Caballería del Ejército cruceño de la guerra de la Independencia, combatiente de las célebres Batallas de Florida en Cordillera (1814), Santa Bárbara en Chiquitos (1815) y El Pari en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra (1816). Estos jinetes que formaban parte del Escuadrón de Caballería comandado por el Cnl. José Manuel Mercado, el “Colorao”, estaban protegidos por una suerte de armadura de cuero curtido. Es decir, en la parte superior del cuerpo, vestían un saco y pechera de cuero, así como, para la parte inferior, usaban unos cubre piernas, también de cuero, ajustados con tiras o trenzas del mismo material; y cuya dotación era, principalmente, la lanza de madera y a veces la espada. El soldado de Caballería, cubría su cabeza con un sombrero de cuero y tenía como calzados un par de abarcas. El caballo, además de la montura, contaba con una pechera y un guardamontes de cuero crudo colgado del ensillado. Estas piezas protectoras son indispensables, hasta el día de hoy, para transitar a caballo en los enmarañados bisques secos de Cordillera y Chiquitos.
Diario de Marcha del Coronel Belgrano a Rosario
Comentado y anotado por el doctor Ernesto J. Fitte
Versión controlada con la publicación original por el doctor Miguel Carrillo Bascary
DIARIO DE MARCHA del Coronel Belgrano a Rosario
Existía un creciente interés de parte de las autoridades metropolitanas y rioplatenses en el período de la gobernación y especialmente en el virreinato, en relevar el territorio de la zona pampeana y patagónica, con la idea de alcanzar el reconocimiento de los ríos Colorado y Negro. La acción de los misioneros del lado chileno, fue también muy importante porque alcanzaron la zona del actual lago Nahuel Huapi instalando reducciones y pueblos.
El gobierno virreinal, el Cabildo de Buenos Aires y la Audiencia, realizaron una tarea encomiable, que se refleja precisamente en la enorme cantidad de mapas, diarios y documentos.
Los conflictos provocados por el cierre del puerto de Buenos Aires al comercio exterior, obligaron a recomponer los caminos para poder comerciar con el Alto Perú (Bolivia) y Chile. Existía la necesidad de recrear nuevas rutas hacia Chile. Entre 1784 a 1787 y 1789 a 1790, se intensifican las expediciones, tratando de contener a los indios y al mismo tiempo realizar nuevos reconocimientos geográficos. Se buscaba articular el camino de La Pampa hacia Cuyo y el sur patagónico con Chile.
Aparecía la opinión general al crearse en ese tiempo el Consulado de Buenos Aires, sobre la necesidad que este cuerpo se encargase de los distintos relevamientos territoriales al tiempo de levantar un mapa de todo el Virreinato. Belgrano, como secretario del Consulado, fue el promotor más entusiasta pues entendía que era necesario contar con una cartografía seria, para estimular el transporte y dar seguridad a la marina.
Por otra parte, la entrada de los españoles al territorio rioplatense había dado lugar a la creación de fábulas, motivadas por el deseo de encontrar metales preciosos. Así apareció la de la ciudad de César o de los Césares o aquella otra de la Sierra de la Plata y el Rey Blanco. Otro mito provoca las nominaciones de Elelin, Lilín, Trapalanda o Trapananda en busca de la ciudad de la sal. Todos estos mitos arrastraron a frailes, guerreros y aventureros que mantuvieron viva la esperanza de descubrir la ciudad perdida. Estos dejaron constancia en sus relatos, diarios, memorias y mapas, fortaleciendo la topografía en los siglos XVIII y XIX.
Las apreciaciones de geógrafos, pilotos y cartógrafos le permiten a Belgrano avizorar su gran utopía, lejana pero real: el país del Truptu en la Patagonia.
El país del Truptu comprendía la actual zona limítrofe con Chile, que se extendía desde el sur de Mendoza hasta el Neuquén y de éste al río Negro, alcanzando el río Colorado así también la región del Nahuel Huapi. Son relevantes los informes de Sourriere de Souvillac, así como los de Justo Molina de Vasconcellos, Luis Hernández y José del Cerro y Zamudio- este último comisionado por el gobierno de Chile para descubrir el camino libre de nieve, partiendo de la ciudad de Talca a Buenos Aires. Sus informes permitieron a Belgrano formarse una idea más sólida de estos lugares.
Belgrano entró en contacto con Cerro y Zamudio en el Consulado, así como con los caciques y gentes que traían relación con este camino. Estos caciques eran: Doña María Josefa Roco, Caripan Antipan, la sobrina de ambos Doña María del Carmen Quinquipan y un sobrino también de ambos, Don Juan Necuante. Se les preguntó con respecto al conocimiento que éstos tenían del Rey de España y sus dominios, al tiempo que se les mostró su retrato. Contestaron que sí. Seguidamente, se les preguntó ¿si deseaban ser cristianos católicos y tener iglesias en sus tierras? Estos respondieron afirmativamente.
Los indios detallaron el camino del Valle Hermoso y Valle Grande, para pasar sin impedimento la Cordillera de los Andes a Talca. Los indios hicieron referencia de un Portezuelo pequeño, que era largo como la sala del consulado, donde había abundancia de pasto, aguada, leña y no ofrecía peligro para los españoles. Del Cerro y Zamudio exhibió una serie de productos de la región: avellanas y piñones así como cueros de carnero, que tenían exquisita lana y otros cueros que llamaban “de chancho”, que parecían de verdadero jabalí.
La Junta del Consulado deseando atraer a los indios y sus parientes, les regaló a cada cacique $32 y a cada uno de los otros $25 y a otro conciliario llamado Serra, se le libraron $ fuertes 200, porque los había traído. El Consulado proyectó en ese momento incorporar esas regiones, al tiempo de reducir a las naciones indias para el bien de la Religión y del Estado, como para que el comercio tuviera camino franco a Chile. Se favoreció al Capitán de Milicia Provisional de la Capitanía de Chile, Don José de Cerro y Zamudio, con una recompensa.
En 1805-1806, Belgrano eleva al virrey Sobremonte una serie de informes y documentos, planos y mapas, con respecto a este proyecto regional, formándose un expediente. Agregaba una carta e informe del cura de Talca, referida al camino del Valle Hermoso y Valle Grande. Solicita se dicten algunas providencias para atraerse la voluntad de los indios, que poseen terrenos por donde se deben pasar al tiempo de atraerlos a través del Evangelio al dominio de nuestro soberano.
En ese tiempo Belgrano logra obtener mayores informaciones sobre el país del Truptu , pues a mediados de octubre y, en presencia de varios funcionarios del Consulado de Buenos Aires, llegaba Don Juan Rosales Yaupilaugien, hizo del cacique Juan Caniulaugien del país del Truptu. Estos venían acompañados por un primo hermano, Don Juan de Dios Dumuiguala, y un sobrino Don Juan Llumullanea. Ellos informaron sobre las Abras que tenía la Cordillera. Estas eran: Valle Hermoso, Alico, Antuco, Villucurá, Santa Bárbara, Longuinai, Chagne, por donde habían pasado para atravesar la tierra y la zona de Llaima.
Hicieron una descripción pormenorizada del camino recorrido y contó Juan Rosales acerca de los méritos de su padre y antecesores para con los españoles. Venían encomendados al señor Pino (Virrey del Pino) y traían cartas y pasaportes. Se le dio $25 para él y $12 para cada uno de sus parientes. Se les agradeció por los servicios prestados al Rey, al tiempo que se les prometió que no se les iba a quitar nada y que trataran de comerciar con ellos.
Belgrano- en 1805- buscaba informes sobre la zona del Río Negro y trataba de habilitar algunos puertos, a fin de establecer poblaciones en esos puntos. Belgrano sabía que en 1782 el Capitán Basilio Villarino- segundo piloto de la Real Armada Española- había realizado el reconocimiento del río Colorado, bahía de Todos los Santos y la internación del Río Negro. El Consulado conocía los informes de Villarino sobre el reconocimiento de los ríos Negro, Limay y Collón Curá hasta alcanzar las faldas de la cordillera. La hazaña de este piloto marcó la mejor página de nuestra historia geográfica difícil de parangonar. Los virreyes Sobremonte y Vértiz, al igual que el Consulado están vinculados a estas realizaciones.
Se destacan las figuras de Azara, Cerviño, Villarino y Alsina, quienes colaboraban con el Consulado, realizando sondeos, mediciones y presentando planos y mapas para la zona sur patagónica.
Todos los informes, diarios, cartas de navegación y muchos relatos en lengua pampa y tehuelche reflejan la geografía y riquezas de esta privilegiada región. Belgrano se ocupó de asegurar la frontera de este territorio al sur de la provincia de Mendoza, desde donde se descubrían caminos llanos y enjutos entre las escabrosas y nevadas colinas de los Andes, a una extensión considerable. Surgen proyectos para llevar por agua los efectos del comercio, desde el centro de las montañas inaccesibles, hasta la desembocadura del río Maule en el Pacífico o bien promover la navegación de los ríos Neuquén, sus afluentes y el río Negro hacia el Atlántico, así como definir las zonas de defensa de Choele Choel con el reconocimiento del Colorado. Belgrano buscaba lograr la comunicación bioceánica , y de esa manera eludir el peligroso paso por el Cabo de Hornos. Se abrirían caminos desde Córdoba, Catamarca, Mendoza y la zona de Cuyo y desde Buenos Aires al sur cruzando en diagonal La Pampa, poniendo al servicio de los proyectos la ciencia y la técnica así como los adelantos de la navegación. El objetivo era el enlace del Atlántico con el Pacífico. El puerto de Carmen de Patagones y la costa de Buenos Aires con Talcahuano, Concepción y Valparaíso en Chile, de allí hacia San Francisco (California) y el Oriente: China.
Los acontecimientos de 1810 al priorizar otras cuestiones, obligaron a descuidar estos proyectos; sin embargo, Belgrano en sus misiones al Paraguay, Banda Oriental del Uruguay y Alto Perú, siguió alentando tareas pobladoras y de reconocimiento territorial.
La obra de Belgrano, como secretario del Consulado, serviría luego al proyecto independentista. Belgrano, quien sentía profunda admiración por San Martín, lo apoyó en su empresa libertadora, haciéndole llegar cartas, planos y mapas de los pasos cordilleranos. Esto le facilita al Libertador planificar su ruta hacia Chile.
**Extractado del trabajo realizado por la Dra. Cristina Minutolo de Orsi, “Belgrano y sus dos utopías: China y el país del Truptu (Patagonia)”, en Anales N° 12 del Instituto Nacional Belgraniano.
Por Pedro Navarro Floria, Historiador, miembro correspondiente por el Neuquén del Instituto Nacional Belgraniano. Especial para Diario Río Negro (Gral. Roca), miércoles 19/6/1996, pp. 12-13.
El título bien puede sorprender a muchos, dado que Manuel Belgrano nunca estuvo en la Patagonia. Sin embargo, recorriendo los senderos de la historia veremos realmente qué relación puede haber entre ambos términos.
Por de pronto, podemos afirmar que uno de los males que ha sufrido históricamente y sufre la Patagonia es el desconocimiento de su realidad por parte de quienes toman decisiones trascendentes sobre ella. A tal punto, que toda una línea de discurso político muestra a la región como víctima de una especie de colonialismo interno cuya metrópoli es, cuándo no, Buenos Aires. Pues bien: entre las dotes de buen estadista que adornaron a Belgrano se destacaba un pudor intelectual que lo impulsaba a conocer a fondo el país sobre el cual, desde su cargo de secretario del Real Consulado de Buenos Aires, debía asesorar, informar al rey y planificar políticas económicas.
Belgrano ocupó, mucho antes de ser improvisado general de la Revolución, el importante cargo de secretario perpetuo del Consulado de Comercio, creado para el Virreinato de Buenos Aires en 1794. Permaneció en ese empleo desde su creación hasta la Revolución de 1810. Dieciséis años durante los cuales trabajó -no sin obstáculos- para hacer del Consulado un verdadero centro de planificación, discusión y difusión de ideas y de políticas en lo económico y lo social.
Una mañana -seguramente fría- de junio de 1803, estando reunidos en la casa del Consulado -sobre la calle San Martín, donde está actualmente el Banco de la Provincia de Buenos Aires-los miembros de su Junta de Gobierno, se presentó un extraño viajero. Se identificó como José Santiago Cerro Zamudio , miliciano de la ciudad chilena de Talca. Dijo haber pasado la cordillera el verano anterior, de Talca a Mendoza, por un paso más al sur y más bajo que los conocidos por los españoles hasta entonces. Y se ofreció a demostrar su utilidad. El secretario Belgrano lo escuchaba atentamente, tomando nota de lo más interesante. Días después, le entregaba a Cerro Zamudio una cuidadosa instrucción para su viaje de vuelta. En ella le encomendaba el reconocimiento de la confluencia de los ríos Negro y Neuquén y la observación cuidadosa del camino, el suelo, los recursos naturales, los ríos, los pasos cordilleranos y todo aquello que se conceptuara útil a los fines del conocimiento y el aprovechamiento económico.
A los pocos días salió el chileno tierra adentro, llevando en sus alforjas las instrucciones de Belgrano y cartas para el Consulado de Santiago de Chile, el Cabildo de Talca, cacique más inmediato a la frontera y el comandante de frontera. Y mientras los señores del Consulado porteño miraban partir se preguntaban si sería cierto que podía ir a Talca en tan poco tiempo como decía o si era un fabulador más de los tantos que probaban fortuna en el mercado persa que era por entonces la capital del Virreinato.
Belgrano depositó en el miliciano Cerro Zamudio la esperanza de poder realizar, en parte al menos, un viejo proyecto: el de un viaje científico por el Virreinato. Ya en Madrid, cuando supo de su nombramiento para el nuevo Consulado a fines de 1793, había escrito un “Plan para conocer la provincia”. Poco sabía sobre su propia tierra después de estudiar varios años en España, y su primer objetivo fue entonces el de recorrer personalmente el territorio sobre el cual tendría que discutir, informar, proponer y asesorar. El proyecto se encuadra perfectamente en la idea de los viajes científico-políticos de la Ilustración, destinados a recopilar la información necesaria para reformular políticamente el imperio colonial. A modo de ejemplo, Belgrano propone priorizar la agricultura, “siendo notorio a todo el mundo que estos países sólo han sido mirados por nuestros comerciantes como capaces de dar oro y plata y no como una tierra apta para suministrar todas las materias primeras que en el día se conocen y por qué tanto se afanan los extranjeros…”.
Al llegar a Buenos Aires y conocer a los comerciantes que compartirían con él la responsabilidad de la Junta de Gobierno de la institución, su ilusión se vino abajo. Había que empezar por poner al tanto a esa gente, bastante ignorante para el poder que tenía por cierto, de las novedades en materia de economía política. El proyecto del viaje quedó para más adelante.
De vez en cuando resurgía la idea, como cuando en 1798 el diputado consular en Mendoza anotició al cuerpo de que los chilenos estudiaban un camino nuevo, ya reconocido por el marqués de Sobremonte. Entonces, el síndico Vicente Murrieta, en una exposición digna de una cátedra, presentó mapas y antecedentes y propuso continuar la exploración del Río Negro iniciada desde Carmen de Patagones en 1782. El consiliario José González de Bolaños fue materia dispuesta, mencionando la enorme extensión potencialmente ganadera existente al sur de Cuyo y la posibilidad de abrir el antiguo camino de carretas a Villarrica, precaviendo el robo de hacienda y proporcionando la reducción pacífica de los indígenas. Murrieta, tomando por fuente al destacado funcionario porteño-chileno José Perfecto de Salas- y al jesuita Joaquín de Villarreal, hacía en su memorándum una colorida descripción que tanto puede ser del lago y el volcán Villarrica como del Huechulafquen y del emblemático Lanín: “Un lago cuyas aguas destila el encumbrado cerro del volcán, que constando su interior de muchos metales reconocidos por las aguas de varios colores que de él manan, es su exterior en la cumbre. Luego, en el medio nieve y en la base un verde esmeralda tejido de infinitas yerbas medicinales; en su inmediación hace la cordillera una llanada por donde se traficaba en carretas desde Buenos Aires…”
La iniciativa no encontró eco en el virrey Avilés, más preocupado por la flota inglesa y por los insistentes rumores de conspiración que por entonces recorrían los salones y cafés porteños.
La presencia de Cerro Zamudio en la sala del Consulado en 1803, movilizó en Belgrano todos esos antecedentes e inquietudes, y quedó a la espera de las novedades. A los pocos meses, efectivamente, se recibieron cartas de Cerro Zamudio desde Talca y Concepción.
El capitán general de Chile, Luis Muñoz de Guzmán, expidió entonces tres comisiones para que estudiaran cuál sería el mejor paso: Cerro Zamudio por el paso Pehuenche o del Maule; José Barros por el paso de Achihueno, y Justo Molina por el de Antuco (actual Pichachén, en el norte neuquino). Tanto Cerro como Molina llegaron a Buenos Aires. El 4 de octubre de 1804 los señores del Consulado abrieron las puertas de su sala al explorador Cerro Zamudio, esta vez acompañado por dos caciques pehuenches del Maule que atestiguaron con sus relatos y con regalos de frutos de la tierra la buena disposición de los dueños del país. Esta emocionante reunión sirvió para entusiasmar a Sobremonte , ahora virrey, con la posibilidad de correr la frontera cuyana más al sur. Así fue como se fundó en su honor San Rafael, en 1805. Pero Cerro no había sido capaz de completar las observaciones pedidas por Belgrano ni de dilucidar la cuestión de los pasos cordilleranos. Ambas necesidades serían satisfechas por un voluntario, Luis de la Cruz, alcalde de Concepción, que costeó de su propio bolsillo un viaje a caballo desde su ciudad a Buenos Aires, por el paso de Antuco o Pichachén , que desde entonces y por mucho tiempo se consideró el más apto para restablecer el vínculo interoceánico.
De la Cruz nos dejó, además de un “Diario” de su viaje, una detallada “Descripción de la naturaleza”, entre los Andes y el Chadileuvú y un tratado sobre los pehuenches. Todos ellos son documentos invalorables, que aún hoy nos siguen sirviendo como fuente principal para el conocimiento de los pehuenches, de las relaciones fronterizas y de la geografía de la época. Lamentablemente, este lúcido observador de la frontera llegó a Buenos Aires en plena invasión inglesa de 1806. Otra vez lo urgente se imponía a lo importante y no aparecían los recursos para sacar provecho de los conocimientos adquiridos. La crisis del sistema colonial se aceleraría a partir de entonces sin remedio y ya no dejaría tiempo a Belgrano ni a los que pasaban a mediano y largo plazo para realizar sus ideales.
Todavía hay otro documento que nos sería muy provechoso para conocer a fondo los proyectos de Belgrano sobre la exploración y las vías de comunicación de la región norpatagónica . Seguramente entusiasmado por las cartas llegadas de Chile, al llegar el mes de junio de 1804 y la fecha de presentar la Memoria Anual al Consulado sobre algún tema de interés económico, Belgrano eligió hablar “de un viaje científico por las provincias del Virreinato y levantar sus planos topográficos”, según consta en las actas. No sabemos más que esto, porque el texto de la Memoria está perdido. Pero el resultado fue un trámite seguido por su primo y suplente Juan José Castelli, que culminó en la ya mencionada fundación de San Rafael. De toda esta información se desprende el interés de Manuel Belgrano como funcionario por conocer la realidad y los recursos del país que estaba bajo su jurisdicción. Un interés que no pudo ser satisfecho por los tiempos de crisis que le tocaron vivir pero que demuestra cabalmente su carácter de estadista responsable, consciente y laborioso en el ejercicio de la función pública.
* Artículo publicado en Anales Nº 9, Buenos Aires, Instituto Nacional Belgraniano, 2000, pp. 275-280.
Napoleón, gracias a la Farsa de Bayona, encarcela a la familia real española, Carlos IV, la reina María Luisa y su hijo Fernando VII, y proclama Rey de España a su hermano José. Estalla entonces en España una sangrienta insurrección popular y se forman Juntas en las distintas ciudades, a nombre de Fernando VII. En setiembre se unifican creando la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino.
En Portugal la familia real acepta la propuesta del ministro inglés en Lisboa, Lord Strangford, de trasladar la corona al Brasil y evitar con ello caer bajo el poder napoleónico. Así llega a Río de Janeiro la princesa Carlota Joaquina de BORBÓN, hermana de Fernando VII y esposa del príncipe Juan, heredero de la monarquía portuguesa.
En el Río de la Plata, Liniers es confirmado como Virrey Interino por las autoridades peninsulares en diciembre de 1807.
Se forma en Buenos Aires un ‘partido’ carlotista, dentro del cual se destacaba Belgrano junto a Saturnino Rodríguez Peña, entre otros, que aspiran al establecimiento de un gobierno nacional, independiente de España, que procura coronar Reina del Río de la Plata a la princesa Carlota Joaquina de Borbón. Aspiran establecer una monarquía constitucional en el Río de la Plata. Finalmente el proyecto no prospera, debido, entre otros motivos, a la situación política europea que acelera el proceso revolucionario en el Plata.
Los viejos documentos, las crónicas y distintos testimonios de época permiten dimensionar la figura trascendente de Manuel Belgrano, que en los albores de la Patria se convierte en fervoroso defensor de la causa americana. Belgrano no es solo mediador en el proceso revolucionario, sino un activo movilizador de la Patria nueva. Su correspondencia con los principales hombres públicos de su época así lo demuestra. Su fama se proyectó a nivel continental para estar colocada al lado de nombres como Francisco Miranda, Simón Bolívar y José de San Martín.
Su formación religiosa y su excelente preparación teológica y filosófica le permitieron a Belgrano aplicar en las distintas facetas de su acción política, militar y económica, así como cultural, las enseñanzas recibidas.
Existía una importante tradición mariana en el Río de la Plata. Cofradías y hermandades, vinculadas al culto mariano, tuvieron una destacada actuación, que fue creciendo en la medida que las Ordenes adquirían mayor poder y prestigio. Al mismo tiempo, se alentaban las diversas devociones como la del Rosario, Inmaculada Concepción, etc. Una serie de documentos antiguos: Reales Cédulas, Reales Ordenes, Actas Capitulares eclesiásticas y civiles, Testamentarías y Documentos particulares atestiguan el patrocinio y devoción de la Inmaculada Concepción en nuestras tierras. Recordemos que Solís en 1516 llama al Río de la Plata Río de Santa María y en 1527 Gaboto coloca la empresa bajo el Patrocinio de Nuestra Señora del Rosario, proclamándola al entrar en las aguas del río Paraná Patrona de esas costas y del Gran Río. En 1536, Mendoza funda en la orilla derecha del Río de la Plata una población llamada Santa María de los Buenos Aires o puerto de Nuestra Señora de Santa María del Buen Aire. En 1580 Garay funda por segunda vez la ciudad que había sido destruida y la llama de la Santísima Trinidad y el puerto de Santa María de los Buenos Aires. La ciudad tuvo como Patrono a San Martín de Tours pero se veneró a Nuestra Señora de las Nieves. En el siglo XIX los franciscanos, dominicos y mercedarios promovieron el culto y devoción a la Virgen en sus advocaciones: Inmaculada Concepción, del Rosario, de las Mercedes y del Carmen.
La Virgen del Rosario fue llamada Virgen de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires después de los sucesos ocurridos en 1806-1807 con motivo de las Invasiones Inglesas. Buenos Aires fue tomando forma desde su fundación y se distinguió por los templos que fueron construyendo. Se la conocía como Puerto Convento pues los viajeros que arribaban a sus playas sólo advertían la altura de alguna de sus torres como la de San Miguel, llamada “la Chismosa”. Las parroquias, capillas, oratorios y ermitas dieron forma a los barrios en la capital, adentrándose hacia la Pampa. El fervor de los vecinos se enderezó hacia la Virgen del Carmen y luego hacia la Virgen del Rosario, que fueron sacadas en momentos de peste y dificultades en procesión solemne.
Belgrano, vinculado al Convento de Santo Domingo, fue devoto de la Virgen del Rosario y perteneció a la Orden de Terciarios, cuyo accionar que mostró adhesión a la causa de la Revolución.
Por otra parte, en su paso por España se llegó a relacionar personalmente con el rey Carlos III, considerado un monarca progresista. Este era devoto de la Inmaculada Concepción y puso bajo sus auspicios una de las primera Ordenes Españolas modernas creada el 24 de octubre de 1761 para premiar el mérito por logros personales. Fue confirmada por Bula de Clemente XIV. El centro de la Orden muestra una cruz con medallón donde se advierte la imagen de la Purísima Concepción, Patrona de la Infantería Española, que luce un manto esmaltado y adornado con estrellas y, a sus pies una túnica y una media luna de color blanco. La cinta de la cual pende la medalla es azul-celeste con una franja blanca en el centro. Colores que simbolizaban el cielo y la pureza. Carlos III designó a esta Orden de la Inmaculada Concepción como una muestra de gratitud por el nacimiento de su nieto Carlos Clemente, primer hijo varón del Príncipe de Asturias.
Una interesante iconografía, cuadros y reproducciones en importantes museos españoles reproducen la simbología y colores de esta Orden. Algunos autores sostienen que los medios esmaltes, símbolo del Misterio de la Inmaculada Concepción, estaban presentes desde siempre y en especial durante la Edad Media. En virtud de la controversia que suscitara el Misterio de la Purísima Concepción a través de la posición de teólogos y filósofos, la iglesia enmarca la figura de la Nueva Eva, sin pecado original, partícipe de la redención humana a través de Cristo Jesús, venciendo para siempre al maligno. Aparecen las imágenes de María entre rayos fulgentes pisando la cabeza de la serpiente.
Retomando el hilo de nuestra exposición, debemos destacar la vocación mariana de Belgrano, pues cumple en reiteradas ocasiones con el culto o devoción a la Virgen María. Las sesiones consulares, donde él es secretario, estaban bajo la advocación de la Santísima y Purísima Concepción de María, bajo cuya advocación se iniciaba cada sesión presidida por Belgrano.
Por esta misma época, en el Correo de Comercio sostiene que la religión es el sostén principal e indispensable del Estado y el apoyo firme de las obligaciones del ciudadano. Volúmenes enteros, dice, no son bastantes para descubrir todas sus conexiones con la felicidad pública y privada. “Riámonos de las virtudes morales, que no estén apoyadas por nuestra Santa Religión. La razón y la experiencia nos lo enseñan constantemente”.
Recomienda a los párrocos que atiendan “más a los pobres vivos que a los pobres muertos”. Cada parroquia debía ser una escuela de capacitación educativa y de trabajo para que ambos sexos puedan alcanzar un futuro promisorio, al margen de fomentar en cada una de ellas el cuidado de la salud y la seguridad.
En sus Memorias, cartas y otros documentos hace manifestaciones muy concretas de respeto hacia la Santísima Virgen María. Destaca indudablemente el aspecto maternal y sobre todo el carácter mediador que ella tiene frente a su Hijo Jesús. El misterio de la Purísima Concepción cobra valor inusitado en el accionar de Belgrano, pues constituye el símbolo que identifica a los americanos en momentos de producirse la Revolución y la Independencia. Es el Misterio de la Inmaculada Concepción que se opone al Misterio de los Derechos de Fernando VII que esgrimen los separatistas.
Bolívar así como Miranda, integrados al movimiento de revolución, exponen estos mismos principios llegando a expresar “detestamos a Fernando VII”. El 8 de julio al conocerse la declaración de la Independencia de la Confederación venezolana se advierte en el artículo VIII que juran ante los Santos Evangelios defender la independencia de la Monarquía española, mantener ilesa la Santa Religión Católica, Apostólica y Romana y defender el Misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María. Esto se produce porque el pueblo no apoyaba a los separatistas y hubo que recurrir a este Misterio para obtener el apoyo incluso del Arzobispo.
Belgrano en su diario de marcha al Rosario, así como en sus campañas al Paraguay y Banda Oriental (1811-1812); y su posición frente al Ejército Auxiliar del Perú (1812-1813 y 1816-1819), a través de bandos, proclamas y ordenanzas para el ejército y la población, constituyen un corolario por demás revelador de su respeto por la Santísima Virgen. Con motivo de la Batalla de Tucumán pone bajo la advocación de Nuestra Señora de las Mercedes la suerte de su ejército. Tributa ante la victoria un homenaje muy sentido a la Santísima Virgen, nombrándola Patrona y Generala del Ejército, entregándole su bastón de mando.
Belgrano, como católico práctico difundió la devoción a la Santísima Virgen a través del Rosario, novenarios, misas, angelus, etc., al punto que Bartolomé Mitre dijo que su ejército parecía una legión romana sujeta a las normas de una orden monacal. Su amor a la Virgen se puso de manifiesto en sus homenajes, haciendo llegar las banderas y trofeos tomados al enemigo para ser depositados a los pies de la Virgen del Rosario o de la Inmaculada Concepción de Luján o de Nuestra Señora de las Mercedes en Tucumán.
Toda la documentación esta signada por su devoto amor a María, considerándola fundamento de fe cristiana y refugio de todos los pueblos del mundo. Belgrano inicia dos grandes devociones, el rezo del Rosario y el uso del escapulario, que los soldados llevan en sus pechos. La misa es un elemento fundamental de la religiosidad y los soldados y oficiales debían concurrir a misa.
La documentación del Archivo General de la Nación, de los archivos provinciales y bolivianos permiten asegurar estos aspectos significativos de la acción religiosa de Belgrano, que estuvieron presentes hasta el último momento de su vida. Los bandos, proclamas y diarios de marcha del ejército con “los santos y señas” reflejan este sentimiento.
Al compulsar los distintos diarios militares advertimos que en todos ellos exhorta al patriotismo de sus tropas e invoca reiteradamente a la Divina Providencia y a los auxilios de María Santísima para alcanzar la Independencia de la América del Sur. Su visión es integradora y pone a la Santísima Virgen de la Merced como Generala del Ejército y “Patrona de la libertad de América”. Exalta el amor al orden que deben tener los soldados y oficiales del Ejercito y con ello el respeto a las autoridades y fundamentalmente a “Nuestra Santa Religión”.(1)
Puntualiza la necesidad de afianzar el honor, la capacidad, el trabajo, la voluntad de servicio, la ética, la moral, el amor a Dios, el culto a la Santísima Virgen. Perfila el carácter de todo buen militar: la serenidad, la vigilancia constante, el espíritu de cuerpo. Promueve el destierro del ocio y la capacitación por el trabajo, las ciencias y la técnica. Así decía: “Los hombres grandes leen en tiempos de guerra como en tiempos de paz. Nobleza de alma y sentimiento altruista, educación y vocación, espiritualidad y religiosidad, amor a la Patria, a la tierra y a su gente constituyen el corolario de todo buen cristiano”.
Belgrano siempre se definió como católico, apostólico y romano, pero fundamentalmente esto lo ataba a conservar el patrimonio de su tierra y velar por el bienestar del común. Ponía a Dios como testigo de su responsabilidad y a la Santísima Virgen como tributaria de la libertad y la Independencia de América en todo tiempo.
Es significativo en este caso la correspondencia que mantiene con el General San Martín, en donde le advierte sobre el carácter de los Pueblos del Interior, donde hará la guerra no sólo con las armas sino con la opinión, afianzada en las virtudes naturales cristianas y religiosas. Estas cartas constituyen una joya de enorme trascendencia, que no solo afianza una amistad, sino que se advierte al Estadista, siempre atento a las realidades que vive y a las necesidades de su pueblo.
Belgrano poseía una vasta preparación intelectual adquirida en los centros de estudios de Buenos Aires y Europa. Tenía discreto manejo de idiomas: italiano, francés, inglés, castellano y algunas lenguas indígenas. La situación europea le permitió avizorar los cambios que provocaba la Revolución Moderna: sociales (derechos del hombre y del ciudadano); económicos (mercantilismo-capitalismo); tecnocientíficos (Revolución Industrial); educativos; políticos (Ilustración); culturales y religiosos.
Difundió a través de la prensa las nuevas ideas y como Secretario del Consulado se propuso tres objetivos, a través de un plan bien estructurado: fomentar la agricultura ganadería; animar la industria y proteger el comercio interno y externo. Su visión fue integradora y americanista. Se movió con diligencia y sentido práctico respecto a la realidad que le tocó vivir. Atendió a las necesidades reales del país.
Belgrano es uno de los pocos hombres públicos que a través de su actividad como funcionario del Estado Hispanoamericano y luego como promotor de Revolución de 1810, se ocupó con verdadero sentido de estadista en promover el bien común.
El bien común tiene para él categoría ética y lo coloca por encima de los intereses particulares y en buena medida de los intereses de la mayoría. Es un bien porque está consustanciado con la naturaleza del hombre y su desarrollo como ser humano (persona). Todos los escritos de Belgrano son una teoría fundada en el bien común, pues para él es fuente importante porque de él pueden participar todos los que forman la comunidad social. El bien común permite el desarrollo de todo el hombre y todos los hombres; insiste en la capacitación y educación de la familia, donde se debe aprender en comunión de amor las conductas para integrarse en la sociedad.
La salud, la educación, el trabajo, la conservación del medio ambiente son para Belgrano parte del bien común. Belgrano plantea la dimensión teologal del bien común, ya que la plenitud del ser humano resulta imposible sin Dios: “Bien común trascendente y supremo para todos los hombres”.
En todos sus escritos memorias y correspondencia expone estos conceptos sobre todo el influjo benéfico de la religión y la importancia de la familia. Educación y una vida equilibrada que sólo provocaría un humanismo estéril, cerrado sin Dios.
Belgrano señala los contenidos temporales del bien común: 1) respeto a la persona y a sus derechos inalienables; 2) bienestar social y desarrollo de los grupos que integran la sociedad; 3) la libertad, la solidaridad y paz entre las distintas comunidades para la estabilidad y seguridad de la sociedad; 4) la unidad es un bien que debe estimarse por encima de otros bienes para alcanzar desarrollo integrador. Se debe evitar la corrupción, la inequidad, el ocio y toda gama de los vicios que derrumban a la comunidad. (1)
Belgrano sostiene que el bien común permite el desarrollo de las personas y se concreta a través de la prudencia que debe tener cada miembro social, en especial las autoridades que ejercen el poder.
La preocupación del bien común, categoría ética para Belgrano, es uno de los mayores aportes de su pensamiento muy poco conocido en nuestra Historia Nacional. Lo encontramos en: Reglamento de las Escuelas donadas a las Provincias del Norte; las Instrucciones y Reglamentación de las milicias patrióticas de Misiones; las disposiciones colocando en igualdad de condiciones a los indios y a los españoles americanos; las medidas sobre el poblamiento y reparto de las tierras públicas a los indios; el apoyo a los indios pampas, tehuelches, pehuenches, que conocían de la cría de los ganados de pelo largo utilizados en la producción textil; los manuales internos para atender a los deberes morales y éticos de los ciudadanos enrolados en el Ejercito; las advertencias sobre el sentimiento religioso y la acción de las parroquias; los reales intereses sociales y económicos de los Pueblos; la integración americana e incluso un sentimiento panamericanista que se advierte con la traducción del Discurso de despedida de G. Washington al pueblo de los, Estados Unidos de América.
Belgrano orienta su labor hacia el bien común, como un instrumento que permite desarrollar la capacidad creativa del hombre a través de la familia, el trabajo, la educación y el amor a Dios. Qué bien nos haría hoy poner en práctica estos principios belgranianos!
Belgrano en todos sus escritos muestra su sentido integrador americano, que unido a la enorme simpatía demostrada en todo momento por el republicanismo del pueblo de los Estados Unidos, lo convierten en un portavoz de los ideales de Libertad e Independencia de ese gran pueblo. Los americanos tenían por Belgrano un enorme aprecio que se patentiza en ocasión de cumplir este una misión diplomática en compañía de Bernardino Rivadavia en Europa. Numerosa correspondencia diplomática de los agentes consulares de los Estados Unidos en Brasil así lo confirman. A tal punto que los informes a su gobierno resaltando la personalidad y capacidad intelectual de Belgrano son significativos.
Se le extiende a través de altos personajes para funcionarios de ese gobierno cartas de presentación para Europa, a fin de facilitar sus gestiones. La compulsa de las fuentes nos permite advertir en algunas ocasiones el fastidio hacia la figura de Bernardino Rivadavia y otros agentes, que no hacían mas que perturbar la acción diplomática, contrastando con la figura mediadora de Belgrano, quien adquiere gran experiencia en el manejo de los asuntos Exteriores y de la diplomacia. Así lo expresara ante el Congreso de Tucumán en ocasión de definirse la Independencia, donde refleja la situación europea y las nuevas tendencias políticas. (1)
Manuel Belgrano, al igual que muchos de los grandes hombres de su época, defendía el sistema de gobierno monárquico. En 1815 realizó, junto con Rivadavia, una misión en Europa, a fin de conseguir un monarca para el Río de la Plata. Realizaron gestiones para conseguir que Carlos IV autorizara a Francisco de Paula, ser monarca de estas regiones, pero las mismas fracasaron frente a la firme posición de Fernando VII, quien esperaba recuperar sus antiguas colonias.
Decepcionado Belgrano vuelve al Río de la Plata, y defiende una forma de gobierno monárquica, pero ahora con un monarca de origen americano, un descendiente de la antigua casa de los Incas. Sus ideas políticas las va a exponer en el Congreso de Tucumán.
Una vez declarada la Independencia de las Provincias Unidas de Sud América el 9 de julio de 1816, era necesario establecer la forma de gobierno. Es necesario señalar que la Independencia de las Provincias Unidas de Sud América, abarcaba un espacio mucho más amplio que la República Argentina actual, ya que concurrieron a ese Congreso diputados del Alto Perú (actual Bolivia),Perú, Chile y Argentina.. Los hombres de la época se movían en el espacio del Virreinato del Río de la Plata, que abarcaba a las actuales Repúblicas de Argentina, Paraguay, Uruguay y territorios de Brasil y Chile.
La Independencia se declaraba de España, sus reyes y “de toda otra dominación extranjera’’, y el acta estaba redactada en castellano, quichua e inglés. Sobre la forma de gobierno, recordemos que los diputados se habían educado en la monarquía, y en esos momentos en Europa predominaba la política de la Santa Alianza, que defendía la restitución al trono de los legítimos monarcas. Tanto San Martín como Belgrano defendían la monarquía atemperada, es decir constitucional. Esta forma de gobierno garantizaría el reconocimiento de las potencias europeas, el orden interno, la unión nacional y ya que ambos eran AMERICANISTAS, soñaban con establecer un Reino que abarcara toda la América del Sur, o al menos los territorios que pertenecieron a los Virreinatos del Perú y Río de la Plata.
San Martín, como Gobernador Intendente de Cuyo, a través de los diputados de esas provincias, tales como Narciso Laprida y Tomás Godoy Cruz, presionó para la declaración de la Independencia, a fin de poder llevar a cabo su epopeya libertadora de Chile y Perú.. Mientras que Belgrano fue invitado al Congreso para que realizara una exposición sobre el concepto que en Europa merecían las Provincias Unidas, “…y esperanzas que éstas pudieran tener de su protección’’.1
Belgrano, recién llegado de Europa y desilusionado frente a la coronación de un monarca europeo, propuso una monarquía atemperada, que tenía como modelo a la monarquía inglesa, con un monarca de la Casa de los Incas. Según palabras de Belgrano : “…sería la Casa de los Incas la que debería representar la Soberanía Nacional, única por que anhelo, tanto más cuanto se me ha hecho la atroz injuria de conceptuarme un traidor, que trataba de vender mi patria a otra dominación extranjera.’’.2
El plan de Belgrano de coronar a un monarca de la dinastía de los Incas, tenía varias ventajas: se esperaba que la población indígena se plegara en forma masiva a la causa patriota en contra de los realistas, favoreciendo así la Independencia de Perú y Alto Perú, que tenían un alto porcentaje de esta población, y se esperaba concretar la unidad de la América del Sur Española.
El diputado de Catamarca, Doctor Manuel Antonio Acevedo, acepta la moción de Belgrano, proponiendo que sea la capital la ciudad de Cuzco, tal como había sido en la época de los Incas. Observamos la ideología “arribeña’’, que contó con varios diputados del Interior y del Alto Perú, tales como José Severo Feliciano Malabia, de Chuquisaca, Andrés Pacheco de Melo, salteño, que vino como diputado de Tupiza, en el Alto Perú,al igual que Rivera, Castro Barros, José Ignacio Thames de Tucumán, Sánchez Loria, y otros. 3
Sin embargo, algunos diputados altoperuanos, tales como José Mariano Serrano, de Chuquisaca, no aceptaron la idea de tener un inca como monarca, ya que eso significaba una reivindicación del sector indígena de la sociedad.
Otro opositor fue fray Justo Santa María de Oro, representante de San Juan, que había profesado en la ciudad portuaria de Santiago de Chile, al igual que Narciso Laprida, sanjuanino y presidente del Congreso.
Si bien Belgrano y Pueyrredón, Director Supremo, alentaban el proyecto, al igual que Tomás Manuel de Anchorena, que pertenecían al grupo porteño, otros miembros de la delegación porteña, tales como Pedro Medrano se opusieron al proyecto, ya que no podían aceptar la posibilidad que Buenos Aires dejara de ser la capital, y perdiera la hegemonía política que había alcanzado desde la creación del Virrreinato del Río de la Plata en 1776. cuando el eje del poder político y económico se desplaza del Pacífico al Atlántico.
Finalmente triunfa la posición contraria al proyecto. Los intereses locales predominaron y se perdió la oportunidad de crear un Reino que englobara la Hispanoamérica del Sur, similar en extensión o inclusive superando al Brasil. Con el tiempo surgieron distintas repúblicas, fijándose los límites de la PATRIA CHICA.
Bibliografía
ASTESANO, EDUARDO, Juan Bautista de América. El Rey Inca de Manuel Belgrano. Buenos Aires, Castañeda, 1979.
Frente a la grave situación internacional, con el regreso de Fernando VII al trono de España, dispuesto a enviar una expedición al mando del general Pablo Morillo al Río de la Plata, el Director Supremo, Gervasio Antonio de Posadas, decide enviar a Manuel Belgrano y a Bernardino Rivadavia en misión diplomática ante las cortes de Inglaterra y España El 9 de diciembre de 1814 se les extienden las instrucciones publicas, y al día siguiente las reservadas.
El propósito era asegurar “la independencia política de este Continente, o a lo menos, la libertad civil de estas Provincias”. Los Comisionados deben lograr “… o la venida de un Príncipe de la Casa Real de España que mande en Soberano, a este Continente bajo las formas constitucionales que establezcan las provincias; o el vinculo y dependencia de ellas a la Corona de España, quedando la administración de todos los ramos en manos de los americanos”.
Las negociaciones tendientes a establecer una monarquía constitucional en el Río de la Plata, coronando al príncipe Francisco de Paula, hermano de Fernando VII, fracasan.
Manuel Belgrano se gradúa de abogado en Valladolid en enero de 1793, y a partir de ese momento se dedica al estudio de los idiomas vivos, del derecho público y especialmente de la economía política. (1)
Durante su estadía en la Península, desde 1786 hasta 1794, las doctrinas económicas merecían una especial consideración, en virtud de las transformaciones operadas en el campo de las ideas. En España dominaban las ideas liberales, y Belgrano se nutrió de esta Ilustración Española, que a diferencia de la francesa no es atea y respeta la figura monárquica.
Dentro de las teorías económicas, va a ser influenciado por la fisiocracia. Por ella se atribuía exclusivamente a la naturaleza el origen de la riqueza. Valorizaba especialmente la agricultura y procuraba la abolición de las barreras aduaneras y promovía el libre cambio.
La doctrina toma auge en Italia, principalmente a través de los trabajos de Fernando Galliani y del abate Antonio Genovesi.
Genovesi, maestro predilecto de Belgrano era un mercantilista moderado, que pretendió combinar la libertad económica con los principios del proteccionismo industrial y agrario, contrariamente a los fisiócratas que basaban sus teorías en la libertad de producción y circulación de los productos.
En Inglaterra la fisiocracia tuvo sus mejores exponentes en Ricardo Cantillon y en Adam Smith. En Francia el representante es Francisco Quesnay, al cual Belgrano estudia con entusiasmo.
En España se destacan las figuras de Pedro Rodríguez de Campomanes, Melchor Gaspar de Jovellanos y Vicente Alcalá Galiano. Estos se oponían a los mayorazgos y propiciaban el justo reparto de las tierras. Belgrano se empapó de estas teorías y también recibió influencias de Quesnay, Galiani, Genovesi y Adam Smith, que en la mayoría de los casos estudió en sus lenguas originales y que configuran la formación de su pensamiento económico.
Su capacidad y posición social le permitieron que trabara en la Corte fluidas relaciones con los personajes más importantes de la época, entre ellos el Ministro Gardoqui, quien lo nombra Secretario del Real Consulado de Buenos Aires, que se crea en ese entonces.
Belgrano regresa al país en mayo de 1794, con todo el bagaje cultural que había adquirido en España. Debe enfrentarse en el Consulado con los comerciantes monopolistas que manejaban el puerto de Buenos Aires, a pesar de ello, Belgrano propone un programa de reformas que vuelca en las Memorias Consulares. Procura el fomento de la agricultura, ganadería, manufacturas y comercio del Virreinato del Río de la Plata. Mantiene fluida correspondencia con los Diputados del Consulado en las distintas ciudades y se interioriza de las realidades particulares. Tiene una visión integradora del espacio del Virreinato, organiza expediciones para reconocer el territorio y gracias a la colaboración de geógrafos y topógrafos se vuelca esta información en mapas detallados. Esta cartografía se la facilita al General Don José de San Martín, cuando éste emprende el cruce de la Cordillera de los Andes.
Promueve nuevos cultivos como el lino y el cáñamo; se ocupa del mejoramiento del ganado vacuno y lanar, teniendo especial consideración por el “ganado de la tierra” – llamas, alpacas, vicuñas y guanacos. Asimismo se ocupa del mejoramiento de la manufactura textil, por ejemplo en Cochabamba se busca mejorar la producción de lienzos de algodón para competir con la manufactura europea – catalana, en un primer momento, y luego inglesa, gran parte de ésta arribaba gracias al contrabando.
Se ocupó del mejoramiento de los caminos, de la construcción de un muelle para el puerto de Buenos Aires, de la fundación de una plaza fortificada en Choele –Choel para contrarrestar el cuatrerismo practicado por los indios araucanos, etc.
El desarrollo económico está unido a un desarrollo social. Se preocupa por el mejoramiento de la situación de los campesinos, y tampoco excluye al indio. Respondiendo a la tradición hispánica busca integrar al indio que se encontraba en la pampa, a través del comercio y de la evangelización, transmitiéndole los valores de la civilización
También se ocupa de la integración de la mujer, ya sea a través de los oficios tradicionales, como hilanderas y tejedoras, o proponiendo que sean mano de obra en los diferentes pasos que demandaban los cultivos del lino y del cáñamo.
Lamentablemente la crisis política que experimentaba en esos momentos el Imperio Hispanoamericano, hizo que muchos de sus proyectos no pudieran concretarse.-.
Bibliografía.
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